30.5.15

Las grandes prisiones

En mis escritos jamás me verán condescendiendo a nadie; mi propósito es hablar sobre lo más cercano a la verdad, pero la gente detesta que la verdad les sea sugerida: No pueden aceptar ser insignificantes:

 quedan avisados los pocos que habiendo visto el abismo de mis palabras se siguen arrojando a él: 

No acepten la esperanza, desesperen siempre, o serán condenados a una vida de ceguera y conformismo. La esperanza y la felicidad son los grandes males de este siglo: Las grandes prisiones: 

Allí, allí donde el mundo te quiere, aleteando, moribundo: Su gran jaula sin límites. 

29.5.15

Ni uno más

Conocí a mis padres cuando se estaban muriendo
mientras hacían el amor:
No hay zona del cerebro que no se haya infectado con la idea del siglo nuevo como un parricidio invertido, no hay idea del siglo porque todos al despertar, cada día, a cada hora, vemos eso, nuestros padres muriendo mientras hacen el amor:
¿Cómo se complementan los dolores y los vicios de un siglo alcantarilla? Y recién ha nacido, viendo a sus padres...
Es el síndrome de este siglo, es el síndrome de los hijos de este siglo, partidos al medio por sus padres mitades de siglos pasados, una polarización de la importancia, la voluntad, la razón de ser, la voluntad de la razón, el ser de la voluntad, y todas esas teorías crafteadas en los salones de belleza de los in-telectuales:
Hay un agujero en mi poesía, o en mi estómago, como un balazo el hambre pasa, se queda, la bala que no sale, y me desangro sobre vírgenes páginas blancas, sin culpa ni pecado, violadas por mi accidente: ¿Accidente es existencia? ¿Es causa? ¿Pregunta es si se ignora? Yo sigo siendo cuando soy olvidado todas las noches por
este siglo que amanece triste todas las mañanas
porque la noche anterior vio a sus padres muriendo mientras hacían el amor.
Y nosotros, los hijos de los padres de los hijos de los abuelos sin padres, que levantamos murales con mensajes de una amenaza sosegada:

NI

UNO

MÁS

¿Oyeron eso, bestias del desierto, bestias que se ocultan en la oscuridad? Porque para acabar con al violencia (aquí me vuelvo maoísta) hay que llevar a cabo una violencia definitiva: "La última violencia". ¿Pero no es, acaso, la misma promesa que nos hacemos todas las noches, esa que permanece eterna porque se cree cumplida para nuestro gregario ego?

Hoy he juzgado, y este juicio es creador de conciencia. El ser humano, para seguir existiendo, se necesita como juez de los acontecimientos, cuando él mismo es un error de la naturaleza, y la naturaleza es un error del caos:

Eludo luego existo. Yo, en cambio, propongo la desaparición de la conciencia humana: Ni uno más

 ¿Pero qué es el humano, al final del cuento?

He aquí la paradoja de una pregunta que no sabe que existe.
Existir es violencia.

La humanidad cae como la guillotina sobre la gran conciencia del siglo, pero... ¿Cuál de los dos es el condenado?

25.5.15

¿Quién carajo se creen que somos?

