Hoy escribo sin ganas de escribir, sufro de una tremenda abulia mental y física,
que no sé de dónde vienen, lo sospecho, mi mente está bastante quebrada,
es frágil como ese hielo que se forma con el rocío temprano,
y por nada se quiebra, y se sigue quebrando, y yo acá sigo forzándola
a pulir las letras, los poemas, las anécdotas, y la mente se rezaga, reniega de mí,
me hace pensar en la muerte, constante, persistente:
Quizá no sea lógico pensar en la muerte ya que es inevitable, ¿Por qué obsesionarse con algo que de todas formas no se puede detener? Sería más feliz estando obsesionado con otras cosas inevitables, como los terremotos,
o los maremotos, o la llegada de la primavera:
Pero es la muerte, del cuello me tiene como a su perro lazarillo, y yo la ayudo
a encontrar mejor el camino por el que tiene que ir, evitar las baldosas rotas de la vida, sus charcos, mirar a ambos lados de las direcciones de la existencia.
¿Y para qué escribo si no sé qué escribir ni siento deseos de hacerlo?
La respuesta es bastante fácil de distinguir:
Para contradecirme a mí mismo, contradecir mi existencia,
formar un espejo donde mi reflejo está vivo, desea la plenitud y las formas del mundo, no teme a la muerte, desea escribir y está lleno de inspiraciones:
Escribo un espejo donde el reflejo es mi contrario, y lo amo.
La mano se cansa, reflejo, viejo amigo, realidad donde deseo existir y no existo.