Lector, si yo perdiera la cabeza,
¿Me lo diría? ¿Me lo haría saber?
Hoy es de mañana blanca, negra como lo ausente:
Yo fumo y no trago humo, sino destinos:
Y me recorren la laringe trasgos inquietos,
policromáticos, que arañan el tejido,
rompen, sangre que no puedo conocer me ahoga:
Y en los pulmones florecen jenjibres de la colmena
y linternas chinas, metros infinitos, no-metros
de existencia oculta:
Exhalo la desesperación neurológica de mi naturaleza,
y en el vaho de la soledad se marcan los colores nuevos
y viejos:
Mi perro es un zafiro rabioso que rebota contra las paredes,
mis dedos son caminos de tierra
que conducen al reino de los sueños:
Soy tan pequeño que entro en un pensamiento,
un pensamiento que se cae y se derrama
sobre los vestidos coloridos de bellas damas
reunidas por la hora del té:
Pensamiento que la mesera limpia
sin saberme existente:
Así que, lector, si yo perdiera la cabeza,
como en esos momentos...
¡¿Pero qué digo?! Ya he perdido la cordura:
Aquí estoy, sin cabeza, pidiéndole a alguien
que acabo de crear que me despierte
del inevitable abismo de la poesía.
27.11.15
25.11.15
La lluvia circular
Con olor a siesta y a lluvia en las calles, un grupo de literatos y su público se encontraban reunidos en un bar donde esas tertulias y lecturas que dormirían a dios mismo. Se presentaban dos poetas: Por un lado una mujer, algo entrada en edad, de trayectoria firme, biografía que ocupaba una página y media en una edición de bolsillo, licenciada en Letras, reconocida mundialmente; por otro lado se encontraba un joven desconocido, llevado allí por un anciano poeta, amigo de la mujer reconocida, su padrino literario: un joven con ojos de viejo, tímido, sin historia, transpirado de tristeza y amargura, ignorado por sus contemporáneos: La idea de la presentación era dejar en vergüenza al joven, quien unos días atrás (mientras estaba borracho durante su solitario cumpleaños) se había atrevido a decir públicamente, a través de una columna en un periódico digital de mala muerte en el que participaba, que su poesía superaba a la de la mujer, que ella era reconocida porque el público se resentía a ser conformista, que la poesía de su generación ya no servía, que ninguna poesía servía ya, y que había que destruirlo todo. Alguien le había acercado el material a la mujer, quien lejos de ofenderse, le propuso al joven que demostrara lo que afirmaba en un debate público.
El sol afuera se metía entre las piernas de la gran ciudad. La lluvia formaba una cortina de nostalgia, levantando del asfalto una neblina rojiza.
Dentro, en la reunión, era momento de leer cada uno respectivos poemas a elección. El joven leyó, ausente, como despegando las palabras de la hoja. Se escucharon apenas unos aplausos. Al acabar se sentía abatido, con la sensación de que el público era sordo o él mudo. Luego leyó la mujer, quien aprovechando la ocasión daba difusión a su último y flamante libro. A su lectura le siguieron unos aplausos más efusivos y algún que otro grito de felicitaciones. Miró al joven. Inspeccionó su rostro, para ver si al fin lo estaba haciendo entrar en razón, pero el muchacho permanecía con el mismo rostro inmutable de siempre. Se propuso un intermedio.
El joven fumaba afuera, indiferente a las gotas que se colaban y le salpicaban el rostro. La mujer lo divisó y, sintiendo cierta compasión, se acercó:
Querido, dijo. ¿Cómo la estás pasando?
Mal, dijo el joven con los ojos apagados. Quiero que termine esto.
Podemos terminar cuando quieras, sonrió la mujer. Pero recuerda cuál es el propósito de esto. Determinar si te equivocabas o no. O sea, puedes terminarlo admitiendo tu derrota.
Un rayo sin trueno iluminó ambos rostros. Los ojos del joven estaban anegados de sangre e insomnio. La mujer vio cómo dejaba salir el humo por la nariz, y pensó en un toro fuera de control.
Esto lo hago por vanidad, dijo el joven. Yo ya he ganado, aún antes de decir que era mejor que nadie: He ganado al apoyar por primera vez el lápiz contra la hoja. Solo quiero que se me olvide.
