Mi habitación. No veo más allá de mí mismo. No veo nada.
Pero se oye. Un llanto. Mi hermano de pequeño. Llora ahogado.
¿Se había lastimado la rodilla? Yo lo ayudé. Pero ahora no lo encuentro. Encuentro sólo el llanto. Algo alumbra con luz roja. Apenas. Algunos segundos. Algunos rincones. El cadáver de mi padre. Luz. Apenas. Roja.
Los ojos de mi padre muerto. Abiertos. Salidos de la cavidad orbitaria. Rodando por el suelo. Eternidad donde estaban sus ojos. Luz. Roja. Su cuerpo sucio. De un año sin bañarse. Hiede. Su cuerpo fláccido y muerto. Una botella lo atraviesa como una lanza. Pero el llanto. Ahora es goteo. Mi vecino. Enfermo mental. Desde su casa me llega su grito. Qué quiere. Me molesta. Quisiera matarlo. Pero la oscuridad y el agua y mi habitación. Sin salida. Tormenta afuera. Al mundo se le sale la carne de los huesos. Llueve sangre. Una tormenta de espadas. Pero no puedo verlo. Luz. Roja. Maullido. El gato de la abuela. Pensé que había muerto.
La luz hace hueco en sus costillas. Está famélico. Pero come. Tranquilo. No le teme al agua. Ya no hay miedo al agua. Se come a mi perro. Lo mataron. El perro hizo nada. Fue perro y lo mataron y el gato se lo come ahora. El gato se asusta de mí. Sin razón. Me conoce. Pero se asusta. Se aleja arrastrando con la boca un buen montón de vísceras. Tropiezo. Un cuerpo. Todavía está tibio. No quiero saber de quién es. Camino. El llanto. Dónde. O cuándo. Alguien grita. Alegre. Alegría en la nada. Luz. Roja. Mi madre sonríe sin moverse. Sentada en el suelo. Meciéndose. Sonríe. Le faltan todos los dientes. Está hinchada como un sapo. Es un sapo. Me mira. Oscuridad. Nada. Luz. Roja. Paso. La mirada me sigue hasta que desaparezco. Voy hacia el llanto. Afuera al mundo se le abre la carne como una flor. Los aún vivos se refugian o se matan. El sol enloquecido sube y baja. Tiene el cadáver de la luna entre los dientes. Pero no puedo saberlo.
El llanto. Oscuro. Agua en las plantas de mis pies. El agua del juicio. Me tiembla el cuerpo. Mis huesos son como de arena. Luz. Roja. Mi hermano y yo jugamos. No sé a qué. Somos libres de nuevo. Una pelota improvisada cae a nuestros pies. Es mi cabeza. Yo nos observo. La patean felices. Ríen cada vez que las gotitas de sangre salpican la cara. Somos felices otra vez. Pero el llanto. Sigo. Sin cabeza. El llanto. No lo oigo. No hay nada. Doy tumbos por la oscuridad infinita. Hasta que una mano cálida se enreda en mi mano. Me llama. Sin cabeza. Oscuro. La mano me lleva. No sé si es quien lloraba. No sé si me lleva a donde se prende la luz o a donde se apaga.