Una caravana en un país de polvo. Un país de polvo en una caravana: Llevan a un niño enfermo, al último niño de la aldea. Va a morir, todos lo saben. Han pasado por todos los médicos y curanderos y brujas desperdigados en el camino: Todos dijeron: Es un niño muerto. Pero la madre se resiente. Y como es una mujer bien respetada en la aldea, convence a la gente para que la ayude a llevar al niño ante el único que puede salvarlo:
Dios.
Pero... ¿Qué dios?
El tuyo, el mío, el de todos, cualquiera.
Cómo sabe que es dios, entonces.
Ahí está el camino de vuelta, señor. Si va a quejarse y no ayudar, ahí está.
Los dientes muerden minúsculo polvo. La piel es como manteca, el sol implacable se aprieta contra el pecho desnudo del cielo. El sol como un padre furioso aplastando la tierra. Todos caminan mecánicamente: Detenerse a estas alturas sería morir. Cardos, arañas colosales y reptiles mitológicos cruzan el camino. También la muerte acompaña el carro donde reposa el futuro muerto. Mira a veces de costado el rostro pálido y empapado del niño. Sus ojeras. A veces la muerte se arrepiente de ser ella.
¿Podrías dejarlo con nosotros?, pregunta la madre sin mirar a la muerte, con una determinación férrea, aplastando la arena bajo sus pisadas.
Podría, contesta la muerte. Pero el muchacho estaría en este estado por siempre. Si no tienen una cura es inútil. ¿Acaso quieres que tu hijo...?
Bah, bufa la madre mientras se seca la frente. Sabía que pedirte algo era inútil.
Siempre lo es, sonrió la muerte. Luego sacó un trozo de papel con el cual abanicarse.
¿Dios nos ayudará?, pregunta la madre, esta vez bajando un poco la cabeza ante un hilo de luz que casi la deja ciega.
Probablemente, contestó la muerte. Quiero decir, no hay razón por la cual no haría nada.
¿Cómo sabes que es dios?
¿Cómo sabes que soy la muerte?
Ambas callaron. Un remolino rojo se levantó en medio de la caravana, haciendo que todos se taparan el rostro. El carro traqueteaba. Los caballos tiraban. El pelaje de los caballos como césped negro. Más allá las dunas, ciegas, duras. Las dunas calladas. El camino serpenteaba sin quererlo, sólo lo hacía. Porque era camino y no voluntad. Y en él millones de años reposaban.
Momento, dijo uno de los que iba delante.
No podemos parar, dijo otro.
No podemos dejar de caminar, no ahora, dijo otro.
Pero... Balbuceó el que iba delante de todos. Hay alguien enterrado aquí.
No podemos detenernos, dijeron cuatro o diez más.
Del suelo salían unos dedos morados, abiertos en algunos lugares donde las hormigas león empezaban a trabajar. ¿De quién serían esos dedos? ¿Habrá sido alguien feliz? ¿Alguien miserable? ¿Lo habré conocido? ¿Por qué sólo puedo ver sus dedos? Muchas preguntas atormentaron al que iba delante, que por preguntar se detuvo unos instantes y acabó al final de la caravana. ¿Habrá sido alguien?
Un cactus saguaro se elevaba al costado del camino. El camino que no era voluntad. Todos estaban sedientos, a pesar de que había aún algo de agua en una tinaja que había pertenecido a Diógenes. Algunos mascaban resina o piedras. Pero la visión del cactus y la idea del faro. ¿Qué faro se compara con el grande de nuestras costas? Y nuestras costas están lejos. Así pensó uno de los hombres y casi se ahoga con la piedra negra esférica que mascaba. Tuvo que correr por un trago de agua.
Mujer, esta gente va a morir por un niño que está muerto, dijo la muerte.
No está muerto y esta gente no va a morir, dijo la mujer con la voz quebrada por el polvo en las cuerdas vocales.
De quien la muerte está segura es un muerto.
Dices tú.
Quién más.
Ahí está el camino de vuelta, gritó la mujer mientras alargaba un brazo hacia ninguna parte. ¡El niño vivirá te guste o no!
El rugido último hizo que el desierto se sintiera incómodo, por lo que el sol bajó un poco y el día dio paso a la tarde. Las sombras empezaban a coagularse y a parecerse a la sangre. Los rostros tenían unos quince años más de lo que tenían al salir de la aldea. Los huesos de animales muertos brillaban al costado del camino sin voluntad con fuerza carmesí.