Querido, disculpa que te lo diga de esta forma, pero eres bastante despreciable. Si tu forma de ver la poesía es una carrera contra el resto del mundo... Bueno, qué decir, es bastante triste. Pero de los golpes se aprende. Algún día vas a madurar y ver esto con perspectiva. Tienes talento, que no te arruine la soberbia.
El evento se reanudó. Ahora tocaba la única actividad que el joven había propuesto: Cada uno debía escribir un poema, y el público debía decidir qué poema era mejor.
Esto es inaudito, García, le dijo la mujer a su editor. No sé por qué te prestaste a esto.
Publicidad, mi amor, contestó el editor. Toda publicidad te viene bien para el libro inédito.
¿Ahora soy una vendida?
El editor rió. No, tonta. Tómalo como un juego. Hazlo por simpatía hacia el pobre muchacho, parece que requiere mucha atención el pobre.
Mejor terminemos con esto, gruñó la mujer, y se retiró al cubil donde debía escribir un poema improvisado.
El joven apenas había tardado cinco minutos en entrar y salir de su cubil con un papel arrugado en la mano. La mujer tardó unos quince minutos. Tiraron una moneda para ver quién debía leer primero: Le tocó a la poetisa. Se sentó erguida y orgullosa, aclaró la garganta y leyó:
El sol afuera se metía entre las piernas de la gran ciudad. La lluvia formaba una cortina de nostalgia, levantando del asfalto una neblina rojiza.
Dentro, en la reunión, era momento de leer cada uno respectivos poemas a elección. El joven leyó, ausente, como despegando las palabras de la hoja. Se escucharon apenas unos aplausos. Al acabar se sentía abatido, con la sensación de que el público era sordo o él mudo. Luego leyó la mujer, quien aprovechando la ocasión daba difusión a su último y flamante libro. A su lectura le siguieron unos aplausos más efusivos y algún que otro grito de felicitaciones. Miró al joven. Inspeccionó su rostro, para ver si al fin lo estaba haciendo entrar en razón, pero el muchacho permanecía con el mismo rostro inmutable de siempre. Se propuso un intermedio.
El joven fumaba afuera, indiferente a las gotas que se colaban y le salpicaban el rostro. La mujer lo divisó y, sintiendo cierta compasión, se acercó:
Querido, dijo. ¿Cómo la estás pasando?
Mal, dijo el joven con los ojos apagados. Quiero que termine esto.
Podemos terminar cuando quieras, sonrió la mujer. Pero recuerda cuál es el propósito de esto. Determinar si te equivocabas o no. O sea, puedes terminarlo admitiendo tu derrota.
Un rayo sin trueno iluminó ambos rostros. Los ojos del joven estaban anegados de sangre e insomnio. La mujer vio cómo dejaba salir el humo por la nariz, y pensó en un toro fuera de control.
Esto lo hago por vanidad, dijo el joven. Yo ya he ganado, aún antes de decir que era mejor que nadie: He ganado al apoyar por primera vez el lápiz contra la hoja. Solo quiero que se me olvide.
Querido, disculpa que te lo diga de esta forma, pero eres bastante despreciable. Si tu forma de ver la poesía es una carrera contra el resto del mundo... Bueno, qué decir, es bastante triste. Pero de los golpes se aprende. Algún día vas a madurar y ver esto con perspectiva. Tienes talento, que no te arruine la soberbia.
El evento se reanudó. Ahora tocaba la única actividad que el joven había propuesto: Cada uno debía escribir un poema, y el público debía decidir qué poema era mejor.
Esto es inaudito, García, le dijo la mujer a su editor. No sé por qué te prestaste a esto.
Publicidad, mi amor, contestó el editor. Toda publicidad te viene bien para el libro inédito.
¿Ahora soy una vendida?
El editor rió. No, tonta. Tómalo como un juego. Hazlo por simpatía hacia el pobre muchacho, parece que requiere mucha atención el pobre.
Mejor terminemos con esto, gruñó la mujer, y se retiró al cubil donde debía escribir un poema improvisado.
El joven apenas había tardado cinco minutos en entrar y salir de su cubil con un papel arrugado en la mano. La mujer tardó unos quince minutos. Tiraron una moneda para ver quién debía leer primero: Le tocó a la poetisa. Se sentó erguida y orgullosa, aclaró la garganta y leyó:
Debajo del brazo la esperanza
y el otro brazo roto.
