31.7.13

A la espera agotada

Mírame la muñeca ahorcada por un jeronimiano reloj a pila;
santo, santo acero digiriendo el tic-tac rabioso de las agujas,
hincándolas cual aureola en mi nervio de espectro;
a través del muro incandescente las horas raspan los ojos.

Son los días los que arden.
Es la rutina la que hierve mi pena;
ángelus por lágrimas delirante.

Cuando el sol salga y yo ya esté dormido,
pídele perdón en mi nombre, dile que me he volado la cabeza,
pensando cuán esclavo es de nuestros imperios diurnos,

pensando cuán repetidamente solo lo espero. 

El desierto lo calla

Tierra nos ha dado a conocer latifundios míticos,
rizomas sin oídos, fósiles de hambre.
Somos hijos, los nunca dioses, los nunca padres,
nos hermanecen las aguas, los helechos sin fin,
los azufres de antes.

Cuando tierra no fuera volcanes
no fuéramos cenizas;
imputrescible en congoja mirara la bauxita
nuestros hados de no seres
tierra en los ojos
dijésemos a quienes nos olvidasen

En el desierto lo que mata es la ausencia.
  

30.7.13

Detrás de lo simple y lo bello

Oh, mujer con tormentas en los ojos y cascadas de uvas en el vientre,
hoy la serpiente se ha enroscado en tu katiuska,
y solo te queda aguardar la hora del barro y la amarinta
para que se trague tus soñadoras piernas.
Con memorismo he sabido todas tus partes
cuando los naufragios de la naturaleza te traían, bella, única,
hasta el alambrado que rodeaba mi casa,
enseñándome que tras lo simple y lo bello a veces aguarda
una humanidad entera,
como un puma agazapado en la plazuela del último Huchuetlapallan.

Tras la pluma estoy yo,

y detrás de mí la nada.

Reflexión vana

Tiempo ha pasado por los rostros de las jóvenes
que recortaban la vista al tejer el lino
y amaban, entre los cadáveres del cuero, a los colosos,
cuya sombra hacía del sexo una conquista absoluta.
Ha pasado dolor y arena; dientes careados, colmillos de ágata;
lo que tenía nombre fue olvidado para alimentar escorpiones.
Miel seca, triste, en los labios;
las abejas que te formaban la boca son ahora esclavas de la rosa:
solo ella les dicta sentencia y las perfuma con vinagre.
Atenea pasó su virginidad a los machos de arrabal;
Hércules delegó su arrojo a las reinas de rutas partidas.

Ha sido el tiempo, ha pasado:
La brújula nocturna que guiaba a los amantes en la noche
ahora miente, en los valles o los vastos deltas, a piratas de la carne:
chacales se comen las uñas soñando las venas del búfalo:
un ejército de frailes oculta a dios en las esclusas
(los capitanes no entienden porqué el agua solo baja y baja):
los huesos de los difuntos llueven sobre las estaciones de tren:
en la fiesta de los relojes petunias y camelias erigen una corona:
se la calza la locura: dice ser la única que no ha olvidado la belleza.

Tiempo que ha pasado, por los músculos y las raíces:
nosotros también hemos pasado con él,
pero decidimos sentarnos sobre nuestros nombres

y jugar de cuando en cuando con nuestra rutina.

Paso en falso

Ya ajeno de mí mismo:
era el rey de las vasijas y las zanahorias
en calles que ahora solo recorren los muertos.
Ralentizaba los amores,
fermentaba en los músculos tensos de oros.

Entre los minerales y las ofrendas
una desconocida subió a mi trono:
ahora reina como el viento en las cosechas,
y yo me busco en la sombra que se sienta a su lado

29.7.13

Como esta noche

Estas noches como ninguna noche, todas, cada noche;
una hoja monta el viento, todas las hojas, ninguna hoja;
vibra la carne; es el frío clavado en los dedos, en las uñas,
que arañan sobre el nácar su rostro de jaspe infiel;
esta noche como sus ojos, pozos llenos, con aire gritando desde el nervio;
estos dedos como los suyos, rieles impuros, con motores de suspiros
machacando sus caminos de ciruela.
Esta boca como su lengua; tumba de la saliva con sabor a fuego:
Esta noche como su cama;
dominio flagelado que recorro cuando se cierran todas las pieles;

como el infinito pidiendo una más: solo una noche.

