Originario de los que por sangre se llevaron tragedia:
Días son los del ausente, los de la luna quebrada en un espejo victoriano:
No quedan rastros de lo que he sido por lo que soy:
Queda lo que soy abandonado por lo que he sido, jamás yo,
sino el otro que con excéntricas rutinas
decidió no contarme a su lado por estar herido:
"Oh, esa herida abierta, es sólo tuya, y la has abierto tú",
clamor de un oráculo o dios insuflado de azufre:
"La sangre que vas derramando la derramas por querer desangrarte."
Ecos de Yurievo ¿O era acaso Morana hecha ya invierno?
Sí, ecos de los egos viejos y los nuevos,
doña Susana me vio casi muerto en la sala del hospital,
y luego de susurrarme al oído se desvaneció hacia Neubrandenburg,
y yo, yo en la clara ceguera de la enfermería torciendo el cuello
para tratar de ver más allá del techo húmedo y sucio,
con mi mortalidad ya no mía, en la caótica revelación de la palabra:
"Culpa, tómala con gentileza, es tuya.",
todos los dioses erguidos sobre mi confusa cabeza:
¿Quiénes son que con derecho no dado claman verdades sobre mí?
Un frío silencio, o un ruido tan violento que asoló la palabra,
y mi sombra parada junto a la cama del hospital,
secándose las lágrimas:
"No ves lo que nos has hecho?", gimoteó con un dolor nasal en la voz:
Algo en mí dolía, pero era tan ajeno como la verdad:
Frente a mis ojos todo el desfile de los vivos, de los amigos y los amantes,
de los padres y los hermanos
poniendo flores gentilmente al pie de mi litera, inflamados de luto:
"Levántate: Estás vivo.", dijo uno de ellos.
Se fueron lentamente, al final sólo me acompañaba nada:
Y la pregunta, la pregunta atragantada en la existencia:
¿Pero por qué soy yo, si no he elegido estar vivo?
Resonando la campana de emergencia, trozos de vidrio como estrellas
sobre el suelo:
El hospital debía ser evacuado:
Las llamas se fueron elevando hasta tocar los nervios de la noche virgen.