31.1.16

El destierro de los dioses

Los sin nombre han sitiado la ciudad,
y corren las almas en ruinas a rearmarse donde el sol, en los cerros:
Agudas son las noches del entendimiento y la razón,
bañan los huesos y los duelen, orean el insomnio
con su oscura fábrica de metales, donde las estrellas son esclavas:
Todos se escapan de la noche,
se van hacia dentro de sí mismos o hacia fuera del otro:
Nombrar algo es existirlo:

Lumbres amarillentas y señeras bañan delicadamente
a las damas hermosas, a las diosas tigre que reposan
sobre el pecho del tiempo,
tiempo de costillas rotas que yace herido,
y se lame las heridas en el prostíbulo de la memoria:
La sangre de los hombres cristalizada,
detenida por el deseo de los inmortales,
que reclaman de la carne lo virgen:
Nosotros detenidos como estatuas en la rutina de la sangre,
abriendo heridas, cortando los miembros de la gran rosa,
quemando todo aquello que fue bautizado,
pletóricos de fuego, desgarrando la vida de lo nombrado:

Los dioses no han muerto, se han escondido en áticos
y cavernas imposibles en la infinitud del universo,
en infinito exilio,
desde donde observan asustados, temblando, casi humanos,
al animal que todo lo nombra.