Pesa el poema

Había una historia nunca contada,
una historia con piel y carne y nervio y sangre.
Cabellos de trigo o cobre
le fundían el rostro.

Abrían los dedos para repasarla:
Tigre oculto o estrella voraz, echada sobre la respiración del día.
Nadie creía en su simpleza, ni siquiera yo.
Lo rojo y lo raudo se le descollaban en el cuerpo,
quebraba explanadas con las pestañas.
Un día, un día solo, quise explicarla:
Las efigies me comieron las manos.
 
El poema pesa, pesan tus ojos,
pesa la luz, el ojo, tu ojo de arrebato,
pesa, cristal exangüe,
pesa la lengua:
carne que me concentra la boca en señera mentira. 

Siberia

*Los lobos estuvieron por aquí durante la noche,
devoraron el rebaño
mientras yo dormía descuidadamente.
Cuando desperté
vi solo la sangre de tu recuerdo
derramada en la estepa

*se ahogan con tu belleza los sentidos
ardiendo en lo profundo del Yeniséi

*habitas como la extensión inconfesable
te creas a medida que late la reflexión

*en la piel me arden tus vientos
tus surcos se marcan mientras yo abro la nieve

*mientras la tormenta arrasa con la caravana
mi locura quema tu rostro en la tundra




28.7.13

La moneda de tres caras

¿me avisará cuando estén listas las imperatorias, mama?
papa, ¿volveremos a lujar los bordes del chapín imperial?
sueña, él pregunta,
rebasa el arco entre el plenilunio y la conjunción,
entre la resaca y el reflujo,
arrodilla su magín ante el Garona y extiende las lanzas de los carolingios.
m´ijo, venga a segar
¿debo, papa?
m´ijo, venga a segar
¿veremos otra vez a los seis Jizo? ¿la porcelana?
m´ijo, la siega
mama dice que la moneda es la que ha cambiado,
que ahora rueda cuesta abajo pastoreando los rebaños,
que estaca los verticales de la horca,
que demanda lo que deben parir los huertos,
que esconde medio pecho de luna.
mama, ¿ya no tejerá el oro sobre la carne de los yaguaretés?
papa, ¿ya no domará a las matriarcas en los lechos de amatista?
pregunta él, la tercer cara de una moneda
que comida ya muerta por los gallinazos de caliza



27.7.13

Quebrado

Abandonado ya hasta por el odio de mis enemigos escurro/
entre las hormigas que se llevan el pan/ las manos
extrayendo de sus arterias hiel, carbón. Tristeza también.
Hundida la cabeza llorosa y sucia en el vientre de una salamandra
dejo al centinela del invierno robarse el fuego: mi fuego;
ira que amasé en noches espejadas de hoz y guasca,
lunas indomables que desangré con las uñas..

Ido todo, hasta la mano tropieza, indecisa.
¿Qué palabra pondré aquí para triturar las soledades?
¿Con qué palabra morderé la hoja?
¿Con qué palabra abriré mi grito?
De mis ojos la pena ha hecho una huerta:
Día tras día su olvido, lector, cultiva en ellos alguna que otra lágrima.


26.7.13

De otoño una vez

A Margarita Sánchez

Al encuentro de tu piel, morena de tierra y sudor,
de sol y llanto embriagada, viaja mi tristeza,
con un paraguas en una mano y un mito en la otra.
El rocío se desdobla sobre el guajal de un invierno separado,
y estarás cubriendo tus pies
con la panza tibia de un gato sabio,
y tus cabellos profundos estarán dominando
a las estrellas ciegas que clavan sus perdidas lanzas al celo de las nubes.

Mis viajes son complicados, dijiste,
pues de la vigilia al espejismo solo distingo mis manos que buscan,
y creo ir lejos cuando voy cerca.

