31.8.13

Mi amiga Venus

El cielo había bajado un poco más,
era como un amante tímido acercándose a la tierra.
Nosotros, entre los trigos que se morían,
luchábamos por arar y doblegar la azada
porque nuestra amiga Venus nos miraba, cruzada de brazos.
Por su misma mesmedad obligaba a los yuyos y a las ranas
a permanecer despiertos.
El molino de sangre había cesado
y los animales muertos se pudrían sobre el lino.
Me acerqué a ella. Creo que reímos un rato:
Jugamos con el pasto y vaciamos la cornucopia:
dulces juegos que desconocían de sí mismos la luz y la alegría.


Hasta que un cuervo se posó, no sin espanto y magnificencia,
en su pardo cabello:
mi padre me gritó que entrara para siempre en la casa.

El tiempo se fue matando a sí mismo,
y yo también fui desgajado de mí en las cíclicas sombras.
Ahora me siento en la madera de la casa vacía
y miro de vez en cuando por la ventana:
Venus sigue de pie, seca, criando cuervos en su pelo,

cuidando una siega donde ya no reposa más que la nada.

28.8.13

Día 1

Mi perro tiembla: Hoy hace frío. En los vidrios escuálidos de las ventanas se pega un moco blanco y resbaladizo. Huele a muerte. Hago dibujos en él mientras espero a que la pava hierva: Una carita feliz, una triste: Mi cara está en mis dedos: Mi tristeza también. Dicen que el invierno ya no se irá, y tengo miedo. Muevo los dedos buscando esto o lo otro, como busqué con el cuerpo a través de toda la tierra.

Derramada el agua del ánfora,
roto por el descuido de un inquieto animal mitológico,
veo colgar las gruesas gotas.
No sin furia ni falta de voluntad de vida se aferran a los bordes,
porque la furia es la voluntad del triste, del desesperado.
Hago chasquear la lengua y siento el gusto del poema,
brota como la sangre de una encía herida.
Mi boca es el océano:
Alguien se ahoga, allá, cerca del horizonte negro,
y sus gritos me recuerdan a un beso.
Cierro la boca y abro los ojos:

Una tormenta se inclina.

27.8.13

La culpa exige

Al tejido soberbio que un filo ha lastimado
no puede repararlo ya más que la astucia de la muerte.
El culpable lo sabe y esconde la cabeza hirviente
en el útero de su cama.
Tisífone voltea la cabeza. Lo espera mientras hierve agua para un té.

Así, en cenagales clásicos y rutinarias epopeyas,
se disimulan nuestros crímenes, y revientan cada mañana,
cada tarde, cada noche:
Solemos confundirlos incesantemente
con banquetes pródigos, implosiones sexuales, sueños astillados,
que día a día nos regalan con una sonrisa
los aliados de carne que, con cierta culpa,

hemos elegido para matar al mundo.   

26.8.13

Caudal relictio

Caudal relictio/Un saco de té hinchado por lágrimas.
Sí. Un té hecho con agua de llanto. Eso eres. Eso has dejado.
Qué es lo que te convulsa tanto los nervios del alma.
A ti te hincharán con tierra húmeda

en una copa de madera.   

25.8.13

Mañana sin cabeza

*La poesía me ha vuelto loco.
Derramada la tinta y quemados los dedos, entre los ojos, sima;
al mundo, se ve, falsea una calle y la hace laberinto:
detesto perderme en las calles.

*Lo que creía era un árbol es el monstruo de mi infancia:
la muñeca de ojos infinitos que corría sobre mi cama.

*Oh, cama, lodazal de pesadillas y juncos, misterio donde dormía:
ahora late bajo mi espinazo, murmura en hilos un espanto.

*Beso una boca que amé en invierno:
arden los labios, besan acerbo engaño rollizo;
supongo que el amor engaña siempre.

*Al oler el pasto quemado por la escarcha el amanecer grita:
a mis oídos los llena la incertidumbre del celo
y los dedos se me van para adentro de las manos.

*Tengo el estómago lleno de palabras afiebradas,
y ahora hablan, se desprenden, saltan, me dominan:


*Es la primera mañana de mi locura total
y busco tus suspiros de cuando yacían junto a mí:

Pero la poesía se lo ha llevado todo. 

