Mamá, sí. Estoy bien. O como puedo. Esperá.
Era papá. Se le cae la cara, la barba le come la boca.
Nada importrante, sólo la muerte de todos los días.
Sí, mamá. No, papá no se subía a los árboles para espiarnos.
La tía no tenía un ángel en la cabeza, no sé por qué le pegaste.
Ya sé que lo viste, mamá. Todos vemos algo alguna vez.
Bien. Los abuelos son buenos. El invierno va a ser difícil en el campo,
pero eso no es noticia. ¿Van a morir las crías de las cabras otra vez?
Eso es algo triste. ¿Sabés que hay un programa de televisión
que habla de la venida del invierno? Sí, es muy famoso. Me gusta,
como a muchos. No soy diferente. Especial. No. O sí, a la manera
en que todos son especiales, mamá. Ninguna.
Nadie se esperaba lo de la tía Manuela. O creo que sí.
Yo la había olvidado, y ahora está muerta. ¿Te estás recuperando de la noticia?
Me alegro. Murieron muchos famosos también, mamá.
Pero para el mundo no murió la tía Manuela. Sólo para vos.
Quizás algo para mí también. Es la muerte abriendo puertas.
Ayer justamente vi una película en la que hablaban del contraste.
Uno debe morir para que el resto valore la vida. Contraste.
Linda frase, pero no tanto cuando no se muere uno, sino demasiados
como para llevar la cuenta. ¿Quién queda para valorar la vida
cuando todos se mueren, mamá?
Sí, yo quedo. Quedás vos. Queda papá. Queda algo. Los restos.
No, mamá, no tuve bronquitis este año. Neumonía menos.
Pero el invierno todavía no llegó con todo el peso. Ahí hablamos.
No estoy tomando las pastillas, mamá. No sé. Siento que puedo de momento.
Vivir, qué voy a poder. Bueno, lo de siempre, si no es vivir, es sobrevivir.
Como Guts, el protagonista de un manga que me gusta mucho.
Claro que no lo conocés. Creo que no sabés ni lo que es un manga,
aunque pretendas saberlo. Creo que no sabías ni lo que era un hijo,
pero pretendiste. No sabías ni lo que era la vida, mamá.
Pero sobreviviste. Y seguís haciéndolo. Como Guts. No, no es un amigo, mamá.
Me causa gracia, siempre te preocupás por eso.
Hay alguien que amo y quiero cuidar, aunque me derrumbe yo en el camino.
Sé que para vos no soy malo, mamá. Una madre es Dios ante los ojos de un hijo.
Lo dijeron en una mala película basada en un videojuego que me gusta mucho.
Dios no juzga, ama, perdona. Una madre es Dios. McCarthy dice que la guerra es Dios.
Me confunden, mamá. Sé que no lo soy para vos,
pero cargo con la culpa de algo, algo parecido a la culpa de vivir.
¿Y no fuiste vos quien me parió? ¿Eso no te hace cómplice? De mi vida, digo.
No importa, no pienses en eso. No llores, no me gusta hacerte llorar.
¿Seguís comiendo palta? Con miel te gustaba. ¿No se consigue allá?
Pero el abuelo sigue teniendo el criadero de abejas, ¿no?
Cuando vaya a verte vas a tener que recibirme con queso y miel.
Extraño el sabor de las tunas, aunque no lo recuerde casi. Apenas recuerdo tu cara, mamá.
¿Cómo te ves ahora? ¿Sos la misma cuando mirás al espejo?
¿Yo sería un espejo si te vieras igual ante mis ojos?
¿Importa un rostro cuando se conserva en la ausencia?
Hermano está bien, mamá. Está enamorado y va al gimnasio y trabaja.
Usa anteojos ahora, le quedan graciosos, pero sigue siendo lindo.
Está bien, sí. ¿Por suerte?¿Gracias a Dios? No sé, mamá. Es la vida pasando.
Si creyera que tu Dios me preparó un camino, ¿lo caminaría, mamá?
¿Caminaría con esta cruz que llevo al cuello? Sí, la que compré en la parroquia.
Ya tiene casi 20 años. No sé ni de qué está hecha, pero perdura.
Sigue conmigo. La cruz. Es irónico si lo pienso. No, nada, no importa.
¿Estás dejando el alprazolam? Me alegro. Aunque no sepa qué significa.
Te estás liberando de las posibilidades, quizás. De las circunstancias
que pertenecen a un tiempo que no recordás.
La casa se cae a pedazos, mamá. No tiene arreglo. Aunque a veces la miro
y pienso si es la casa la que se está cayendo o soy yo. Si cuando llueve
se inunda la casa o me inundo yo. Si las ratas corren por la casa
o corren por mí. Si la humedad expande su cara abstracta en las paredes
o las expande en mí.
Pagamos como podemos, mamá. Y sí, es cada vez más difícil. Este mes
quizás no llegue a pagar nada. Y termine en un llano inconexo, una boca
sucia y sin luz. Una mano cerrada y sin fuego. Agua fría y dedos fríos.
Una vida prestada. Endeudado, sí. Mucho. Traicioné. Y no es por la guita.
Siento que endeudé mi voluntad. O algo así. ¿Alma? No sé qué es, si es.
Tu Dios comprende, lo sé. No me molesta, me gusta que reces por mí.
Siento que me extiendo en el vaho que te sale de la boca cuando rezás,
que soy más que este pedazo de carne consciente sentado frente a una computadora.
Me siento mover en las curvas de vaporización, en las curvas de sublimación.
Los estados de agregación de la materia, mamá. No, no es importante. Al menos, no ahora.
¿Tenés que irte? Sí, ya sé. El abuelo está casi ciego. Vos lo guiás,
a pesar de que dijeron que estabas ciega, ciega mentalmente. Yo creo lo contrario.
Creo que ves de más. ¿Cómo enloquecerías, si no es viendo más de lo que se permite?
Guiá al abuelo por los campos, en el monte reseco y duro de escarcha.
Encuentren el camino de vuelta a casa. Yo no me voy. Me quedo.
Me quedo como siempre me quedé. Como un perro viejo o un árbol.
Así, sonreí, mamá. Yo sonrío a veces también. Chau, mamá.
Yo me quedo esperando;
la muerte está por parir,
mamá.