Qué tan irreal eres.
Los que no han sabido explicarte
sucumbieron a la explosión de tu saliva,
tus átomos son creadores cuando despierta la sangre;
Kara;
separas o unes. Como quieres.
Cércanos. Exílianos. Trilla nuestros huesos de oligisto.
Y en la palabra avanzo.


Desencuentra la piel que te ciñe,
para que yo puede mirarla en cada letra,
encontrarla en todas partes,
olerla,
seguirla,
como a migajas que me guían hacia el fuego. 


Donde muere la esperanza

Eres el inicio de todo.
Cada puerta que he abierto con la esperanza de verte al otro lado,
trillando el cereal, corroyendo el agua de lluvia, que cuando
Venus su sombra copulaba con Marte su sombra te ponía los ojos tristes.
Casi no perteneces a la tierra, cristal vivo, y, sin embargo, a ella te aferras,
para ser feliz con el diccionario y los velados césares,
y no arriesgarte a la incierta mácula de atormentados dioses.
Sabes que en tierra ocultan sus rostros naturales ángeles,
olvidados por las alas, por el viento renegados,
y que también escapan, en los gloriosos montes y hacia el esquivo albor,
las espadas y las orquídeas, pues temen al destino de los hombres,
quienes en orgías majestuosas aman lo efímero, y en señoriales banquetes
derrochan la sangre embriagadora de héroes y hechiceras;
el alba tronchada por el grito de la noche.
Pero tú, tú abres todas las brechas y las posibilidades,
con belleza de tempestad imperfecta, con dulzura de mar despojado,
y haces que se acerque el ojo de la hora última,
donde quedaré destrozado, pulverizado sobre túmulos santos,
sin esperanza, solo esperándote a ti, que todo lo consumes.

Eres el fin de todo.

25.7.13

El niño en la sombra

Mísera lumbre, alumbraba a una multitud infame
que con ojos viciados y lobos,
con dedos de cóndor y árbol,
miraban y señalaban a un niño jamás hombre,
partido bajo la sombra.

Yo no recuerdo qué tristeza masticaba,
la del arrabal ígneo o la de la fuga rósea;
estancaba el aire en mis puños de alambre
y amaba, quizá siervo, sin ojos el faro
muertos marineros de arena.

Separé con dolor los labios,
para preguntar sobre pan o muerte, acto fútil: 
Aún me hospedaba la sombra.

No ser el tigre

Agazapado, sí, presta la tierra a mis pisadas,
confundidos los pies en las huellas de un horizonte muerto,
olfateo el hedor de cueros fugitivos,
clavo las muelas en el silencio de ausencia formado;
hambriento giro sobre los ejes de la nativa arquitectura,
que extiende indiferencia o vida
por nervios carbonizados,
raíces de ira, de dolor levantado.
Sin ser yo, siendo tal vez el descuido en Sicilia,
desprendo los cuernos bruñidos de un rebaño,
extendido a la sombra de los girasoles.
Ya sangra mi cabeza.
Pues verdaderamente no era yo, no era el que cazaba ilusiones
en praderas derrochadas,
era el formado tigre,
y yo el nostálgico buey

que soñando cazar era cazado. 

24.7.13

Los hombres hermosos

Míralos, tendidos sobre sus heridas,
lisonjeando cadáveres de perros;
se seducen a sí mismos con horror y locura,
del espejo vuelven a donde no se vieron,
a donde lloraron mientras su espina se rompía
bajo los ladrillos.
Míralos, que no pueden verte:
Vuelan sobre la vagina lunar,
rayan sobre bajeles pútridos,
desquician el puterío de las palabras,
insultan al águila de hierro.
Míralos, son los hombres hermosos:
Sobre sus pieles se extiende la fiebre de toda una era perdida,
sobre sus cabezas estalla la rabia de siglos violados,
sobre sus hombros descansa la sangre de las semillas fusiladas,
en su pecho late el amor arrancado por dioses infieles.
Son ellos, los hombres hermosos, míralos, míralos siempre:
su memoria está ciega, no pueden verte,
y lloran su lechosa memoria sobre los osarios y las trincheras:
oh, hermosura de tierra, de aljibe tronando.

Sólo se preguntan, en días de pájaros opacos,

 en qué momento los olvidaste.

