¿Y qué hay de mi propia compañía,
que se aleja como un espejo en reversa?
Quizá no sea la hora del domingo, de la misa
de los caprichosos santos, los zapatos lustrados,
los crucificados por la rutina:
En mí duerme una soledad más grande que la muerte,
se estira como los gatos rebeldes,
deja pelos en mi boca y mis camisas,
llora al celo porque está hecho de humo:
Nosotros somos lo que los demás abandonan:
Los caminos que laten de fiebre,
trenes sin pasajeros ni maquinista,
alas que sienten el viento en el cuerpo de un pájaro muerto:
Soy, al menos, esto que se asusta de estar acompañado
por una sombra y un cigarrillo:
¿Quién es mi compañía,
que solitaria habla con mis palabras,
y llena estas páginas blancas?