El camino circula como un espejismo
que parte donde termina,
que les indica a los viajeros
El principio y el final del viaje.
Yo sin camino ni gloria,
hecha ruinas de mi memoria,
te espero sobre los huesos de la oscuridad,
tan de mi carne
que a mi presencia sólo la amortigua
el final de los espejismos.
Los aplausos acompañaron a los truenos. Severas felicitaciones se dieron entre los presentes hacia la clara, espontánea y limpia poesía de la mujer. Esta se sintió gratificada. Sólo la incomodaba, apenas, el rostro ausente del joven, que parecía no estar. Hasta que alguien le indicó que era su turno para leer. El papel donde había escrito se había hecho un bollo. Lo abrió, alisó un poco, trató de aclarar la garganta y finalmente leyó:
Lector, usted que observa desde las alturas
a este poema y a este poeta,
no se indigne si aquí,
sin pomposidad,
se le dirige la palabra:
Ha oído un poema caer como una cascada,
limpio, grácil,
con el rugido interno de la inspiración:
Mire su reloj y marque la hora
para no olvidar jamás
el día del juicio:
Recuerde siempre la belleza de esas palabras,
la lluvia cíclica en una ciudad muerta,
el compás de su certeza crítica
latiendo en su orgullosa existencia:
Sin más lírica,
quizás sin ninguna,
le pido ahora que olvide
a este poeta y a estas palabras,
pues este poema ha sido escrito
para perder.
Lo que siguió luego fue la incertidumbre materializándose. No se proclamó ganador. Todos los que habían atendido al lugar se retiraron confundidos, algunos molestos. Cuando el editor fue a buscar a la mujer para irse, la encontró parada bajo la lluvia, con los ojos perdidos en un vacío del espacio.
Vamos, dijo el editor.
Subieron a un coche. La lluvia parecía dolorosa. La noche era más oscura. Nada se supo del joven. Cuando la mujer preguntó por él a su editor, obtuvo una respuesta algo perturbadora:
¿Quién?
19.11.15
El trastorno
Pido perdón por la escasez lírica últimamente:
Varias enfermedades y problemáticas me están dando vuelta la existencia:
Para mí, existir ya de por sí es un problema: Existir de esta forma es una abominación:
Apenas reconozco la cara que llevo puesta, me siento dejado en el pasado,
en sueños irrealizables, anclado a un presente que no es mío, pendiente de un futuro que no me será dado:
Que los enfermos entierren a los enfermos:
Osteocondritis, gastritis crónica, paranoia, psicosis, obsesiones, dolores de cabeza, sueño insaciable, ansiedad aguda, insomnio, abulia, vómitos, diarrea, yare, yare:
No puedo salir a la calle, salgo: Me tragan las sombras:
Vuelvo oscuro, sin mi cuerpo, hasta que el dolor me recuerda tener cuerpo:
Odio la fragilidad de la carne, quisiera arrancármela, ser ausencia:
Pero no puedo nada, no puedo:
Doctor, trueno, magia: No hay nada más hermoso que un electrocardiograma perfecto:
Los ríos del mundo se extienden como los pensamientos: ¿O era al revés?
Metáforas fáciles, simbolismo rebuscado, repeticiones, manías:
Sólo sé que sé demasiado, pero no lo suficiente:
Es como tener grasa en lugar de ideas: La cabeza se cae:
El estómago está por reventar: Duelen los huesos, duelen:
Podría no nombrar nada, ningún cuadro clínico:
Los resumo a todos en mi existencia:
Resumo la palabra y la continuación del dolor:
La palabra es la continuación del dolor:
Empecé pidiendo perdón, ¿A quién?
¿Quién me leerá? Es intrigante no saber qué tipo de personas puedan leer mis líneas:
¿Qué pensarán? ¿Juzgarán? ¿Serán comprensivos?
¿Alguien realmente me lee? ¿Existe un lector?
Usted, sí, usted, el que está del otro lado de la página, ¡diga algo!
Aquí, de este lado, está muy oscuro y sólo el horror de existir me acompaña.
Sólo el dolor me recuerda que estoy, sin mí, vivo.