Invierno rojo

 Por castigado, abriendo la escarcha que puebla
el sur de los sentidos, como un aparejo abúlico arrastrando las quillas,
encontré sin definición certera esa que abre el arco del invierno,
tu flor viva de renegadas alturas, que no sé si nació del vientre
de Teotihuacán o de las noches Olmecas.
Creo que eres por la selva imaginada,
por la garra del puma último trazada,
y yo como el monte que al huracán acude.
Juegas con la vida como el fuego en los dedos de la madera,
descoses a la muerte con tus golpes de rizos indomados,
que abren a su vez los ojos enloquecidos del viento plural.
Ni el suelo tocas, ninfa de las araucarias, y brotas las medianoches rapaces
con gritos que conmueven a Safo.
Tus ojos que laten como agua manipulada
recorren pieles tristes y cueros inspirados por ti, musa negra,
primera y última, silencio de Sade, bestia ilógica,
a las piedras revientas con una sonrisa, a esta Patagonia subyugada
quemas con tu ombligo, tu torso indescriptible revela a este invierno
que escribe torcido, por tus dientes santos, por tus uñas de seda.
Miras, pluma soñada, y exilias todo intento de ser hombre

a los desiertos donde la verdad es borrada.

23.7.13

Un suicida cualquiera

A morir llama la vida,
abren capullos en Oriente con el sol de espaldas,
mallaeöllus, y mi espalda
sabe que sobre ella se han jugado malas cartas, marcadas,
usando como distracción a la bonita mesera que traía la cerveza.
Durante el verano, el recuerdo de un nemoral raya
con oro un brazo caído del sol,
y ella me explica que juega con la última mariposa,
y le digo que amor no sabe jugar,
le pido que lo olvide,
pero su dedo tendrá un ojo siempre en el bosque,
se convertirá en piedra,
y solo la locura del viento podrá cambiar su belleza.
No he sido nada, ni lo seré,
moriré sabiéndolo.
En los extremos de mi yugo, a través de las gamellas,
se refleja un duplo espejo con un tercer llanto
esquinado hacia la desolación septentrional
donde me aguardan, solo y solamente, días de hulla y de hierro.
Fábulas de miseria y carneado orgullo,
solo he tratado de explicarte
que al llamado

lo llama uno.

22.7.13

Vino agrio

Sentado hacia el vacío del abismo de la negra muerte,
hacia donde la vida dirige, no sin vértigo, los ojos vidriosos,
oigo el run run del  viento que bufa violento desde la tierra hacia cielo,
y aprieto entre las arteriales manos un odre lleno con el vino de la indiferencia.
No lo bebas, murmura un jamelgo a mis espaldas.
Pero lo que no ha de caer por el abismo cederá desde los labios;

las manos ya tiesas de la amargura.

20.7.13

El ser y la tumba

Yo que desarraigo los caminos echados a las lágrimas,
 que aflojo los tornillos de la luna, oxidada de parvos ojos, 
de gritos para arriba, de agua estancada en los osarios, 
yo que lato con el hígado en una pica, con los nervios cimbreados por las eras, 
ojeo la fiebre y la levanto del manual a la carne, levanto el rayo a la boca de la expresión,
 friso la soledad hasta la cerviz, muerdo mi puerta, pateo el aullido de las manadas, 
fluyo por la tinta amarilla, de enfermedad amarilla, verde o lapislázuli, 
¿Acaso a los gatos en los umbrales les importa? 
¿A los amantes por sangre expulsados? 
¿A los que del día han hecho un nido? 
No. No interesa si dreno la leche de la cabra soberbia o si golpeo mis ojos con el séptimo signo de septiembre. Creer es fe ciega o amor que fluye. Ser es eso que besarán nuestros hijos en la boca de sus segaderas y sobre nuestras tumbas.

                                                                                             -Amor es ceniza.