24.8.13

Un hombre que lo ha perdido todo

Ya se ha cansado mi búsqueda en lo imposible. Han pasado años, quizás,
o quizás algunas horas, o nada, y los caminos que erré para encontrar a mi hijo
no han sido más que simulaciones fatídicas de mis caminatas dolorosas
Silba el pecho como silba la muerte cuando llama a sus buitres,
que en la altura contemplan la desintegración de las formas totales
a causa del verdeo brutal de los esquiladores de almas.
a la orilla del Río de la Plata o del Aspropótamo o me ha rozado el mar Jónico,
Son ellos la señal de los finales posibles. No hay un único.
Hay infinitas y laberínticas maneras de resquebrajar la vida:
la gangrena que los árboles contraen por ensombrecer las latitudes o los dioses que se hacían águila o helecho o ninfa para raptar las virtudes de príncipes o plebeyos exultantes; tristes ejemplos de la facilidad con que el agua tapa bocas y desagües.
mis ventajas territoriales han sido avances por la dureza de la Patagonia
o han terminado con mi locura ensanchándose en virtud del Tratado de Sèvres,
Ronca el pecho como ruge la muerte cuando es herida, por raíces violentas atacada, por escupitajos de semen insultada, por dedos que se enlazan y bocas que se comen ignorada, juramentos leales de combatir la vida de a dos procreando bestias a domar, cercenando meridianos con filos de tristeza, calmando terremotos con vibraciones en la cama. Todo acaba por diluirse.
retrocediendo para avanzar, enfrentado a indigentes Tobas o multitudinarias tribus de Macedonia,
he pedido ayuda a traficantes en las favelas o a fascistas disfrazados en Leeuwarden,
Yo tuve un cielo en mi cielo, una sangre en mi sangre, roce, cachetazo de seda o lija,
su tabaco sembrado en mi boca, su pecho de proa magnífica rompiendo los acantilados donde yo ocultaba una verdad roja, pero ella no lo sabía,
he mirado la hora en un restaurante de Tokio o he dicho Commonwealth a un asesor de
Chain Weizmaun,
ni sus ojos abiertos a la hierba, ni sus dientes quebradores de piedras, ni su boca mojada por la excelsitud de la dulzura.
he buscado junto a Roma en los escombros de Alba Longa, fusilé al Che en las sierras y me comieron los perros del Tártaro.
Porque toda verdad se derrama como la sangre y como la sangre se lava.
Se fue, humillada por mi carne. Mi amor se tornó en una boca de hiena,
que solo se alimentaba con los restos de los colores que otros dejaban, la señal de mi hijo.
La muerte no fraterniza con nadie. Engulló imperios, amores de proletarios, descendencias mesiánicas, arquitecturas idílicas, perros capitales, llamas heréticas.
Ya es cansancio mi existencia. Ya es furia callada mi ropa. Soy el hambriento que busca la comida en la punta de su nariz. He sido y no. Suena el teléfono. Tal vez me llamen
o sea una alarma de algún cuartel de bomberos. No podría saberlo.


¿Qué soy yo?
Han muerto dioses
¿Qué soy yo? 
Han muerto rosas
¿Qué soy yo?
Han muerto verdades
¿Qué soy yo?
Han muerto piedras
¿Qué soy yo?
Han muerto los días
¿Qué soy yo?
Han muerto letras
¿Qué soy yo?
Han muerto junquillos
¿Qué soy yo?

Tal vez quiera sosegarme, aplacadas sus tormentas por mi pecho miserable,
que silba y ronca por haber sangrado a otra sangre, pero su juicio,
que ha abierto la brecha por donde se espía al tiempo,

no me exonerará por haber vivido.        

23.8.13

Ǭ

Flores forjadas como la entraña de las piedras, como los gritos bajo
el agua guerrera:
Así crece la culpa.
Por mucha inocencia que busques escarbando en la carne de los árboles
tus intentos son vanos:

Las raíces que se abren por la tierra nacen del núcleo de tu conciencia. 

22.8.13

La noche hierve. Caen las gotas. Hierve. Mi pecho hierve. La noche en mi pecho. El pecho en mi noche. Gotas de noche. Gotas de grasa. Grasa de carnes festivas. Carnes de gotas. Fiesta de carne. Noche de hierro. Óxido. Óxido. Toda agua corroe. Oxidación de la mandíbula. De cielo óseo. Óseos los deseos. Sueños de sangre. Sangre la fiesta del cielo ebúrneo. Corre. Cada tranco es una noche. Todo hervor un deseo. Toda carrera la caza de un sueño. Tu respiración. Agita. Quiebra. Rompe. Agrieta. Como los huesos el anhelo. Esperanza es respirar agitado. Mugiendo. Tronando. Como ese animal que llora: es la noche.

