Los dos hombres caminaban sobre una blanda superficie mientras el sol se ponía al final del mar. Uno de ellos bufó por lo bajo y se secó la frente con el dorso de la mano. El otro suspiró y giró la cabeza hacia la multitud de colores que pintaban el cielo.
¿Esto es todo?, preguntó uno casi sin pensar, y casi sin esperar respuesta. ¿Acá se vienen a morir los que terminaron de hablar?
Se supone, asintió el otro. Detrás de esas piedras se pueden ver los cadáveres. Dicen.
¿Dicen? ¿Quién puede decir, si quien viene no vuelve?
Rumores, leyendas, como quiera.
Se encogió de hombros ante la vaga respuesta. Volvió a secarse la frente. El sudor le pesaba.
¿Y por qué terminan ahí? Inevitablemente, digo. Siempre se puede volver y no morir.
Supongo, contestó el otro. Pero quién querría volver si ya no hay más que hablar.
No me va a decir que vivir es hablar, ¿no? No lo tenía por un...
¿Umh? ¿Un qué? Lo que sea. Esos son los hechos. No los puedo cambiar.
¿Le gustaría tener más cosas que decir?
Obviamente. Quisiera saber cómo decir que el sol es la ilusión de la noche en Piraha, por ejemplo.
Pero estaría diciendo lo mismo, sólo que en otro idioma. O sea, no diría nada más.
¿Sabe que el Piraha no tiene pronombres, colores, tiempos verbales, oraciones subordinadas, y sólo utiliza ocho consonantes y tres vocales?
No lo sabía, pero no tiene nada que ver.
Claro que sí. Para decir otra cosa debería concebir esa "cosa" como algo completamente diferente que se ajustara a las reglas del lenguaje. Ese mismo ejercicio solamente haría de la oración algo distinto.
Sigo sin creerlo.
Allá usted.
La caminata se hizo más densa, pesada, como si el cielo mismo estuviera arrojando su fofo cuerpo sobre ellos. El aire estaba lechoso, casi palpable. Una brisa inútil les acarició los rostros.
¿Y esas piedras qué tienen que ver con nada?, preguntó el que se seguia secando la frente.
Creo que se ha contestado solo, contestó el otro.
Hablo en serio.
Yo también.
¿Es por el miedo al silencio? Yo puedo estar en silencio si quiero, no decir ni mu. Y tampoco me importa si quien está a mi lado dice algo. Si ahora hablo es por los mosquitos. El zumbido me molesta.
Moscas.
¿Eh?
Moscas. Son moscas, no mosquitos. Por los cadáveres, ¿ve?
Ah.
Caminaron un trecho más. El sol caía, anclado a una noche negra. Un olor indefinible subió de pronto y los ahogó. Se repusieron.
¿Por qué la generación del 39 dijo que teníamos esperanza?, preguntó el que se secaba la frente. No entiendo.
Porque ellos tenían esperanza. Viendo esas nuevas tierras. Viendo esas nuevas estrellas. Quisieron contarle al mundo su visión del mundo, pero nadie les creyó. No podía ser posible. Sólo el cinismo reinaba en esos tiempos. No puede culpar a nadie, el mundo estaba loco.
No, no. De todas formas, que tan bella posibilidad acabara en una fosa común...
No tan común. Los que han dicho todo y los que han visto la verdad yacen ahí. No puede ser de otra forma. Los humanos no pueden soportar el silencio que sigue a saber lo que realmente es.
Creo tener miedo, o algo así. Pero no puedo dejar de caminar. Sé que no puedo.
Estamos iguales, mi amigo.
Llegaron a la fosa. Estaba descubierta. Un hedor imposible salía de la tierra rellena con cadáveres humanos. A los dos hombres se les cubrieron los ojos de lágrimas, y mantuvieron estoicamente su posición para no vomitar. Caminaron con cuidado entre y sobre los cuerpos, resbalando a veces por la sangre, o hundiendo un pie en la carne descompuesta. Pero trascendieron. Lograron encontrar un lugar despejado y se acomodaron allí, en posición fetal. El que se secaba el sudor constantemente quiso decir algo, pero lo ahogó el llanto. El otro parecía estar tranquilo. Hasta consoló con torpes caricias al que lloraba. La noche fue cubriéndolos lentamente. Y quisieron mirarse, pero no se encontraban los ojos en la oscuridad. Y qusieron decir algo, despedirse, saludarse, o decir alguna banalidad, pero ya no había nada más que decir.