Mi hijo ha muerto:
Lo enterramos ayer en el cementerio de Lanús:
Su cuerpo ahora duerme en el útero de la tierra,
e irá en reversa al parto del humano:
Será huesos sin carne, un recuerdo.
Su conciencia la guardé en un centro tecnológico,
dicen que pueden volver a activarla en un cuerpo sintético.
Días negros, mundo negro, tristeza blanca como un hospital.
Ciego.
Mi hijo ha muerto:
Me trajeron ayer un robot con su conciencia:
El robot habla y actúa como mi hijo,
tiene los recuerdos y las mañas de mi hijo,
sufre como sufría mi hijo y se alegra como se alegraba mi hijo:
Me pidió que le cocinara canelones de verdura,
y tuve que irme a llorar a mi cuarto.
Me espanté al notar mi reacción:
No quería que mi hijo me viera llorando,
pero, ¿Qué hijo?
Mi hijo:
Ayer paseamos por el rosedal de Palermo,
un centro de gravedad para turistas llenos de hollín:
El sonreía como sonríen los tigres
cuando saben con exactitud la cantidad de rayas que los cruzan:
Fuimos luego al museo,
donde se guardaba la memoria de antiguos dioses
alguna vez llamados humanos.
Creer en algo es existirlo.
Mi hijo se convulsionó por una muchachita morena
de mojados ojos verdes.
Le dije que vivíamos en una época de epidemia,
epidemia de amor patológico.
No me entendió y fue a regalarle una flor.
La muchacha se asustó y llamó a los padres.
Mi hijo sufrió el abismo de la desolación.
Mi hijo:
Hubo una falla en el cuerpo,
uno de los riñones artificiales del cuerpo sintético.
Me dijeron que podía reemplazarlo,
pero cuesta demasiado dinero:
Lo he gastado todo en mi hijo, vaya ironía.
Dejó de moverse a las 17:34 hs.
Al día siguiente armé el funeral en mi casa:
Vinieron todos mis familiares a darme las condolencias.
No pude evitar el vórtice de la tristeza,
y tuve que ir a un lugar solitario
a llorar la muerte de mi hijo,
pero, ¿Mi hijo no había muerto?