18.5.17

Estado de agregación de la materia

Mamá, sí. Estoy bien. O como puedo. Esperá.
Era papá. Se le cae la cara, la barba le come la boca.
Nada importrante, sólo la muerte de todos los días.
Sí, mamá. No, papá no se subía a los árboles para espiarnos.
La tía no tenía un ángel en la cabeza, no sé por qué le pegaste.
Ya sé que lo viste, mamá. Todos vemos algo alguna vez.
Bien. Los abuelos son buenos. El invierno va a ser difícil en el campo,
pero eso no es noticia. ¿Van a morir las crías de las cabras otra vez?
Eso es algo triste.  ¿Sabés que hay un programa de televisión
que habla de la venida del invierno? Sí, es muy famoso. Me gusta,
como a muchos. No soy diferente. Especial. No. O sí, a la manera
en que todos son especiales, mamá. Ninguna.
Nadie se esperaba lo de la tía Manuela. O creo que sí.
Yo la había olvidado, y ahora está muerta. ¿Te estás recuperando de la noticia?
Me alegro. Murieron muchos famosos también, mamá.
Pero para el mundo no murió la tía Manuela. Sólo para vos.
Quizás algo para mí también. Es la muerte abriendo puertas.
Ayer justamente vi una película en la que hablaban del contraste.
Uno debe morir para que el resto valore la vida. Contraste.
Linda frase, pero no tanto cuando no se muere uno, sino demasiados
como para llevar la cuenta. ¿Quién queda para valorar la vida
cuando todos se mueren, mamá?
Sí, yo quedo. Quedás vos. Queda papá. Queda algo. Los restos.
No, mamá, no tuve bronquitis este año. Neumonía menos.
Pero el invierno todavía no llegó con todo el peso. Ahí hablamos.
No estoy tomando las pastillas, mamá. No sé. Siento que puedo de momento.
Vivir, qué voy a poder. Bueno, lo de siempre, si no es vivir, es sobrevivir.
Como Guts, el protagonista de un manga que me gusta mucho.
Claro que no lo conocés. Creo que no sabés ni lo que es un manga,
aunque pretendas saberlo. Creo que no sabías ni lo que era un hijo,
pero pretendiste. No sabías ni lo que era la vida, mamá.
Pero sobreviviste. Y seguís haciéndolo. Como Guts. No, no es un amigo, mamá.
Me causa gracia, siempre te preocupás por eso.
Hay alguien que amo y quiero cuidar, aunque me derrumbe yo en el camino.
Sé que para vos no soy malo, mamá. Una madre es Dios ante los ojos de un hijo.
Lo dijeron en una mala película basada en un videojuego que me gusta mucho.
Dios no juzga, ama, perdona. Una madre es Dios. McCarthy dice que la guerra es Dios.
Me confunden, mamá. Sé que no lo soy para vos,
pero cargo con la culpa de algo, algo parecido a la culpa de vivir.
¿Y no fuiste vos quien me parió? ¿Eso no te hace cómplice? De mi vida, digo.
No importa, no pienses en eso. No llores, no me gusta hacerte llorar.
¿Seguís comiendo palta? Con miel te gustaba. ¿No se consigue allá?
Pero el abuelo sigue teniendo el criadero de abejas, ¿no?
Cuando vaya a verte vas a tener que recibirme con queso y miel.
Extraño el sabor de las tunas, aunque no lo recuerde casi. Apenas recuerdo tu cara, mamá.
¿Cómo te ves ahora? ¿Sos la misma cuando mirás al espejo?
¿Yo sería un espejo si te vieras igual ante mis ojos?
¿Importa un rostro cuando se conserva en la ausencia?
Hermano está bien, mamá. Está enamorado y va al gimnasio y trabaja.
Usa anteojos ahora, le quedan graciosos, pero sigue siendo lindo.
Está bien, sí. ¿Por suerte?¿Gracias a Dios? No sé, mamá. Es la vida pasando.
Si creyera que tu Dios me preparó un camino, ¿lo caminaría, mamá?
¿Caminaría con esta cruz que llevo al cuello? Sí, la que compré en la parroquia.
Ya tiene casi 20 años. No sé ni de qué está hecha, pero perdura.
Sigue conmigo. La cruz. Es irónico si lo pienso. No, nada, no importa.
¿Estás dejando el alprazolam? Me alegro. Aunque no sepa qué significa.
Te estás liberando de las posibilidades, quizás. De las circunstancias
que pertenecen a un tiempo que no recordás.
La casa se cae a pedazos, mamá. No tiene arreglo. Aunque a veces la miro
y pienso si es la casa la que se está cayendo o soy yo. Si cuando llueve
se inunda la casa o me inundo yo. Si las ratas corren por la casa
o corren por mí. Si la humedad expande su cara abstracta en las paredes
o las expande en mí.
Pagamos como podemos, mamá. Y sí, es cada vez más difícil. Este mes
quizás no llegue a pagar nada. Y termine en un llano inconexo, una boca
sucia y sin luz. Una mano cerrada y sin fuego. Agua fría y dedos fríos.
Una vida prestada. Endeudado, sí. Mucho. Traicioné. Y no es por la guita.
Siento que endeudé mi voluntad. O algo así. ¿Alma? No sé qué es, si es.
Tu Dios comprende, lo sé. No me molesta, me gusta que reces por mí.
Siento que me extiendo en el vaho que te sale de la boca cuando rezás,
que soy más que este pedazo de carne consciente sentado frente a una computadora.
Me siento mover en las curvas de vaporización, en las curvas de sublimación.
Los estados de agregación de la materia, mamá. No, no es importante. Al menos, no ahora.
¿Tenés que irte? Sí, ya sé. El abuelo está casi ciego. Vos lo guiás,
a pesar de que dijeron que estabas ciega, ciega mentalmente. Yo creo lo contrario.
Creo que ves de más. ¿Cómo enloquecerías, si no es viendo más de lo que se permite?
Guiá al abuelo por los campos, en el monte reseco y duro de escarcha.
Encuentren el camino de vuelta a casa. Yo no me voy. Me quedo.
Me quedo como siempre me quedé. Como un perro viejo o un árbol.
Así, sonreí, mamá. Yo sonrío a veces también. Chau, mamá.
Yo me quedo esperando;
 la muerte está por parir,
mamá.  