Divisaron una casucha. Era la casa de...
Todos se detuvieron a la entrada. Algunos se arrojaron al suelo para abrazar la negra arena. Otros quedaron expectantes. La mujer llamó a la puerta gentilmente, pero aludiendo urgencia. Un viento vacío se levantó de pronto y ahogó algunos sonidos. Golpear otra vez. La puerta se abrió. Un hombre desnudo salió a atenderlos. Nada más para describir que resaltara, y ni siquiera el estado de desnudez era algo para resaltar, pero ahí está.
Qué, dijo con una voz firme y ronca.
Mi hijo, dijo la mujer.
Qué pasa con su hijo.
Va a morir.
Eso no es una novedad.
No la juegue de divertido, compórtese como quien es.
¿Y quién soy?
¿Vamos a jugar a esto mientras mi hijo se muere?
Por lo que veo aquí, todos se están muriendo. Mujer sin modales, por favor, salga de mi propiedad. Acabo de despertarme de mi siesta y estoy de mal humor.
La mujer se abalanzó sobre el hombre. Este le dio vuelta la cara de un puñetazo, entró a la casa y volvió a salir con un rifle. Disparó al azar y mató a uno de los hombres que se había dormido. La madre, horrorizada, gritó.
¡¿Qué hace?!
Si no se van vuelvo a disparar. Tengo balas para matarlos a todos.
La caravana se disolvió, y de repente sólo quedaban la madre, el carro con el hijo y la muerte sentada junto a éste. La madre en el suelo se inclinó y lloró, y la arena se le pegó al rostro, y cuando lo levantó era una mujer de arena.
Por favor, suplicó. Por favor.
La fría boca del rifle se apoyó en su frente. Una marea negra le colmó las arterias y el mundo se hizo menos material. No supo cómo, pero logró desviar el rumbo del rifle, y abalanzarse sobre el hombre. Lucharon en la arena unos segundos. La mujer mordió la mejilla del hombre hasta que la arrancó. La arena estaba incómoda con tanta sangre. El hombre soltó el rifle y largó un penoso alarido de dolor. Cuando pudo centrarse un poco más, la madre le apuntaba con el rifle. Tenía los ojos del atardecer muerto.
Ahora, a salvar a mi hijo, dijo la madre con un gesto incomprensible.
Y yo que pensé que en este desierto tendría algo de paz. ¿Por quién me has confundido, mujer?, dijo el hombre mientras trataba de detener la hemorragia de su rostro.
No más juegos. Mi hijo.
No sé a qué te refieres con juegos. Yo sólo puedo hablar la verdad, pero me has confundido. Yo... Bah, al carajo tú y tu hijo. Como dije antes, todos están muriendo. Retrasa lo inevitable, me da lo mismo. Dispara, carajo.
El disparo retumbó en el estómago de la bóveda celestial, que en respuesta se ennegreció y luego brilló con unos relámpagos cruzando su rostro.
La mujer respira con dificultad, por unos momentos cree que va a asfixiarse. El rifle yace en el suelo rojo, junto con el cuerpo de ese hombre. Lo inevitable. Dios. Muerte. Vida. Otra vez la marea negra. Si dios hubiese enfurecido el rostro de esa mujer hubiese sido su insignia. Tomó el rifle nuevamente entre sus manos y se dirigió al carro. La muerte la miró sorprendida.
¿En serio?, preguntó. Imbécil, todos ustedes: Haz lo que quieras, todos serán puestos en su lugar, pues el tiempo todo lo devora.
Dioses, reyes, dijo la mujer, seres superiores, siempre superiores, todos en su trono mirándonos con desprecio. Nosotros nos arrastramos por la tierra para su diversión. Bueno, tengo algo que decirles: ¡¿Quién carajo se creen que somos?!
El rugido seguido por el disparo. El cuerpo de la muerte rodando por las negras dunas. Una madre y su hijo en un carro en medio de un desierto que no existe. La noche no tardó en llegar. Era fría, como acero invisible cortando por todas partes, como lobos mordiendo el hueso. La noche se cerró en un vórtice negro.
El niño murió a horas de lo acontecido. La madre usó el último cartucho que encontró para volarse la cabeza.