21.8.13

Al otro día

Lejos de la clara vena que cortó el sol,
clara por pura, por no deber culpa al mundo;
luna por muerta: por fresno pisado
fuego de dios;
lejos:
han sido, llenando el estómago del infinito
con su ausencia, con infinita presencia inadvertida;
la pureza nos aleja del instinto,
el instinto nos agita en la pureza;
ah tallo y filo y orbe y tierra,
vida sin juegos ni arcanos,
alejados del trueno y dormidos en el rayo.

Oyes la vida o día que pasa:

Pero te encuentras solo y cumples la condena de otro cielo.

El poema que no acaba jamás

Cuando, peligrosamente, me acerco al amanecer,
pienso severo: conjunto de abrazos y caricias, oprimidos en la niebla;
el vapor levanta su cuerpo como diosa luego de la entrega
y los zapatos organizan la cabeza del silencio,
tac tac,
y camino solo, con lo que vive bajo el cielo y no me acompaña: solo.
Hay sombras vagas en la brea: me odian, me escupen al paso,
yo solo pienso en salvar, con vida pero sin alma, la trampa del alba;
pues ella, en la noche de sábanas y pieles, me guardó;
pero llegó el alba, y echó mis huesos a su fosa demencial,
y prefirió quedarse sola, llorando vino de bello rostro ya olvidado.
Así al amanecer fui condenado, sin luna cruzada en el rostro,
sin azogarme por las crónicas fatales, sin monedas en los ojos.
Y me acerco, y entro en él, y el mundo se despierta:
Mi vigilia fue lo único que ha mantenido cohesionado al universo,
y me retorna el favor con gentileza,
me arma como a un poema que no ha sido acabado

bajo la sombra del hombre que llora y derrama su tinta al suelo. 

19.8.13

El paso de alguien fugitivo de la muerte

La vi una vez, una noche: hablamos de verdad en verdad
sobre las posiciones de la salamandra o la coral, de las lluvias
que caían los domingos sobre los bigotes adormecidos,
de los fantasmas que bebían la borra del café en cocinas de profetas:
Hablamos de todo y nada, como suele ser un encuentro que es todo y nada,
y ella volvió sola a su casa, y bajo la poca luz de luna que la alumbraba
se mató, dejando un prolijo charco de sangre bajo su piel blanca.
Al saber perdidos esos ojos  se me abrieron las manos
descalabradas de locura, sangrando necesidad o sed,
hambre de volver a comerla con las caricias,
ansiedad de volverla el peor miedo en mis noches de chapas y plomos,
enfermedad, lámina ardiente que cubriera la cara
torcida de suspiros, marrón de cosechar besos;
al doblarse los mares bajo sus pies comencé mi búsqueda herida:
aplacando tormentas de vidrio,
levantando de la jaula a lo olvidado,
destronando visiones en deseos de reyes:

Di muerte a la historia por recuperar la suya,
y pasé, casa por casa, interrogando con violencia a cada madero,
cada ladrillo, cada pretil, cada balcón, cada baldosa
donde todos los suicidas hubieran dormido.

Así fue mi paso por la tierra tras escucharla existir,
pero ella pasó, ya había pasado desde antes:
antes de plantarle cara a la muerte,
ella ya había pasado por esos lugares

como un huracán apagando velas.

18.8.13

Movimiento esencial

Mueves resplandecientes los ojos, de agua mansa hechos,
y sacude al cielo la locura que desatas en las hojas por el otoño perdidas.
Mueves los pies, santos y desnudos,
y la tierra se moldea como la arcilla, haciendo de tu belleza un faro.
Mueves los cabellos, hilos del bronce, del sol, del hierro,
y el viento reposa soñoliento a la vera de sus caricias.
Mueves los labios, ríos separados, abiertos en la columna del beso,
y la luna se vuelve toda oídos para oír el silencio absoluto que tu voz guarda.
Mueves las pestañas, púas sagradas,
y por sobre las cosechas su vuelo doblan los pájaros.
Hasta que mueves ligera la mano, mujer,

y creas el mundo. 