Varias enfermedades y problemáticas me están dando vuelta la existencia:
Para mí, existir ya de por sí es un problema: Existir de esta forma es una abominación:
Apenas reconozco la cara que llevo puesta, me siento dejado en el pasado,
en sueños irrealizables, anclado a un presente que no es mío, pendiente de un futuro que no me será dado:
Que los enfermos entierren a los enfermos:
Osteocondritis, gastritis crónica, paranoia, psicosis, obsesiones, dolores de cabeza, sueño insaciable, ansiedad aguda, insomnio, abulia, vómitos, diarrea, yare, yare:
No puedo salir a la calle, salgo: Me tragan las sombras:
Vuelvo oscuro, sin mi cuerpo, hasta que el dolor me recuerda tener cuerpo:
Odio la fragilidad de la carne, quisiera arrancármela, ser ausencia:
Pero no puedo nada, no puedo:
Doctor, trueno, magia: No hay nada más hermoso que un electrocardiograma perfecto:
Los ríos del mundo se extienden como los pensamientos: ¿O era al revés?
Metáforas fáciles, simbolismo rebuscado, repeticiones, manías:
Sólo sé que sé demasiado, pero no lo suficiente:
Es como tener grasa en lugar de ideas: La cabeza se cae:
El estómago está por reventar: Duelen los huesos, duelen:
Podría no nombrar nada, ningún cuadro clínico:
Los resumo a todos en mi existencia:
Resumo la palabra y la continuación del dolor:
La palabra es la continuación del dolor:
Empecé pidiendo perdón, ¿A quién?
¿Quién me leerá? Es intrigante no saber qué tipo de personas puedan leer mis líneas:
¿Qué pensarán? ¿Juzgarán? ¿Serán comprensivos?
¿Alguien realmente me lee? ¿Existe un lector?
Usted, sí, usted, el que está del otro lado de la página, ¡diga algo!
Aquí, de este lado, está muy oscuro y sólo el horror de existir me acompaña.
Sólo el dolor me recuerda que estoy, sin mí, vivo.
18.11.15
Girasoles secos
Hace unos años esta tierra estaba llena de girasoles;
sí señor, girasoles:
Mi padre solía juntar tantas semillas que debíamos ayudarlo a cargar
las bolsas:
A veces comíamos esas semillas,
a veces eran los pájaros los que se las llevaban:
No importaba, una cosa y la otra daban cierta felicidad:
A mi familia, por los atardeceres, le encantaba juntarse en el porche
de la vieja casa y observar la puesta del sol,
y muchas veces vi a mi hermana llorar ante tanta belleza:
Parecía como si la sangre del cielo se derramara sobre la tierra
para purificarla:
Eran rituales caseros, sin peligro de nada:
¿Sabe? No me había percatado de la importancia de esos campos hasta ahora,
ahora que han sido devastados, inutilizados, violados:
Ahora que lo nombra,
recuerdo durante esos rituales familiares
el batir de las alas de las aves que se preparaban para dejar el campo
con el buche lleno:
Eran como pequeñas manchas en el hierro del viento,
sus sombras se tornaba gigantescas y nos asustaban un poco,
pero las amábamos:
Dicen que ahora es imposible para nada ni nadie hacer sombra allí, ni acercarse,
pues la radiación lo ha consumido todo:
Las aves ya no tienen sombra, ¿sabe?
(llorando) Las aves ya no tienen sombra.
No vamos al futuro por gusto, sino por supervivencia:
Y creamos lo que nos perderá por capricho del presente:
Entonces, eso, lo creado, es el ser humano, porque el ser es lo que no puede desear, pero sus ilusiones le dictan el sermón matinal:
Existes y quieres, aceptas, corres, transpiras, sonríes,
comes fideos y chatarra, comes soles y lunas sin darte cuenta:
Pero el tiempo, arrebatado su trono por las manecillas de los relojes,
ha decidido arrasar con todo lo que conoces,
y darte el conocimiento del futuro, que es tu ignorancia presente:
La era del silencio se acerca,
la era del aire inflado de dolor,
la era de las tierras imposibles:
Conste su realidad en el rechazo sobre la idea de ser prescindible,
pelee desde allí,
hasta que llegue la hora de todos los hombres,
la hora del final de las ilusiones y la apertura a la realidad:
La hora que no se marca en los relojes.
