26.2.16

La escritura de una conciencia limitada pero infinita

La soledad empieza y termina en el otro.
Esto es lo que me enseñaron, y no pude aprender. Yo soy una sobra,
un pedazo del mundo que se quedó atrás,
comida del tiempo y recuerdo del tiempo:
Ella me esperaba todos los días
parada en el umbral de la puerta
con un arma en la mano:
Yo era el recuerdo de su esposo
encerrado en órganos sintéticos
y articulaciones de titanio:
Yo era el amante de su nostalgia:
Pero al acariciar mi rostro
ella no encontraba ningún rostro:
Y las lágrimas no tardaban en caer,
y los golpes no tardaban en golpear,
y mi nombre no tardaba en ser de él otra vez:
¿Qué importaba si yo la amaba?
No era yo para ella, era un recipiente
con el que llenar la soledad:
La de ambos, de ella y él,
pues la soledad del hombre estaba en mí, que era,
pero tan ajena como su cuerpo:
triste como la osamenta sin su dueño:
Y aunque mi conciencia la recordara,
recordara cada matiz de su aliento,
cada enzima y lisozima de su saliva,
cada célula y glándula de su piel,
cada proceso de su sistema límbico
y la sonrisa que le formaba:
Aunque, yo le debía una existencia:
Podía decir su nombre como cuando tenía labios,
podía tocarla como cuando tenía manos,
pero todo era apenas una parodia del que fui:
A pesar de mi conciencia viva,
mi cuerpo ya descompuesto no existía:
Y yo habitaba entonces en ella como dos hombres:
El que había muerto y el que estaba vivo:
El cuerpo y la conciencia:
Y ni ella ni yo sabíamos si yo era quien fui,
la polaridad de los sentimientos
sólo causaban un recuerdo:
Del otro, la otra sobra, mi cuerpo:
Y desde este cuerpo artificial la vi morir,
su cabeza despedazada por el mismo revolver
que ella había preparado para mi segunda muerte:
Y no pude llorarla, sólo enterrarla
junto a mi propia tumba,
confundido sobre quién se había ido y quién se había quedado:
Y sin muerte aprendí que había sido feliz alguna vez,
que había escrito versos para alguien que amé,
llenos de metáforas elaboradas, influencias históricas,
llenos de mí mismo, llenos de ella, llenos de tiempo:
Y ahora, sentado en el salón de la casa,
escribo, pues nada más queda de funcional en mí:
Torpemente, con el saber de alguien que ha muerto,
estas palabras que entiendo pero no siento,
escribo, ajeno a mí mismo, pleno de conciencia,
sin saber amar lo intangible:
Un resucitado a medias,
una sobra del mundo que sigue existiendo
como alguien que se recuerda a si mismo,
y seguirá recordándose con indiferencia
hasta el fin de los tiempos.