17.8.13

Las semillas rotas

Tronchadas las moras en el asfalto de sombras hecho
pintaron con la sangre de los frutos precoces niños sus rostros
machacados
comidos
chupados
por el invierno chupados.
Y del comienzo del fascinado ritual
hasta el final del brazo de la fantasía
descansaron,
la cabeza cenagosa sobre el pecho,
impúdicas matronas que leían la carne.
Los niños son semillas

fueron siempre semillas.

16.8.13

Invierno XXIII


A Emanuel Serrano
Quién eres que fracturando las planicies,
con sola mirada de tierra arrebatada, elevas los atalayas
como álamos resurgidos que cruzan el diámetro del ombligo degenerado,
libre de galones por la verdad ansiados.
Ataduras tuviste, fauno de extramuros, y fuiste, una a una,
extenuándolas con obra y humo, con uña y sangre.
Los días clavan sus dedos en tu altura de árbol maestro,
y te rompen las rodillas. Pero no caes, no,
pues la sombra, preñada con tus lágrimas nítidas,
oculta el aroma de abandonados espejos florecidos.
Quién eres que en el desierto
domesticas a la cobra híbrida con aguja de escorpión manso.
Lates en las hojas sintéticas, tiemblas entre espadas devorantes;
en el vórtice de los cánones desatas tus sentidos.
Desconocido paralelo, símbolo de la tormenta, apresúrate
a ensangrentar los castillos de naipes
y las catedrales cerradas al curso de la indiferencia.
Despierta, consume, ama.
Sacude, sonríe, sangra.
Porque entre los dientes aprietas la pluma,

y entre tus manos el fuego danza.  

15.8.13

Olvidadas pieles

Si fuera libre, al menos en la muerte o la poesía,
buscaría la trinchera honda donde resisten las voces del hastío:
si lo fuera;
no me buscaría más que de otoño a otoño,
ya que las corrientes no cesan de llorar ni siquiera en la sequía.
Sobre sus vegetales muertos yacen pieles de serpientes, también,
no porque quisieran revestir su vergüenza de antes,
sino porque el olvido las ha desvestido tras el amor.

Ser libre no es búsqueda ni un encuentro,
pensó al alba un gallo sometido, de pie sobre una veleta:
yacerá despiadada libertad cuando arranque, pedazo a pedazo,
la piel del poema,

la vida al pasar.  

La lágrima roja

A todos tus oros y agasajos y desapacible pantomima de máscaras fastuosas
aborrezco, aquí prefiriendo el dolor, la miseria, las arañas, y el olvido.
Sobre una litera malquista me recuesto, acariciando lo que en sueños

se muestra como esperanza y reincide como sangre. 

14.8.13

Ha sido el hambre

Hermano, ha sido la mañana inhabitada:
quién nos dijo que sin desayunos reventaríamos
con voluntad cada pie de vergel?
Habitamos sobre la tierra seca y furiosa,
Dichin hastiin se rompe los dientes riéndose de nosotros.
Hermano, hemos hecho caldo en nuestras manos,
bebimos nuestro mismo hueso, yo el tuyo, tú el mío,
en mediodía lacerado por las agujas del tictac errante.
Querido, apaleado mío, hermano,
me hubiese convertido en leche las lágrimas
para dártelas tibias en potes iracundos, cazuelas rojas:
hubiese hecho de pan mis dedos,
para no escribirte y cortarlos y delicadamente
servirlos sobre platos majestuosos que tu imaginación fundiera.

Pero veme aquí, con la espina abierta y los ojos de óxido,
tratando de decirte lo que no puede decirse:
y ya esto no es un poema, es un lamento

que el estómago recita en su guarida oscura.

13.8.13

Las mujeres de la flota

No sabías que te estrechaba la tristeza en mis colmenas de día,
agua herida te caía del ojo izquierdo en la mañana, cuando el sol a veces conmigo.
Pocas fueron las que pasaron por caminos de hielo o gracia
vendiendo frutos desgraciados, desconocidos hasta para la propia lengua:
lija con la que raspar la miseria en el beso,
purgar toda desolación arraigada en el diente.

