10.6.14

Tercera editorial ingenua

Lo que implica el deseo como finalidad es la renuncia a uno mismo. Se pasa a ser el deseo, en un espejo, en un vórtice de espejos, donde somos lo que deseamos. Según uno de los siete principios de la alquimia "Todo es doble; todo tiene dos polos; todo su par de opuestos: los semejantes y los antagónicos son lo mismo; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son semiverdades; todas las paradojas pueden reconciliarse". Así es como transmutamos en deseos nuestra existencia. Así sea paradójico el deseo en cuanto a nuestra persona: El amor no correspondido, el lugar de poder inalcanzable, la forma utópica de las cosas: Somos multiversos, una polaridad rota, cuando deseamos. Apenas la renuncia, la verdadera renuncia, sería suficiente para colmar el vacío del deseo. Pues eso es lo deseado, un agujero negro en nuestra existencia. Amar implica someterse, tener implica desvanecerse, poder implica multiplicarse. 
La subversión de nuestra existencia se da al conocer lo deseado: Vemos allí un monumento roto del gran sueño, una idea tergiversada, un absurdo de nuestra inconsciencia. Somos entonces la consecuencia del deseo: Una caja de ira o tristeza rodando por el camino de la impotencia. Si se renuncia, se toma cuerpo, lo tanto anhelado nos conforma, bajamos la cabeza ante el dueño. Si nos revelamos, existimos. El cuerpo es el nuestro, herido, inconforme, maldito. Y es la hora de hacerse cargo de que somos, y somos lo que no podemos desear.