6.5.17

ldskñfña

Las ratas. En la cocina. En el galpón.
En la mesada. En la heladera. En el silencio:
Llegaron para traerme la paz final
en mi atardecer viejo
en mi felicidad desierta. 

5.5.17

"La condición animal", de Valeria Correa Fiz

Algunas veces suele sucederme que me pregunto si lo que estoy viviendo es producto de mi esquizofrenia o simplemente la vida es así. Recuerdo al personaje de "Nostalgia de la morgue" diciendo que "cuanto más enfermo se está, más excusas y mentiras se está dispuesto a creer para sujetarse a la vida y a sus pequeños detalles sin importancia." No puedo negar las interminables conexiones que hice con el desfile de personajes que Valeria Correa Fiz deja libres en los relatos de su libro "La condición animal". No puedo negar que mi condición animal esté ahí, en cada uno de esos personajes. Y ahí, cuando este quid surge, me pregunto sobre la sustancialidad de mi realidad. De alguna manera, mientras leía el libro, me sentía escrito.
Su visceralidad y profundidad, su quirúrgica oscuridad, su prosa simétrica que puede variar entre la simpleza más vaga ("La vida interior de los probadores") y la abstracción poética ("Aún a la intemperie") causaron en mí ese temor que se tiene al vivir: El de no saber qué tierra se está pisando, si siquiera es tierra o hielo quebradizo, si se pisa algo en absoluto. Ese orden del pensamiento no responde más que al propio animal reflejado. El miedo es espejado, de forma límpida o distorsionada, poco importa. Uno mismo está ahí, en ese baldío de ficciones que Valeria comanda como si de una sinfonía se tratase.
Si bien los relatos son inconexos en cuanto a trama, asumo que el libro es conceptual. El mal. El mal une como un cordón umbilical a todos estos hijos, como si de malditos se tratase. La autora no hubiese podido encontrar mejor hilo para unir todas estas fantasías (¿realidades?). Lo hubiese encontrado menos como una elaboración existencial sobre nuestras pulsiones que como una mera divagación sobre los tópicos del mal. Y se agradece.
Este tipo de digresiones sobre nuevos autores son raras en mí, por no decir prácticamente inexistentes. Pero, regresando a morderme la cola como Uroboros, digo que me pregunté si estaba leyendo una ficción o mi realidad. Porque los relatos de Valeria son, al menos en mi experiencia, una revelación sobre lo que cada uno de nosotros pudo o podrá ser. O es. Y entre el pánico y el dolor escribo esto, porque fui escrito. He aquí la gran revelacion a la que me llevó "La condición animal". En su excelente primer libro Valeria Correa Fiz me ha escrito.
Nos ha escrito a todos.

Iván Rusch, Mayo de 2017

Sobre la autora:

Valeria Correa Fiz Impartió talleres de escritura creativa en las ciudades norteamericanas de Miami y Weston y coordinó el Grupo de Lectura para la cadena de librerías norteamericanas Barnes & Noble durante cuatro años. Posteriormente estuvo a cargo del Club de Lectura de la Librería Melting Pot (Milán, Italia). Desde el año 2012 hasta la fecha, coordina los talleres de escritura y el club de lectura en el Instituto Cervantes de Milán, Italia. Es autora de los poemarios “El invierno a deshoras” (XI Premio Internacional de Poesía “Claudio Rodríguez”, 2016) y “El álbum oscuro” (Finalista Premio Manuel del Cabral, 2016) y del libro de relatos La condición animal“La condición animal” (Páginas de Espuma, 2016). Sus artículos y relatos han sido recogidos en diferentes publicaciones internacionales.  

