19.3.15

El perro rabioso

Ambos hombres, cubiertos con harapos sucios y olorosos a óxido
se columpiaban en las hamacas. El parque estaba devastado por el tiempo y el polvo. Se oía el crujido de los huesos del mundo como un enfermo en agonía. Sobre la tierra la tierra reinaba, y el silencio, y el viento inflado de tristeza.
¿Es el atardecer?, dijo. No puedo distinguir. Pero la luz rojiza...
Quizá, contestó el otro. Los relojes nos recordaban eso, ahora ya no están.
Cierto.
Todo lo que existía en el mundo proyectaba sombras que eran como la sangre seca de sus cuerpos inútiles. Espacio. Finito. Mundo. Sobre las copas de árboles pelados revoloteaba el recuerdo del canto de los pájaros.
¿Han muerto todos?, dijo.
No lo creo, contestó el otro. Son testarudos. Y aparte están las cucarachas. Siempre quedarán las cucarachas.
Eso no tiene nada que ver con nosotros.
Lo tiene. Mucho. Ellas son el recuerdo de que alguien las quería fuera de su cocina, o fuera de su cuarto, y que se compraba veneno para exterminarlas, y que se las perseguía. Algo así como un recuerdo de los hombres. Un souvenir de su existencia. Sí, quedan las cucarachas.
Nosotros somos hombres, ¿Qué hacemos vivos?
Ya te dije, idiota. Quedarán más, otros. El fin del mundo era una ilusión de personas inteligentes. Esto demuestra que en la historia, los más inteligentes han sido los más imbéciles.
Han estado cerca. Mira esto. Mira la muerte con su lámpara recorriendo cada recoveco de la tierra.
La muerte debe estar llorando por este absurdo. Su trabajo era más divertido cuando el ser humano creía en un sentido. Ahora que todo eso se ha perdido, su trabajo es una mera tarea de rutina.
Dijiste que quedan algunos, o muchos. Si quedan, si piensan, estarán pensando en un sentido.
Es cierto. Quizá la muerte se divierta con estos últimos.
Hablas como si existiera.
Otra vez, tienes razón. La muerte. Una creación del lenguaje.
O del miedo.
O de las tradiciones.
O de la mente.
Todo. La muerte es posible en todos ellos y a la vez es una ilusión. Era un poco la excusa que los hombres le ponían a la vida para tener que vivirla.
Sí.
El tiempo ya libre, expandiéndose hacia todas partes, sin tiempo. La materia siendo meramente un espectador inútil de su propia existencia. Otra vez el viento. Hacía ruido. Sus huesos, los del mundo enfermo. O el viento, su voz, el gorgoteo final de un degollado. Entre los edificios se colaba un halo de luz roja, entre todo. Sobre la cima de la limitación humana se extendían las nubes gordas y grasientas, hinchadas de gases y azufre y llanto.
No entiendo qué esperamos, dijo.
No esperamos. Se esperaba cuando el tiempo... Ahora... No, no se puede poner en palabras. La realidad no es. Nosotros somos un mal sueño de la realidad, que ahora, al despertar, poco a poco se va desvaneciendo de su memoria.
¿Cómo sueña si no es?
Era una licencia poética.
Oh.
Sólo recuerdo a este imbécil.
Estás insultando bastante.
¿Y a quién le importa? Mierda, puta, coño, concha de su madre. ¿Ves? El viento pasa.
Qué imbécil.
Yo, gracias.
No, a qué imbécil recuerdas.
Oh, a este muchacho. Era un poeta. Escribía, bah. Poesía. Pero eso no me despertó el menor interés. No era ni de cerca lo que pensaba de sí mismo.
¿Cómo sabes lo que pensaba de sí mismo?
Porque me lo dijo. Dijo que "Cambiaría al mundo con su poesía."
Puf, pobre ingenuo. ¿Habrá leído algo en su vida?
La verdad es que era bastante instruido. E inteligente. Pero era tan egoísta y narcisista...
¿Eso no es...?
A quién le importa, si es lo mismo era ambas cosas y las multiplicaba por diez. Pero, déjame hablar. Me acerqué porque en la última etapa de su vida, o eso él decía, estaba destrozado. Realmente, verlo desde fuera daba pena. No tenía empleo, vivía enfermo, y todas esas idioteces románticas que les pasan a los que se la buscan. Me acerqué para ayudarlo, de alguna forma. Creo que apreciaba su poesía. No, no era eso. Me daba curiosidad. Empezamos a tener más confianza y le dije que yo estaría para cuando me necesitara. Pero cada vez que hablábamos... Era un monólogo sobre su miseria. El nivel patético de autocompasión que tenía te daba en el nervio. Veías que sufría, pero su misma miseria te alejaba de él. Sí, era un ser patético. Muchos más se le acercaron, y como se le acercaron se alejaron. Creo que él tenía esa maldad inconsciente. La de dar pena y hacer que todos se compadecieran. Lo más triste es que realmente buscaba ayuda, pero su forma de pedirla era penosa. Sólo querías romperle la nariz y decirle que saliera un poco de sí mismo. Sí, eso. Era como un perro rabioso. Todos sentían pena por él, pero se daban cuenta de que no era confiable, sabían que habría que sacrificarlo en algún momento. Imbécil.
Un trueno distorsionó el sonido del mundo. Fue como un eructo del cielo, a punto de vomitar. Le siguieron varios, y luego algunos rayos destellaron mostrando el esqueleto de la bóveda celestial.
No entiendo a qué viene ese recuerdo, dijo. ¿Qué pasó con ese muchacho?
Le dije lo que pensaba de él en un mensaje. No lo tomó a bien. Como todo narcisista. Dijo que no lo entendía, que nadie lo hacía. Eso me enfureció más y le dije que tenía razón en sentirse miserable, porque lo era.
Habrá...
Su actitud cambió de pronto. Sí, era el perro rabioso. Mostró sus dientes y la baba blanca de su furia se derramó por toda la tierra. Pude hasta oír cómo su voz se convertía de un ladrido a un rugido prepotente. Lo sentía temblar como un enfermo terminal, pero el temblor que lo recorría era el de la furia de un sismo. Me contestó que tenía razón. Que yo tenía razón. Pero que no tenía en cuenta algo. Que él era más. Mucho más. Que iba a borrar el mundo de un plumazo. Que sería el último hombre sobre la tierra. Que la historia moriría recordándolo.
Ja ja, era todo un artista. En el peor sentido de la palabra.
Je, y en el peor sentido de la palabra humano. Pero una cosa me dejó preocupado, a pesar de todo.
¿Qué?
Trueno. Eructo. Bajo la tierra la sangre corrupta de la tierra latiendo y llenando las raíces de los cadavéricos árboles. Luz. Luz roja o negra. El cuerpo enfermo del mundo. A un paso. Respiración agitada del aire. Desaparición del agua y las formas. Las cucarachas como un ejército victorioso marchando sobre la derrota del hombre.
Luego de decirme eso, me dijo que todos caerían. Que todos, los que lo amaron, los que lo odiaron, caerían, caerían como moscas estúpidas. Como estrellas muertas. Todos caerán, me dijo.
¿Y?
Y que él sería quien lo escriba.