Muchas veces usted, lector, es pretencioso: Desea que salga de las manos del autor algo que lo remueva del mundo. Algo de egoísmo se guarda también aquí. Pero se puede entender este capricho como un espejo del síntoma que sufre el artista al escribir: Ser dejando de ser uno mismo, pero siendo uno mismo en eso otro que se impone al leer.
Mi fobia, mi prisión y mi condena es el miedo a la muerte. No me abandona jamás, no me permite disfrutar de lo que sea que haya para disfrutar, apenas lubrica los sentidos más agudos para la elusión, y de ahí la escritura desesperada que tiñe mi vida. Mi vida como página en blanco donde la muerte escribe.
Lector, sea un poco más permisivo. ¿Sabe lo que es describir la osamenta de un amanecer y toda su belleza, describir el aroma de esa belleza o del rocío, describir la materia de la que están hechos los sentimientos mientras desde el fondo arrojado de mí mismo una voz no deja de gritar o cantar o escribir dentro mío sobre la muerte, acechante, próxima, presente, tan presente que la puedo oír respirando en mi nuca? Si lo sabe, sabrá. Si no, hágase una idea.
Este servidor debe partirse no en dos, sino en miles de yoes para crear un laberinto donde el yo de la muerte se pierda un momento o se demore en su llegada. Debo crearme una ausencia o una partida para que el yo de la muerte no me encuentre. Debo crearme mares y hundirle los barcos. Escribir bajo estas condiciones es una odisea poco agradable, a veces imposible.
Lector, esto es apenas un milímetro del metraje infinito que riela sobre mi existencia. El miedo. El miedo. El miedo. Pero peor que el miedo es su conciencia. La conciencia del miedo es la realización de este miedo como ser independiente, que conoce a su portador a la perfección y es libre de hacer en él lo que quiera. Cuando el miedo alcanza su plena conciencia, su legitimidad como existencia, es cuando uno está condenado a tenerlo de compañero para siempre.
Lector, siga siendo pretencioso, es lo único que lo salvará de la mediocridad. Pero comprenda a los que quizás nos quedemos en el camino. Pues mi miedo ya no es mío, es suyo, tan libre como para ser capaz de escribir esto bajo mi nombre.
El horror de ese vacío no es su vacío, sino su posible contenido. Ahí, donde la muerte toma prisioneros, para que no mueran de muerte humana, sino de la otra, del otro idioma: Esclavos que deberán hundirse en las letras por el resto de sus páginas.