El desierto desapareció y se volvió página en blanco.  


23.5.15

Entrada: Ataque de pánico

Un hombre al umbral de la muerte, dice que no hay deseo final,
pues el deseo es aquello que el hombre es, y la muerte es la que hace dejar de ser:
Esto es una teoría, y la muerte no la comprende.

Claro que para cambiar las cosas hay que redefinir el término "cosa". ¿O es el de cambiar?
Si le cambiamos el sentido a cambiar:
Paradoja existencial.

Una nube es más dañina que la gripe,
porque en ella se aloja la esperanza,
cuando alguien desea que llueva en un jueves amargo.
Donde se aloja la esperanza:
La hoguera de la razón. 

1, 2, 3, 4, 5, 6, 7... ¿Qué cambia si sigue un 0?


quisiera ser salvado, como todo ignorante suelto por ahí, como todo el mundo, salvado: Esto confirma nuestra condición de náufragos en el mar de la existencia, y nuestra completa ignorancia sobre lo que significa el color mar.

15.5.15

La teoría del espejo III

El concepto de nuestros días se basa en la asociación merecimiento-polarización. Todos merecen (o no) lo que tienen porque, sea del polo negativo o el positivo, uno es uno, sea, uno es el eje del mundo: Cada persona vive, en este mundo de realidades ontológicas, su propio cuento de hadas o de horrores, creando una tercera o cuarta realidad donde el propio yo es distinguido, con honores o autocompasión, como la piedra angular de la quinta o sexta realidad, la justa o injusta, la que nos pertenece o no, la que no somos: Basta ver letreros inscritos con obviedades bajo los cuales todos son el lado víctima y el resto del mundo es la escoria: Mas luego se está de acuerdo si alguien comenta que se siente igual: Es decir, somos la realidad de los espejos, donde los otros son nuestro reflejo, pero lo odiamos como nos odiamos en el espejo, o lo amamos como lo amamos en el espejo: Nuestros días son los días del centro del mundo encajado en una existencia posible, y no la existencia que es: La vida singular, en lugar de ser, sucede: Somos seres circunstanciales si las circunstancias son nuestra proyección, ya sea que esta proyección alimente el motor egocéntrico con antagonismo o heterogeneidad: Como he dicho, en nuestros días no existimos, somos una posibilidad del concepto que tenemos de nosotros mismos.

Pero todos los espejos se rompen.

13.5.15

La teoría del espejo II

Esta poesía ya no sirve, hay que inventar una nueva forma, y si, tristemente, no se puede, lavarle un poco la cara, para que al verla por la mañana no parezca tan triste y vacía de sí misma. Su forma egoísta, su forma de objeto, su casualización, su forma de eco, su patética forma de querer revivir muertos, su anquilosada osamenta en los pasillos de gente arcaica que cree vivir en otra historia, en las cavernas donde van a parar hombres sin ideología: Si no hay nada que se pueda hacer para renovarla, hay que darle entonces un espejo, para que se horrorice de sí misma y desaparezca. Esto que escribo ya no sirve.

6.5.15

Festín del cielo

La lanza de Longinus en mi costado,
el costado que está ausente:
Si todo regresa a la nada, la nada es una forma de gula:
Todo lo que existe se revuelve en tormentas de espadas,
pólvora, ajenjo o milagros:
Y regresa a la nada:
Y el costado presente, lleno de moretones y cucarachas,
de viento norte doblado como una serpiente:
Bellas las cunas de roble donde se hamaca
el rubio amanecer, riela sobre el mundo la hojarasca:
Duerme lejos del ser, la tumba del pasado,
la siega donde todos ruinaban la trilla
por un rizo de la nívea muerte:
Sus pechos de barro y leche temblando
entre las manos de los segadores y los dioses:
Y ella se encarga del todo, lo revienta, toro de mil cabezas,
deseos de ormolu salpicando el banquete final:
Mis dos costados se muerden, sangran viento, vino, agua:
Sangran tiempo:
Tiempo que regresa a la nada,
todo que regresa al todo, la nada; yace rósea esperanza en tu lecho:
Exhausta la nada del festín, marca el norte y nos vomita:
A todos nosotros,
vómito de la nada.