Hoy, por quinta vez, cortaron la luz con una dedicación homérica. Son horas de oscuridad calculada. No tengo ganas de escribir sobre ello de forma elegante, quiero vomitarlo. No es la cuestión político-social, las causas de los cortes, la que me inquiete, sino la oscuridad. Cuando era chico la oscuridad era imposible: No iba a dormir en la negrura total: Era como si mi cuerpo no existiera, era como perder el aire y el sentido de la realidad. Por un tiempo creí haberlo superado, hasta que llegaron los cortes. La oscuridad oxidada, le digo, porque no es azabache, es algo rojiza, un tinte que apenas se nota en la desolación de la ausencia. Porque es ausencia el cuerpo que no puede reconocerse. Quizás la oscuridad revele algo de eso llamado realidad, que desconocemos, pero por ello el horror: La carne entumecida por las tinieblas.
Prendo unas velas, varias, no me alcanza la luz de una sola: ¿Pero eso es luz? ¿Por qué la falta de la otra luz sigue doliendo? Agarro un libro: No me alcanza. Por unos momentos, me pierdo en las páginas, pero llega un momento en que algún crujido del cielo o suspiro del cemento me saca de la fantasía y me mete en otra fantasía, la de mi cabeza, y el pecho se me oprime, y las manos sudan, y se viene la ansiedad como una tormenta de arena, y las lágrimas que se pierden y no saben que están cayendo porque está muy oscuro. Tiro el libro. Prendo una tercer vela. Unas sombras empiezan a dibujarse en las paredes descascaradas, en el mueble que ni se usa, en mi frazada: Mi silueta es el resumen de todos mis pecados: No quiero ver, pero quiero luz. Atrapado inevitablemente en el horror de la ironía y la desesperación, cierro los ojos: Veo infiernos. Algo afuera aúlla. No es un perro. Nada es lo que era en la oscuridad. Bajo la cama escucho una ¿respiración?, la cama cruje, evito respirar, lo que respira bajo la cama serpentea sobre el suelo, se arrastra. Clavo los ojos en la llama de la vela. La llama me salva por unos momentos, pero luego se deforma, ya no es llama ni es luz: Es la tortura de la esperanza. Más ruidos, lo que estaba bajo la cama ahora camina por la habitación con dificultad, evito mirarlo. Se suman más ruidos, he dicho. Algo asoma por la ventana, no tengo idea de qué es, su ¿arbórea? silueta deforma la idea del instante, golpea el vidrio sin violencia, con la gentileza de alguien que pide ayuda. Del techo una mancha se hace ¿hombre? o gusano antropomorfo, creo que reza, o al menos cruza las manos suplicando. Voy a morir, las bestias de la oscuridad reclaman algo que no les puedo dar y esa desesperación va a matarme. Cierro los ojos para que lo inevitable llegue finalmente: En la oscuridad espero la muerte:
La luz vuelve. Me levanto de un salto, el corazón al galope. La noche ha vuelto a ser noche y el otoño es otra vez otoño. Yo soy yo, mi cuerpo está completo. Cierta alegría me recorre. Enciendo la computadora para hablar con alguien, ya que es tarde en la madrugada para una visita personal. El silencio es profundo. Nadie da señales de vida en la marea virtual. Me quedo sentado frente a una página en blanco. Solo. Pienso en la oscuridad. Pienso en ahora, la luz. La luz es solitaria, sólo nos hace visibles para que nos ignoren. La oscuridad es terrible y la detesto, pero la reclamo nuevamente. Al menos sus monstruos me necesitan.