Así se conocieron las mujeres de la flota:
sin amor ni esperanza todas dieron de beber a los hijos del mar esa mañana.
Sólo tú dormiste hasta ahora,
donde mis manos te escriben, yaciendo incorpórea, precisa:
No has vuelto a ser jamás más que aquellas mañanas de agua herida.


12.8.13

El buscador

Te recorro como una estampida
buscando mis ojos, te hiervo
en una olla perdida que han olvidado los peregrinos
que desandan mi memoria:
estacado en la nostalgia de una sentencia te busco.
Encuentras en mi búsqueda la tuya
y cuelgas las pestañas en la espina de mi sonrisa

Flechería que oscurece al pueblo:
apagón de los sentidos bajo los dientes.


Cae mi brújula en el laberinto de tus manos.

11.8.13

La caja enterrada

El odio que manipulaban los hijos de Pandora con los dedos de vaho y roca, sin dejar
de ser unas puntas de flechas castigadas, está, sí, no lo crean los
idólatras del cielo terso,
metido, como un puño disoluto, en una caja, una pequeña y estúpida
cajita de madera.
Allí, allí dentro, en ese corazón sin fuego, está el odio; allí
están todos los odios y los gritos de las bestias, nosotros. Incineración sin objetivo.
Tal vez no lo recuerdes, pero una vez estuviste cerca de encontrarla.
Hacía frío, y me diste ambos labios como regaladas amatistas, y dijiste
que querías llorar, e irte, y desaparecer dentro del claustro de una fiera,
quizás para ser pedazos de tiempo, porque eras tiempo, y me arrasabas.
Y caminando, tropezaste con una baldosa que estaba fuera de lugar.
¿Recuerdas? Allí, según ha dicho la cruz en el sueño del ídolo, estaba la caja,
justo debajo nuestro,
latiendo de odio, gimiendo de lluvia, lloviendo de encierro,
esperando a ser descubierta y liberada.
Pero nosotros seguimos caminando, hasta que yo te perdí en la niebla,
y tuve que regresar a la sima que me esperaba, como bostezando,
y rebelar mis sentidos contra la sangre

que seguía cayendo perenne desde una grieta donde leía tu nombre. 

9.8.13

Invierno I

Ahogado por el vapor de mis propias lágrimas
cayendo sobre el brasero
abrazo el miedo de mí mismo ya perdido a ser mío.

El concierto de mi sangre


                                                                                 A Alan Rusch

"(...) mi hermano despierto mientras yo dormía, mi hermano mostrándome detrás de la noche su estrella elegida."

Julio Cortázar
 
A mi lado el negro fuego prende la tristeza en las lumbreras, y ladeo la cabeza melancólica para observarte, mientras despejas el polvo del armonio y me traduces una melodía.
Remueves el órgano, y se lava el musgo que con celo cubría el árbol de mi pelo.
Tomas el helicón, y socavas la tierra que se ha estancado en el novilunio.
Rasgas el arpa; un demonio abandona el nido que ha hecho de primavera.
Besas el oboe, y mujeres de aladas cabezas echan miel sobre el dolor de los yunques.
Tiemblas el arco de violín, y los pasos que no te respetaron ahuecan sus bocas sobre tus huellas.
Revientas el bajo: de la escarcha nace el herbaje, y en tus tormentas llueven tigres.
Muerdes el piano, y en una ilusión de pájaros se fragmenta el sueño que en un reflejo te vio llorar.
Ojeas el tambor, y los mendrugos que partieron tus dientes elevan ahora las manos para abrigarte con ópalo y aguamarina.
Desnudas la guitarra, y las bemoles arrojan el oro de sus morrales para cubrir el camino por el que tus pies pasan.
Tu caricia destierra las estaciones eternas, hace pan del viento, abre sonrisas en la carne del limbo, obliga a arquear el cabello de dioses cabizbajos:
En el concierto del mundo eres el trueno.


Y cuando la orquesta de tus ojos descanse, da la vuelta y recoge las brasas de tus manos: Yo te espero siempre junto a mi hoguera estéril, hermano.

8.8.13

Entre luces perdidos

Tu dedo cae bajo solo por señalar el mismo ojo intruso
que, gota entre el fuego, te observaba con un riñón
en el reflejo del candil en el iris.