16.11.15
Donde juega el mundo
El salón de juego del mundo, lo recuerdas:
Tu cara es como la tierra agrietada luego de las lluvias de verano,
rostro que aprieto sin violencia, para que no se quiebre:
Calles enteras, opulencia del vacío, sinfonías veladas,
acá y allá se pesan, como la novedad del miedo en sangre:
Nuestros días son santos, dijiste. Nuestros días
son como pequeñas partículas delirando en el yermo de la locura:
Y la luz, dijiste. La luz
es como la llamada final de un mundo que se ha quedado ciego:
La luz es su grito:
Lobos finitos, síntesis del vello antártico entre tus dedos de escayola:
Madre, padre, he aquí mi yo mismo, dijiste. Mi yo mismo
que es como la ausencia del miedo que los unió en el amor:
Yo, el inesperado, el inacabado, la espada en la niebla,
los dientes afilados de la tormenta, yo mismo mío:
Los bloques de los panteones que se caen a pedazos,
como cada recuerdo del humano probable (jamás el posible):
Un profeta asaz, lleno de ondinas en la cama de aliso, lleno de pecado,
gritando tu nacimiento sobre una estrella muerta hacia
tantos años que ni la luz puede recordarla:
Y te erguiste, indoloro, lleno de azufre y rabia,
y te proclamaste rey de todo lo que sobre ti se extendía:
Mas los días de gloria han pasado,
dejando sólo estatuas molidas donde palomas huesudas duermen:
Y en los escombros de tu reino juega el mundo entero:
El mundo que recicla los pedazos de tus sueños
para que otros los usen y sean tú jamás tuyo:
El hombre nuevo se erige sobre tus cenizas junto al cadáver del olvido.
Tu cara es como la tierra agrietada luego de las lluvias de verano,
rostro que aprieto sin violencia, para que no se quiebre:
Calles enteras, opulencia del vacío, sinfonías veladas,
acá y allá se pesan, como la novedad del miedo en sangre:
Nuestros días son santos, dijiste. Nuestros días
son como pequeñas partículas delirando en el yermo de la locura:
Y la luz, dijiste. La luz
es como la llamada final de un mundo que se ha quedado ciego:
La luz es su grito:
Lobos finitos, síntesis del vello antártico entre tus dedos de escayola:
Madre, padre, he aquí mi yo mismo, dijiste. Mi yo mismo
que es como la ausencia del miedo que los unió en el amor:
Yo, el inesperado, el inacabado, la espada en la niebla,
los dientes afilados de la tormenta, yo mismo mío:
Los bloques de los panteones que se caen a pedazos,
como cada recuerdo del humano probable (jamás el posible):
Un profeta asaz, lleno de ondinas en la cama de aliso, lleno de pecado,
gritando tu nacimiento sobre una estrella muerta hacia
tantos años que ni la luz puede recordarla:
Y te erguiste, indoloro, lleno de azufre y rabia,
y te proclamaste rey de todo lo que sobre ti se extendía:
Mas los días de gloria han pasado,
dejando sólo estatuas molidas donde palomas huesudas duermen:
Y en los escombros de tu reino juega el mundo entero:
El mundo que recicla los pedazos de tus sueños
para que otros los usen y sean tú jamás tuyo:
El hombre nuevo se erige sobre tus cenizas junto al cadáver del olvido.
12.11.15
Escribir por necesidad no es saludable
Hoy mi padre se ha caído en el baño.
La lluvia, densa, convincente, se filtra por las grietas mínimas
del techo de mi casa:
El suelo se llena se serpientes marinas, de agua sucia,
de resbaladizas trampas:
Pero mi padre se cayó en el baño,
rompiendo completamente el lavabo
(destruido en pedazos como mi niñez)
no por culpa de la lluvia,
sino por su borrachera constante y asesina:
Es cosa de hombres inventarse dioses a los cuales señalar con el dedo
cuando bajo la siega se contempla la plaga.
La lluvia, densa, convincente, se filtra por las grietas mínimas
del techo de mi casa:
El suelo se llena se serpientes marinas, de agua sucia,
de resbaladizas trampas:
Pero mi padre se cayó en el baño,
rompiendo completamente el lavabo
(destruido en pedazos como mi niñez)
no por culpa de la lluvia,
sino por su borrachera constante y asesina:
Es cosa de hombres inventarse dioses a los cuales señalar con el dedo
cuando bajo la siega se contempla la plaga.
