6.9.15

Otro 7 de Septiembre y el sol que se cae

Un día como un sol derrumbado. Un sol caído del techo negro universal y vacío. Un sol aplastado en la tierra, como un animal muerto al costado de una ruta olvidada. Ese día es este día y quizá sea todos los días. ¿Pero por qué veo más a este día que a los otros? ¿Por qué el dolor es más dolor y la alegría más alegría? ¿Por qué el sol es menos sol? La noche nacida en catedrales derrumbadas por el paso de otras noches, la noche muerta por haber nacido. Con los dedos acaricio la memoria, que tiene una piel dura, pero trozos de ella se me pegan en las yemas, cambio de piel o piel muerta, la memoria como una serpiente en un desierto sin soles ni noches. Un infinito reconocible sólo por la repetición de mi vago gesto de búsqueda, obliterado recuerdo sin dueño, vana melodía en los conciertos de la tormenta.
Y me reconozco irreconocible, tan ajeno que este día no soy yo, este día no soy quien escribe ni quien lee. Soy el niño que vio al sol derrumbarse, atrapado por siempre entre los escombros de un laberinto, laberinto que ese niño reconoce como propio, quemado hasta las ruinas por haberse perdido en sí mismo. Un día. Un día apenas y no soy yo: Peregrinos asisten a la muerte del sol, regresado a la tierra: Una civilización asiste al nacimiento de la tristeza, regresada a la palabra.