Lo hubiese dado todo por poseerte, él, todo.
El agua mordida por los cabellos, el humo trabado en una chimenea,
las manos hinchadas de amor entre los fresnos…
todo.
Lo que puedo explicar y lo que no,
aunque su sacrificio no acabara allí,
jamás,
ni en el desgarro de mi pluma
ni en la explosión arterial de tu físico marmóreo, desaceitado, pulcro, imposible.
Quizá sea nuestro magín,
y él ya no te busca, ni con un ojo ni con dos,
y por tal tu dedo cae solo,
apuntando la lágrima que estrecha tu sombra,

nacida de un sol que ha sido acabado.

7.8.13

El horror de la poesía

Es la noche muda y apuras, no sin celo y promiscuidad, las hojas del libro.
Las sombras en su manida descansan, tratando de olvidar pesadillas
del hollín causadas; el ahogo y la piedra;
llegará sin embargo el recuerdo cuando a contraluz se revele Jerusalén:
umbría nariz tapada por cierta mácula:
El sagrado grito del látigo que las descarnó arde, ahora, arde en la punta de tus dedos
por cada página que pasas:
Bostezan las sombras y retoman la querencia por la tierra afuera,
abren, hacia abajo, hacia abajo:
 las posibilidades naturales:
la sal les frecuenta la carne.
Sueños descendientes; llaman tu sangre de ahora en la noche.
Las hojas vuelan por tus dedos en llamas
y el horror de la poesía se te va revelando:
Rosa de Jerichó con el tallo ahogado en vino. 

El horror de la poesía se te revela, dado vuelta el reverso de tu vida:
Las sombras preparaban tu tumba.
Ahora tus dedos descansan, apagados, de la tristeza salidos,
y también la última página cae: Un montón de ceniza en el suelo. 


6.8.13

La Grecia oculta

El poeta, ya ciego, metió las manos en las vísceras de Hesíodo;
era el ánfora olvidada, el propósito arcano, la tristeza de los días.

Al sacar la mano, apretaba un puñado de cenizas:
comprendió el polvo del último o el primero de los males,
la esperanza, que vendida en las extremidades del mundo
continúa siendo acariciada
por hombres que la poseen,
sin saberse,

poseídos. 

La reina de las naranjas

No es del sueño del que has despertado, no.
Hecho brotar naranjos de un charco de vino;
proveyendo:
de la mazmorra sale un jirón, tortura,
desde el gajo pueden oler tus heridas, pero,
¿Quién comía naranjas durante el asedio?
La reina, alimentando su consorte de caprichosas flores.
A ella apuntaron y ella apuntó: el dedo como una espada.
¿Qué significará para una mano ser verdugo?
¿Qué será para una naranja la condena?
Y los oye de pronto, sus herraduras partiendo el suelo,
y se yerguen como buenos corceles del fin del mundo,
orgullosos entre las mallas, dignos a su mirada:
Reina, has sabido escalar las vértebras de quienes adoraste,
has sabido abrir el ojo del ejecutado,
y entre tanta lisonjería patriarcal y divina,
el mandato te ha acabado: hincó el deber tus párpados, quemó la flor de tu córnea;
ya no eres ni reina ni naranjo,
águila herida, velado hórreo tu cabello antaño adorado.
Saliste hacia el sueño, no has despertado,
y mientras te aferras a las extremidades del vuelo

el sueño te aplasta dentro de tu jaula. 

El nido renunciado

La verdad se derrama como la sangre.
De rodillas ante el humilladero, quebrando los meniscos por amor,
el hueso de padre llorando cenizas, las mismas, las espejo,
que antaño justipreció con caricias de hierro y ampollas dulces,
oh, violentas y olvidadas noches! Gloria y vino y miel de sangre!
Como la sangre
mi juramento de hijo, mi derecho real,
mi herencia de chapas, rubíes, jacintos, pilitas, copas de cristal,
mascarillas, romanas, liras, sueños sin dientes, pastillas, fuegos,
costanillas, ascensos, lágrimas, siembras, lapiceras, cuchillos sordos,
guerras de llantos, de cucarachas, de fertilidad partida;
gotean de mis nudillos depauperados por golpear mal a la tristeza,
besan con lujuria el territorio que hostil
flagelaron los ídolos ya desnudos de granate.

Cerco de llamas que me asfixia los ojos:
Me gritan quienes me abandonaron al fuego que apague el fuego
con fuego:
Solo elevo las llamas,
donde quemada mi alma se abraza
al niño de boca rota, al padre que se fusila a botellazos
en callejones de emolumentos miserables.