19.7.13

Desencadenado

Tengo las manos atadas al fondo de la tierra,
las rodillas hincadas en el hierro fragmentado,
los ojos dados vuelta hacia el útero de la conciencia,
donde son grilleros los dioses de las moscas.
Por la sangre soy condenado,
porque creo en la carne,
en el puro hueso creo.
Esa existencia (que da de comer a rebaños de árboles,
que siembra pájaros en la roca, que cabalga en los rayos)
es la que evoco.
Pero evoco también la condena,
y quien cree en ella cree en la culpa,
y quien cree en la culpa cree en los hombres,
como los dioses de los ignorantes. Por la creencia somos creados.
Sé que no volveré a ser, que laberintos castigados y espejos liberados
sesgarán el torso de mi memoria,
pero, aún atado al vientre terrenal, aún sometido a la fusta de agua,
aprieto entre mis dedos rotos esto que soy,
me doblo, retumbo, me quiebro,
y en un berreo gutural destierro mi alma

de la ofrenda que se le da a los ojos que abren en primavera.

18.7.13

Todo es incierto, mujer

Flor de las razas, oscilación entre la piel, que supo ser más suave
que el agua reposada y mansa de los nimbos degradados.
Tu cuerpo pesa más,
como si cada milímetro de tu carne llevara guardado
cada cuerpo que se venció al tuyo, cada cuerpo que, inintencionadamente,
se olvidó a sí mismo en ti.
Los recuerdas cada vez que la vejez te duele,
desdoblando los huesos u oteando un ángelus,
y suplicas para que, en cada gota de sudor o sangre,
en cada lágrima que tu cuerpo expulsa,
salgan de tu carne para hacerte compañía, aunque más no fuera como fantasmas,
en los estáticos martes de lluvia opaca.
Te cantan los pardales, para que les arrojes las migas de tu infancia,
y te acaban rodeando, amenazantes, entonando un Opus de fuego.
Allí calientas tus manos. Sí, esas zarpas que en sus surcos te describen la muerte.
Y los recuerdas, los recuerdas a todos y a cada uno,
y les deseas prosperidad, y les deseas miseria,
hasta que te das cuenta de que no existen más que por lo que tu corazón ampara.
Entonces saludas al vecino, arrastras los zapatos finos, te sientas,
cansada, olvidada, densa,
y abres el libro en la ajada página

donde alguna vez dejaste caer una joven lágrima. 

El cristal

Mientras leemos poesía
niños germinan, pasados sucumben, piedras se quiebran,
abejas cimientan, el viento pasa, flores brotan,
hombres lloran, ríos corren,
mujeres liberan su sexo, sexo en la tierra,
tierra del cielo, muertos que duermen,
muertos que hablan, dioses graznan,
cabras sangran, mitos son mordidos, el amor revienta,
las lágrimas cazan,
sentimos sin saber, sabemos sin vivir, vivimos sin oros;
se mira, se come, se ciega, se duerme, se ríe, se despierta.
Un camello se bebe el Nilo de un sorbo
y la vida pasa silbando con la cabeza de Marte en una bolsa.
Nos mira la muerte con la cabeza ladeada
de su mano caída rueda la brújula
ya perdido su norte mientras leemos poesía.


17.7.13

Bacium

De tu boca rota, abierta por las manos de Cátulo,
mana de la furia helénica a la fractura de los trovadores provenzales,
como el cielo callado, gris de lepra divina,
la Nueva Inglaterra impuesta y llovida,
el grito aborigen aboliendo las condiciones terrestres,
un desgarrado beat de Whitman,
el hierro caliente latinoamericano.
¿Hacia dónde van todas esas piezas de ajedrez?
El verdugo las persigue con fatiga,
olvidándose muerto por las muertes circulares.
Oh, señora, las hemos olvidado, ya no pregunte por esa madera rebelde.
Yo, de pies sumisos, fatigaré el olvido;
detrás de alguna de sus puertas me espera
un invierno tronchado.


La serpiente buscaba la boca de Cristo.  