(Biografía tomada de la página "Aire Nuestro")

Dónde conseguir "La condición animal": http://paginasdeespuma.com/catalogo/la-condicion-animal/

El orden de las cadenas

Nada puede llevarme cerca:
nada puede llevarme lejos:
Las huellas que piso son ajenas:
El Gran Otro me mira con sorna
tras los escaparates de una calle olvidada:
Voy a buscarlo, a preguntarle
quién es y por qué me mantiene
atado a toda esta ausencia:
¿De dónde has venido?
¿Cuándo naciste?
¿Quién te bendeció la sonrisa?
¿Quién te recuerda tanto
que existes?
¿Y por qué soy yo el que te ama,
si de tu sombra apenas me llega el rumor,
si de tus manos apenas me duele la falta,
si de tus ojos apenas me miran los míos?
Y por qué soy yo el que te duele,
si mío no eres más que silencio,
la sonrisa de una mujer,
 de abandono sin dicha,
de negros fantasmas componiendo
la última sinfonía de otro mundo.

Todas las cadenas se ordenan:
Atenea escupe al mar el nombre de Perseo.

4.5.17

8

A Nicole

Otoño llegó como un ahogo, un susto:
De las prístinas córneas veraniegas 
surgieron dolosas hojas en celo y:
Lagos en aquello que no duerme:
Calles con ínfulas de guía
circulan serpenteando entre la duda rutinaria:
La madre de los perros
los pasea con cuidado tal
que confundiría uno tanto amor
con la otra caída:
Hibiscos y Dalias y Crisantemos
circulan el celo de los Pensamientos:
Nada retirará a el caído de la cruz:
Aunque raíces no se sometan
al dulce vientre de la tierra:
¿Qué olvidos habrá cerca de las ruinas,
las ruinas de haber olvidado?
Ah, caído y sin memoria,
caido sin arriba ni abajo,
el consuelo por vida no puede
quitártelo ni la esperanza de la muerte:
La gran rueda hierve,
el trueno no acompaña
la división de tu mediodía,
el comienzo no sangra de los muertos:
Ni de los calvos árboles guardianes:
Aquello que sopesa tu tristeza
es el perdón de las aguas:
Trono o síntoma,
el insulto despierta a la noche fría:

-Cuando dormía era tanto como lo innombrable. 
Pero se me dio por despertar y caminar y fui como el hombre. 
No era feliz, ni lo soy ahora. Nada consolará 
a mi cama sucia y vacía. 
-¿Por qué quiso ser un 8? ¿La infinidad lo asustó?
-Hasta las estrellas están muertas, y lo que es infinito no debe decirse. 
Aún lloran en Hannover por las binarias. Y por haberlas bautizado.
-¿Quisiera ser distinto? ¿Ascender acaso? 
-Ahora soy el equivalente a la muerte de una semana. Y a su nacimiento. 
8 sobrevivieron del Arca. Los reyes me portan para hablar con Dios. 
Soy la justicia matemática. Soy el Mago y los brazos de Vishnú. 
-¿No quisiera volver? 
-Sólo si pensara en Yeats, la nostalgia de la tumba. 
Porque ser infinito es morir y vivir sin pausas.  

Mi pequeña paloma,
todos vamos a morir,
pero ante este pensamiento
refúgiate bajo la sombra de mi tristeza:
Allí encontrarás fuego y huesos que roer:
Debajo de la rósea niebla que hace
oscitar al amanecer
yacen los instintos que te han hecho odiar:
Yace el sexo sin germinar de los europeos:
El alba está sobre la yema de otros dedos,
otra vida:
Pero tus huesos lo piden,
como un vapor negro, un salmo latiente,
todos tus dientes tiemblan
ante la posibilidad del amor:
Quizás en Ohrid, quizás la muerte:

-No soy esto por capricho, sino por odio. 
Y si me tiemblan los ojos es por aquel nacimiento
de la luz que me abrió la boca y la llenó de tormentas,
para ser 7 debo ser simplemente, para ser 9 quizá 
prostituirme un poco y volverme algo vulgar. 
Para ser un 10 debo morir, no hay otra manera. 
Y si existo es porque odio, 
y si odio es porque me puse de pie,
y sobre el osario de los ceros clamo
mi ira sin hogar, mi tristeza de sangre,
y grito el odio al instinto, 
y no hay caminos sin odio,
pues para levantarme tuve que conocer la ternura,
la caricia, el temblor senil de saberme caído,
amando el odio que conmueve a los vivos,
otro amor por amor.