10.11.15
Carta de disculpa
Soy yo. Nada ha salido de mis manos que valga la pena estos días, pero tengo explicaciones, o excusas. Hace unos días, a altas horas de la madrugada, salí de mi casa a comprar cigarrillos. Al salir, al moverme, sentí una ligera presión en el esternón, y mientras caminaba mi fatalismo fue incrementando de manera despiadada. Mi obsesión por los problemas del corazón (que había empezado como una hipocondría, que había empezado como pánico) no tardó en dictarme la pronta muerte. Yo, que soy consciente de las trampas de mi cabeza, eludí como pude los pensamientos, y continué mi no vida. Una semana luego, sigo vivo, con la misma presión en el hueso, dolores de espalda terribles, insomnio, desorden alimenticio, presión también en la nuca, pesadillas que no puedo describir, pensamientos suicidas, malestar estomacal, abulia total, y podría seguir. Mi mente se ha ido comiendo a sí misma de manera que ahora el pánico se ha convertido en una prisión: No soy capaz de salir de mi casa debido al miedo de esforzarme y morir en la calle. Y hay mundo afuera, y hay vida. Pero acá, en esta jaula de obsesiones y locura, no hay nada: Hay dolor puro, puro como la materia irreconocible, hay lamento, asquerosa autocompasión, horror existencial, horror real e imaginario, arrepentimiento, recuerdos...
¿Sabe lo que es recordar, en la dureza de una cama vieja, sólo aquello que lo ha lastimado? Recuerdo a mi madre golpeando a mi padre en frente de toda la familia por considerarlo un borracho. Recuerdo a mi padre gritándome que no lo molestara al ir llorando hacia él con un dedo lastimado. Recuerdo a mi madre fuera de la casa sin querer entrar diciendo que si entraba la prenderíamos fuego. Recuerdo a mi madre tapando agujeros en el techo porque creía que nos espiaban. Recuerdo a mi madre diciendo que había gente colgada de los árboles esperándonos. Recuerdo a mi padre y a mi madre golpeándose mutuamente, mi hermano y yo saliendo despavoridos de la casa mientras todo el barrio nos miraba con una mezcla de lástima y esa curiosidad estúpida que reúne a los mediocres. Recuerdo a mi padre desmayado de tanto alcohol, desnudo, con un desconocido en mi casa, cocaína tirada en el suelo, luego de que con mi hermano y mi madre regresáramos de unas vacaciones pesadillescas. Recuerdo a mi madre contándome con detalles la forma en que mi padre, según ella, la había violado. Recuerdo a mi padre desmintiendo esto con la voz resbalosa y olor a bodega. Recuerdo a mi abuela moribunda, pequeña como un recién nacido, arrugada, llamándome por otro nombre y pidiéndome que la limpiara. Recuerdo la muerte de mi padre y recuerdo su estúpida resurrección. Recuerdo a mi madre arrojando alcohol sobre ella y mi padre para prenderse fuego junto a la casa. Recuerdo a mi padre queriendo golpear a mi hermano. Recuerdo a mi madre golpeando a mi hermano. Recuerdo mis borracheras tempranas, el abuso de drogas, la falta de conciencia, la violencia de la que era preso. Recuerdo a mi madre dándome Clonazepam por un dolor de muelas. Recuerdo no recordar mi primera vez, estando borracho y queriendo morir esa noche. Recuerdo los gusanos y las cucarachas en la casa donde deambulaba mi madre con su psicosis. Recuerdo el hambre, la acidez. Recuerdo las largas caminatas que mi hermano y yo debíamos hacer para ir a buscar la poca comida que mi padre nos daba, borracho, perdido, apenas reconociéndonos. Recuerdo el camino de regreso, con todas nuestras amistades compadeciéndose de nosotros. Recuerdo mi ira por esa compasión. Recuerdo el asco. Recuerdo el día en que mi madre, sin saber quién era, se fue sonriendo. Recuerdo al esposo de mi abuela recibiéndonos en su casa como se recibe a los perros callejeros. Recuerdo la muerte de este hombre. Recuerdo haber sido feliz con su muerte. Recuerdo el desprecio de mi familia hacia mí, gracias a mi introspección y mi rareza. Recuerdo la muerte de mi abuela y cómo la ignoré, a pesar de ser la única persona que cuidó de mí y de mi hermano. Recuerdo golpear a mi padre, preso de la ira, y romperle la dentadura. Recuerdo ingerir una cantidad exagerada de pastillas para morirme y no hacerlo por un olvido de mi padre. Recuerdo a los psiquiatras queriendo saber por qué elegí la muerte. Recuerdo el dolor que le causé a mi hermano. Recuerdo haber perdido todos los empleos que conseguí. Recuerdo haber perdido a todas las mujeres que me amaron. Recuerdo el sufrimiento de mi mejor amiga. Recuerdo cómo me enajenaron en un círculo de poetas por escribir mejor que ellos. Recuerdo sentirme un extranjero en el arte. Recuerdo recordar todos los dolores como un solo río fluyendo hacia una desembocadura en la integridad de mi locura.
