26.3.14

El otro idioma de la muerte

A las ignoradas estatuas, que ya mármol ya piedra
se agachan sobre su falta de sombra, su vacío,
la ignorancia sobre la propia soledad:
Incineración de la idea y el modo, alejamiento del sujeto,
cercana marea de animales, y dientes, y conciencias, y nada,
se habla desde el estómago o la sangre, y la lengua muerta,
cuerpo pesado que la besadora judía olvida:
Toda exhalación conduciendo a lo interior,
a través de bocas de grandes casas tristes, hacia su alma,
aquí corrió tu hermano, tu abuelo dibujaba en esa pared la guerra,
mamá hacía rituales con jueces y abogados, 
jugaban cartas negadas: la familia moría cada domingo:
Y la idea del ser, de noche y sobre la cabeza, pero dentro de la almohada,
el amor lleno de piedras y agua, el deseo y la humedad,
¿Cuántas veces hay que regresar al olvido
para vaciarlo de ausencias?
Callan, callan allá en la niebla los  guardianes,
sus dimensiones no son las nuestras, somos la dimensión de la pregunta,
extendidos sobre los sentidos y cabalgando ideas:
Ah, ahogado fuego ajeno, impropio, sin sí mismo,
lleno de otros y herido por rayos y agujas y tigres:
Todo ser se acerca al otro retrocediendo sobre sí mismo,
todo ser es un otoño continuo o un verano intermitente,
todos los seres son una estación circular,
volviendo siempre al mismo otro, al mismo olvido:
Y hay certezas en las nubes gordas de tristeza, fuego en el cielo,
y yo, lector, olvido su presencia allí, donde lo borra la mano,
donde lo retiene la lectura de símbolos torcidos y ficticios,
y quien permanece sobre la piedra soy yo, quien muere, como usted,
pero en otra vida, otra muerte:
Lector, ¿por qué me he elegido para vivirme?
¿Dónde está el otro,
el que me dicta estas horas

con el otro idioma de la muerte?