Volviendo de las ruinas de occidente
a mi casa, que es una hija de las ruinas,
crucé, en medio de otro cuerpo,
hecho de sudor y ropas y cuellos y ronquidos,
al cuerpo de una diosa o fantasma,
la presencia del trueno en la tierra:
Sus ojos eran de vidrio, algo resquebrajado,
con lagañas perfectas y visión de tigre reposado:
Las líneas de la boca eran un idioma,
el idioma de lo rojo y lo húmedo, de lo triste,
algo del silencio en un incendio:
A través de las agujas del momento
me vio, por unos segundos,
unos escombros de tiempo que era mi presencia:
Giró la mirada y se extinguió,
una especie más perdida para siempre por mi naturaleza:
Crucé los días de mis pasos hacia el olvido,
con una picazón en la sombra,
con una manada de lobos muertos en los dientes,
y me incliné sobre la nada,
masturbando mi soledad con este poema.