16.7.13

Tal vez haya sido el hambre


 la que me recortó las uñas y me quitó los oxidados casquillos
que de puntazo en boca de miseria falseó el eje
donde los ojos se posaban
como mesnada a la espera de inmerecida muerte
en las migas encuentro el amor
la paz
el absoluto
ese mundo inverso donde el estómago es el que late

y el corazón el que abre la boca

Sangre en el agua


Tu simpleza es también excusa, tu belleza maltratada, tu bajel de charco.
Andando por cerros mordisqueados abro jardines de agua, violo la ley de la luna,
tropiezo con juglares muertos, cuyas composiciones puedo seguir oyendo
en los ecos de lejos, de lejana tristeza, de antiguo llanto.
Y son mis dedos temerarios, que penetran la ternura del agua herida,
que emite un quejido inaudible, reservado,
y lo verdaderamente despierto es tu hueso, perdido en todos los mares,
que llama, que anhela pieles de cuyes o vacas, ya la poquedad lo alcanza,
la malaventura de ser hueso desnudo, ahogado en los remotos edenes del agua.
Así, por las noches que asordan cabezas de trenes,
deliran mis dedos, en sus puntas nerviosas, disipándome en un laberinto mojado,
que no existe, como no existe tu hueso perfecto, ni tu carne de puma extremo,

ni mi amor serrano, olvidado por el agua de los jardines de Tebas.  

La indolencia

Qué puede uno contra una estampida de nubes,
una bayoneta de grito, una sonrisa de caña y filo,
el ojo certero del mustio ministerio,
donde sor tras clérigo se suceden los cabellos del otoño.
Corre tras ellas, querido, dales caza. No llegarán hoy al Paraná.
Qué clase de discordante prisma
que busca una fractura
que desangre al hueso.
No la vida o la ópera, no la tragedia o la máscara,
sabrán olvidar todos que mi dolor,
como soprano sombra, como perro de agua,
degolló una vez los restos
que la poesía aun en su féretro guarda.
Fractúreseme la sangre, viértase por los laberintos del llanto,
que como sabueso imposible seguiré hasta las mismas raíces.

¿Sería más simple para ti conocer mi sonrisa?
Lo sería, pero, ¿Por qué? ¿Por qué no sonríes?
Pides demasiado. No tendrás sonrisa. Corre hacia el muelle.
Allí los marineros doblan el horizonte.

 Naturaleza de los bergantines, carambolas de besos.
Quebraré el fino labio del horizonte. Indiferencia infinita.
Corro tras la liebre desollada, abro la vagina de la tierra,
aspiro el semen de los rosetones centinelas,
mino con lágrimas las estepas latentes.
Ya es tarde. Cierro el pecho, la sonrisa en la telaraña
de la amargura ya una carta
y de mi mano una guillotina.


15.7.13

Destrucción del mundo

Vi tus ojos danzar mesuradamente, en amanecer ya ciego,
susurrando que te mordía el miedo. No pude más que eso.
Como un chacal despedazado fui desterrado hacia el aire.
Vi entonces la combustión de unas flores, hechas amasijo en una estrella,
cortando la garganta del canto. Algunas plumas circulatorias
de cernícalos que vigilaban con un solo ojo el aleteo de las moscas
sudaban aceite en el calor de las flores cortando y cortando
quemaron mil graneros en un solo hombre agreste.
La indignada familia expandió la peste.
Vi sus labios melindrosos, la terrible dentadura de la plaga,
buscar a través de tierra y agua hogares para la muerte.
Frágiles eran las pestilencias secándose en dos patas, huéspedes
del último y razones del inicio,
que sembraban a paso y pena torcazas en el embrión del cruce asfáltico.
Al cemento se enredaban como madreselvas orgullosas.
Vi escupir maledicencia a ciudades abiertas, cerradas,
viñas químicas, arrozales de caucho, cañaverales omnívoros,
prados y salinas unidos y naciendo, copulando y pariendo
bestias amables, futuro alimento para los estómagos del ídolo.
Vi a la perra babilónica meter su lengua sangrienta
                                                  como un gusano herido
entre los dientes del dios que la perdonó pero no la olvidó, la lengua
lijando el paladar y clavándose en el corazón a cada latido. Ella,
con las piernas abiertas, le permitió al dios volver a ser concebido.
Vi yeguas y caballos fabulosos fustigándose con raíces sin árbol,
desollándose y tajándose la euforia con cabellos metálicos ruidos sordos,
y sopesar un cáliz trigueño, soportante de la sangre de Troya,
desangre de los cerdos vendidos por el oráculo de las fronteras.
Vi los muslos de las ciudades fláccidos, que entre espasmos
desenrollaban las tripas de la capital de la piedra y la vida
con los dedos anacrónicos de la historia sobre pies de intelectuales,
algunos montados en el ramaje pérfido de ciervos viejos y estúpidos
que trotaban de la sangre hacia atrás.
Críen cerdos y cosecharán hambre, oí decir a un primitivo feroz,
y vi salir de su espalda dos brazos de piedra, granito,
y a él caer sobre ellos y caminar sobre la tela de la conciencia,
desatando hilo por hilo a la dama de mechones gris tristeza.
Vi a la muerte hablando otro idioma.
Luego vi, como sesgándome iba sobre los trinos y las siegas,
una voluta de no sé qué recuerdo aprovechando mi descuido de planeador furioso
sobre la nada, la nada misma, flotando en firme tristeza. Vi.
Otros inviernos invitarán a morirnos el uno al otro sobre el cuerpo desnudo de la lluvia sobre las membranas, otros inviernos matarán las orquídeas que hemos florecido filtrando miel sobre donde no choca el metal de la luna.
Este no. Este ha terminado por mí, y la muerte.
Entonces, rodando como un río herido, me volví y miré a sus ojos.
Y ella: Es suficiente.
Y yo: Sí, lo es.
Y ella: Volverás a mirarme mañana.

