29.9.15

Luego de un suicidio

Originario de los que por sangre se llevaron tragedia:
Días son los del ausente, los de la luna quebrada en un espejo victoriano:
No quedan rastros de lo que he sido por lo que soy:
Queda lo que soy abandonado por lo que he sido, jamás yo,
sino el otro que con excéntricas rutinas
decidió no contarme a su lado por estar herido:
"Oh, esa herida abierta, es sólo tuya, y la has abierto tú",
clamor de un oráculo o dios insuflado de azufre:
"La sangre que vas derramando la derramas por querer desangrarte."
Ecos de Yurievo ¿O era acaso Morana hecha ya invierno?
Sí, ecos de los egos viejos y los nuevos,
doña Susana me vio casi muerto en la sala del hospital,
y luego de susurrarme al oído se desvaneció hacia Neubrandenburg,
y yo, yo en la clara ceguera de la enfermería torciendo el cuello
para tratar de ver más allá del techo húmedo y sucio,
con mi mortalidad ya no mía, en la caótica revelación de la palabra:
"Culpa, tómala con gentileza, es tuya.",
todos los dioses erguidos sobre mi confusa cabeza:
¿Quiénes son que con derecho no dado claman verdades sobre mí?
Un frío silencio, o un ruido tan violento que asoló la palabra,
y mi sombra parada junto a la cama del hospital,
secándose las lágrimas:
"No ves lo que nos has hecho?", gimoteó con un dolor nasal en la voz:
Algo en mí dolía, pero era tan ajeno como la verdad:
Frente a mis ojos todo el desfile de los vivos, de los amigos y los amantes,
de los padres y los hermanos
poniendo flores gentilmente al pie de mi litera, inflamados de luto:
"Levántate: Estás vivo.", dijo uno de ellos.
Se fueron lentamente, al final sólo me acompañaba nada:
Y la pregunta, la pregunta atragantada en la existencia:
¿Pero por qué soy yo, si no he elegido estar vivo?

Resonando la campana de emergencia, trozos de vidrio como estrellas
sobre el suelo:
El hospital debía ser evacuado:
Las llamas se fueron elevando hasta tocar los nervios de la noche virgen.

27.9.15

Como el sol que cae de la mano

Como la mano que ha dejado caer el sol,
retrocedo hacia el oscuro reino de la presencia:
La ausencia ha hecho nido en algún mistol
o un quercus robur, atragantada en la tierra:
Ye, humanos de clarión, maniquíes insuflados
de esperanza: Vanas cabezas en la fila hacia el cielo:
Todos dejados caer, todos desplomados:
Yerto el orgullo, la leña rota calentando
sus casas de machimbre y nervios:
La densa opacidad, como la respiración de un gigante,
envolviéndolos a todos
mientras chupan sus cigarrillos blancos, sus vinos agrios:
Ustedes, mortales, que son la ausencia,
me acompañan en mi soledad astillada:
Pues hundido entre las grietas de la esencia
no veo en ella a ningún otra alma,
no veo nada:
Retrocedido hacia la presencia,
la única y abandonada,
despojada de sus ropajes reales,
desnuda entre ustedes:
Mi compañía, vosotros, inermes,
que son la ausencia entera
ahogando mi presencia sola,
mi presencia de nadie,
de nada.

26.9.15

La noche baja

Noche de agua, noche violenta y oscura:
Los cadáveres de las hojas que otoño rojo:
El viento armaba tempestades en las costillas
de los árboles y las cenas familiares:
Nada era lo mismo pues nada dejaba de ser,
por momentos cerúleos, anacrónicos:
Noche de ahogo y primavera muerta,
noche de reyes sepultados junto a sus espadas:
Y en esta noche ella besó mis manos:
Mis manos que acumulan noches rotas
y huesos de desgracia, huesos de animal caído:
Mis manos que han escarbado hasta el útero
de una tierra dura y circular, innata, jamás parida:
Una tierra muerta dentro de sí misma:
Mis manos que estaban tiesas del dolor de antes,
y del de siempre también:
Róseas mis manos de escribirse enfermas,
manos cansadas de este mi cuerpo fantasma:
Ella besó mis manos,
sus labios como el agua tierna, la carne invencible,
rielando sobre la piel magra y los huesos de oligisto,
huesos de polvo y tristeza:
Su boca apenas abierta, apenas dejando salir una respiración contenida,
como la presa que se abre sólo para abandonarse:
Sus manos, también quebradas, también vencidas,
pero todavía tibias, y suaves, y vivas:
Sus manos guardan el secreto último del fuego:
Los dedos enredados, mis dedos lacerados por el tiempo,
o la idea del tiempo, la sangre retenida en las uñas:
Sus dedos como tierra blanca, deslizándose gentiles
entre mis tendones:

Noche de sangre, noche invertida: Ella besó mis manos:
Yo las había perdido escribiendo,
pero ella, hecha de esa noche misma,
me creó unas nuevas manos, unas manos vivas.