Oh, hermano! ¿Criarás mi vergüenza en tus vergeles?
¿Olvidarás mi orgullo a la rapiña? ¿Sonreirás, hermano?
El acero ha cortado en lo hondo: Nuestro orgullo se levanta.
Somos la furia de los ocultos, en los panteones y los estigmas,
somos la borrasca donde arrasan las aguas mudas,
somos el nido a sí mismo renunciado.

El lazo que une al mundo es un solo llanto, hermano.
La sangre que une al llanto es el águila muerta, hermano.
Porque la verdad se derrama como la sangre,

y como la sangre se lava.

5.8.13

Año que viene

Un nuevo año nos prorroga. Un nuevo círculo.
Como la tardanza del otoño en traer un leñame fresco, así llegan,
leones rampantes, los anillos de la sangre,
el aceite giratorio que de frutos de lentiscos
ya olvidados en viejas tierras.
Pero nosotros olvidamos con el cuerpo, y con él lo mismo recordamos.
Este perdón ya te lo he pedido. Este beso ya me lo has dado.
Esta espera ya la he esperado.
Como muertos que bajo el abrazo de la tierra aguardan
un mismo manojo de flores. ¿Qué muerto desearía
un vuelco magnoliáceo?
Procuramos entonces un nuevo laberinto,
al cual yo recorro con deseos de maharajá y tú de aracinta,
y al paso, que es hacia atrás en el avance, vamos circulando,
para que el fuego se coma su propia boca, para que el cielo
respire hacia arriba, para que la magnetita se expulse a sí misma,
y nosotros, en un carrusel de furia,
nos reventemos el llanto con oportunidades rotas 
causadas por los años que no han llegado todavía.


4.8.13

Tú, magna

Como a la Italia meridional la bautizaron
disgregadas colonias con necesidad de madre o amante,
yo te nombro,
te señalo con cada corpúsculo que me erige,
como si yo ya no fuera ni mi voz ni mi nombre,
como si tú fueras el tejido que une, total y violento,
todas mis partes
que te buscan desesperadamente
porque en mí se ha perdido el sentido del ser

durante el culto a tu sexo. 

La habitación de los caballos

Carne transportada en lomos de caballos ilustres
es lo que consiente el ojo mientras oscurece
y el ojo oscurece con cada pestañeo, cada suspiro,
la carne entra en el ojo como la daga en la carne,
el ojo entra en la carne como el agua en el aire,
la soledad montando entra a tu habitación como el fuego,

y tú acaricias solo al caballo cobrizo.

3.8.13

Manantial de la lengua

Retorné didáctico por calumniar las esferas de la lengua,
que mordida colgaba, fina la desesperanza,
sobre los argumentos socavados de calladas tumbas.

Sobre el cementerio cayeron un día los cóndores fenecidos,
y quien quiso redactar amor sobre la muerte
padeció el suplicio de promesa por sombra.


Sabio el que de la lengua deja manar solo su saliva.

2.8.13

Córnea negra

Cebados los inquisidores castellanos en una ojeada,
un destello de lucidez prófugo que una negra triste dio,
esa de caderas de mármol, tierra mojada la carne,
esa la guerra civil de trayectoria vital,
raza anfractuosa,
a los castellanos subyugas con el ojo.
Porque son tus uñas de adobe, ribereña animal,
las que marcan, de verdad en verdad, la confluencia
del Uyacali con el Marañón.
Rompe, córnea única, la pragmática geodesia castellana,
corre por su arteria como eres, como de ayahuasca,
liberadora de memorias del caucho explotado.

Sí, en algún siglo. Ya no dan las cuentas para llegar a la cifra, ¿verdad?
La certeza de los cuerpos desatados, señor. Ellos saben más.

Arráncales la cabeza, córnea, como chancho salvaje
que el olvido ha transmutado en odio, desatina
los pasos de los bufeos, comanda sus tropas,
abre con sus lanzas de engaño
sus árboles de castellano vientre.


A mí déjame esta gabarra,
que río abajo buscará los anatemas de chamanes fusilados.
En la pólvora quemada ya los dragones de Iquitos.

¿Señor?
Fusilen a los dragones.
¿Señor?
Fusilen a los dragones.