Aún recuerdo
los laureles caídos sobre la corona
de hueso y fuego
de simple aliento
del recuerdo eterno que rompe la sangre:
Ya no recuerdo a la musa
ni a los bellos atardeceres
de miel y eternidad
que poblaron mi juventud:
Y ahora, caído sobre el manto etéreo,
de las cosas que han sido y que serán
recuerdo febrilmente y con temor
a quien entre lágrimas me dijera:
Olvida, olvida,
aquel ladrón es el tiempo.