20.9.15

El aneurisma de la tierra

El camino descendía
o tal vez descendía yo:
Una gota de sangre en el ala de un dragón,
microbios anarquistas en la médula de Sion:
Pero yo descendía,
o el camino:
Y mi brazo derecho apenas se movía,
o apenas me movía yo:
La lengua se enredaba como una lombriz
en mi boca rota, mi boca de lobo:
La saliva descendía dolorosa,
o descendía yo:
Oro de las ubres, oro de polvo, leche de rey,
cambios en la criptografía de las nubes,
gordas de tanto azufre:
Descendía la lluvia sobre la tierra,
sobre mi cabeza gacha e idiota,
o quizás descendía yo:
La cabeza de Atlas en una pica,
y su sangre que descendía por la madera,
o descendía yo:
Y sin la fuerza del mito, el mundo se quedó ciego,
paralítico, mudo, rabioso:
La tierra descendía,
o quizá descendía yo.
Ahora no queda nada que descienda,
sólo este poema:
O quizá sea yo.

18.9.15

Nada que recuperar

Lector, yo estaba tranquilo, fumando y escuchando Sonic Youth,
si mi memoria no me falla,
y noté un silencio que trascendía todos los silencios:
Estaba yo solo con mi cuerpo,
sin preguntas ni pensamientos,
solo, con mi cuerpo solo:
La sombra se había ido también:
Mi cuerpo también estaba solo:
Ambos fuimos conscientes de nuestra soledad
y nos dispusimos a hacernos compañía:
Larga noche de basalto y asfixia; Dios en la cama de un hospital:

La mañana llegó, como un tigre que acecha,
y finalmente mi cuerpo recuperó su sombra,
y empezó a dolerme, pues ya no estaba conmigo:
Pero yo no recuperé las palabras,
el silencio se quedó para siempre,
y mi mortalidad se quebró como un vidrio:
Solo en el silencio sin mi cuerpo:

El poema es mi sombra.

14.9.15

Conversación con el lector

Lector, debo de tenerlo cansado de hablarle de la muerte todo el tiempo,
¿verdad?
Me gustaría hablásemos de otra cosa, algo más cotidiano,
como las ratas entre el hollín de mi cocina: Oh, sí,
hay cientos de ellas, pero ya se irán puesto que mi gata
es una cazadora feroz, y las va dando de baja
una por una:
Estos días, al creer que se terminaba el invierno, un frío
condenado cayó sobre nuestras ilusiones:
¿Tuvo que abrigarse mucho, lector? ¿Sintió la dureza
en las articulaciones? ¿La desesperación por acercarse a una estufa
o abrazarse al cuerpo caliente de turno? ¿Comió sanamente?
Por suerte la primavera está llegando, no tardará:
Representa mucha esperanza, ¿verdad, lector?
Oportunidades y esperanzas... Los verdes brotes luchando por nacer,
las flores, erguida la noble cabeza, mirando con desprecio al mundo:
Y el amor, ¡Oh, el amor! Viene, va. ¿Cómo le va con el amor, querido lector?
¿Está llorando por una ausencia? ¿Tiene a quién aferrarse? ¿Vive en una ausencia porque busca a alguien que lo ame? Como sea, lector, los tres estados
del amor, cuatro si contamos la espera,
pero esto estaría incluido en tener a alguien, ¿verdad?
Dicen que Plutarco, estudiando a sus admirados Siete Sabios,
observó en ellos un cuarto comportamiento, una cuarta relación con el amor,
mas era tan arriesgado llevar a la práctica su teoría
que se la llevó con el a lo profundo de Europa:
Hoy me he despertado temprano, con cierto malestar estomacal,
pero nada de qué preocuparse:
Nada que no se vaya con un buen descanso.
¿Qué hay de usted, lector? ¿Tuvo un buen despertar? ¿No ha dormido?
¿Alguna pesadilla lo ha atormentado? ¿Debe seguir su rutina ahora que está despierto?
Como sea, lector, fue agradable tener esta pequeña charla con usted, algo más...
liviano. Espero disfrute el espléndido día que le queda por adelante.
Yo debo irme ya, lector:
La muerte me llama.

6.9.15

Otro 7 de Septiembre y el sol que se cae

Un día como un sol derrumbado. Un sol caído del techo negro universal y vacío. Un sol aplastado en la tierra, como un animal muerto al costado de una ruta olvidada. Ese día es este día y quizá sea todos los días. ¿Pero por qué veo más a este día que a los otros? ¿Por qué el dolor es más dolor y la alegría más alegría? ¿Por qué el sol es menos sol? La noche nacida en catedrales derrumbadas por el paso de otras noches, la noche muerta por haber nacido. Con los dedos acaricio la memoria, que tiene una piel dura, pero trozos de ella se me pegan en las yemas, cambio de piel o piel muerta, la memoria como una serpiente en un desierto sin soles ni noches. Un infinito reconocible sólo por la repetición de mi vago gesto de búsqueda, obliterado recuerdo sin dueño, vana melodía en los conciertos de la tormenta.
Y me reconozco irreconocible, tan ajeno que este día no soy yo, este día no soy quien escribe ni quien lee. Soy el niño que vio al sol derrumbarse, atrapado por siempre entre los escombros de un laberinto, laberinto que ese niño reconoce como propio, quemado hasta las ruinas por haberse perdido en sí mismo. Un día. Un día apenas y no soy yo: Peregrinos asisten a la muerte del sol, regresado a la tierra: Una civilización asiste al nacimiento de la tristeza, regresada a la palabra.

1.9.15

Polvo de la revelación

Fuego al fuego:
Tierra a la tierra:
Polvo al polvo:
Cenizas a las cenizas:
Poesía al silencio.