Y yo: Mañana, amor mío, pero hoy, por tu vida te lo ruego, no cierres los ojos.

Acto 7

[Primera voz]

Nada perturbaba mi sosiego de hombre ya casi muerto
domado por la fuerza tenaz de las palabras tejidas
con oro en su boca de diosa se aferró a mi alma como
una araña de juguete mientras perdía de vista los
colores del mundo imposible posible declaración no
olvidable pilares florales de este templo en declinación
sangrientaza tan suyo que no me voy sin quedarme
en ella ahora lo sé realmente lo sé rebatiéndome entre
la frontera negra y su amor sus dedos buscándome
como si se hubiera ido la última luz para encontrarme
sin muerte con los ojos devorando hasta el rincón más
lóbrego del amor.


[Segunda voz]

 Guardián de mi vida no te levantes que el fuego
se está yendo siente mis manos esencia de mi
entrega que ya se va la luz y se quedan las cenizas
tiembla tu boca plural rendidas mis manos entregadas
saltan las venas en mis manos por acariciarte quédate
catálogo carnal deletreado con mis ojos mujer soy
empotrada en tus dedos que escupen lejos alguien
fusilería despedazadora que ha rajado nuestras palmas
tu palma siente hombre mío mi mano ciega voraz
tus manos que se me mueren hombre amante mío
piensa el alimento ciego de mis senos leche y sus bocas
cerradas centurión mudo de labios temblando casi ya
ciegos ojos del universo palma alimento de los ojos
boca tuya centurión universo que te me vas en la sangre
en el suelo salta hacia mi gruta cálida con guardianes
de mármol siente no huyas amado las arterias
se cosen se rehílan mi amor dentado descose a la muerte
gruta del alma acurrúcate en mi delicadeza cabes en
mi vientre de la vida autóctono de tu sal ondulaciones
marítimas espasmos idos y vueltos a mí tuya
búfalo de fuego y pasto calador de mis grietas barro
perfecto tatúate en mí soy tu vientre cama sin muerte
coleccióname la sangre en la cama de mi vientre no
mires el fin como lo conocen la pereza y la vigilia
aférrate a mis manos y mis se van mis palabras
salen desbaratadas indefensas mis palabras tus palabras
hablan dentro de mi boca cómo late furiosa el alma
derramándose empapando toda la sangre que entregaste
empapando y empapando ese cuerpo que entregaste
con el alma mi dios el comienzo dorsal en la espina
magnífica ya traspasada en mis ya inútiles manos
y veo del sueño te deslizas
como dejándote a un lado dócil cruzado
al sueño de mi vientre cama de sueños,
al sueño de mi vientre cama de sueños…



[Se va apagando la primera voz]