Noche de agua, noche violenta y oscura:
Los cadáveres de las hojas que otoño rojo:
El viento armaba tempestades en las costillas
de los árboles y las cenas familiares:
Nada era lo mismo pues nada dejaba de ser,
por momentos cerúleos, anacrónicos:
Noche de ahogo y primavera muerta,
noche de reyes sepultados junto a sus espadas:
Y en esta noche ella besó mis manos:
Mis manos que acumulan noches rotas
y huesos de desgracia, huesos de animal caído:
Mis manos que han escarbado hasta el útero
de una tierra dura y circular, innata, jamás parida:
Una tierra muerta dentro de sí misma:
Mis manos que estaban tiesas del dolor de antes,
y del de siempre también:
Róseas mis manos de escribirse enfermas,
manos cansadas de este mi cuerpo fantasma:
Ella besó mis manos,
sus labios como el agua tierna, la carne invencible,
rielando sobre la piel magra y los huesos de oligisto,
huesos de polvo y tristeza:
Su boca apenas abierta, apenas dejando salir una respiración contenida,
como la presa que se abre sólo para abandonarse:
Sus manos, también quebradas, también vencidas,
pero todavía tibias, y suaves, y vivas:
Sus manos guardan el secreto último del fuego:
Los dedos enredados, mis dedos lacerados por el tiempo,
o la idea del tiempo, la sangre retenida en las uñas:
Sus dedos como tierra blanca, deslizándose gentiles
entre mis tendones:
Noche de sangre, noche invertida: Ella besó mis manos:
Yo las había perdido escribiendo,
pero ella, hecha de esa noche misma,
me creó unas nuevas manos, unas manos vivas.