Y acá estoy, a las cuatro de la madrugada, un once de noviembre, con veintinueve años en mi espalda y ninguna intención de escribir algo trascendente. Acá estoy, en una casa que se cae a pedazos, en un pueblo que está encerrado en un loop temporal, en un país que me es desconocido. Y creo que me cuesta respirar, hasta que me doy cuenta de que es solo un pensamiento. Pero no puedo sacarlo. Y creo que no saldré de esta habitación otra vez. Y escribo esta mediocre carta como un grito en el nervio de la noche. Le reclamo todo al mundo y a la vez le entrego todo. Repito que voy a morir. ¿Pero acaso no va a morir todo el mundo? ¿A cuento de qué esta preocupación?
Una gotera solitaria en alguna parte. Música que no recuerdo haber escuchado jamás. La brisa de una primavera censurada. Mi cuerpo perdido en la oscuridad del cuarto infinito, sólo real al dolerse, sólo real en estas sombras que tiñen la página. El miedo es dios.
¿Sabe lo que es recordar, en la dureza de una cama vieja, sólo aquello que lo ha lastimado? Recuerdo a mi madre golpeando a mi padre en frente de toda la familia por considerarlo un borracho. Recuerdo a mi padre gritándome que no lo molestara al ir llorando hacia él con un dedo lastimado. Recuerdo a mi madre fuera de la casa sin querer entrar diciendo que si entraba la prenderíamos fuego. Recuerdo a mi madre tapando agujeros en el techo porque creía que nos espiaban. Recuerdo a mi madre diciendo que había gente colgada de los árboles esperándonos. Recuerdo a mi padre y a mi madre golpeándose mutuamente, mi hermano y yo saliendo despavoridos de la casa mientras todo el barrio nos miraba con una mezcla de lástima y esa curiosidad estúpida que reúne a los mediocres. Recuerdo a mi padre desmayado de tanto alcohol, desnudo, con un desconocido en mi casa, cocaína tirada en el suelo, luego de que con mi hermano y mi madre regresáramos de unas vacaciones pesadillescas. Recuerdo a mi madre contándome con detalles la forma en que mi padre, según ella, la había violado. Recuerdo a mi padre desmintiendo esto con la voz resbalosa y olor a bodega. Recuerdo a mi abuela moribunda, pequeña como un recién nacido, arrugada, llamándome por otro nombre y pidiéndome que la limpiara. Recuerdo la muerte de mi padre y recuerdo su estúpida resurrección. Recuerdo a mi madre arrojando alcohol sobre ella y mi padre para prenderse fuego junto a la casa. Recuerdo a mi padre queriendo golpear a mi hermano. Recuerdo a mi madre golpeando a mi hermano. Recuerdo mis borracheras tempranas, el abuso de drogas, la falta de conciencia, la violencia de la que era preso. Recuerdo a mi madre dándome Clonazepam por un dolor de muelas. Recuerdo no recordar mi primera vez, estando borracho y queriendo morir esa noche. Recuerdo los gusanos y las cucarachas en la casa donde deambulaba mi madre con su psicosis. Recuerdo el hambre, la acidez. Recuerdo las largas caminatas que mi hermano y yo debíamos hacer para ir a buscar la poca comida que mi padre nos daba, borracho, perdido, apenas reconociéndonos. Recuerdo el camino de regreso, con todas nuestras amistades compadeciéndose de nosotros. Recuerdo mi ira por esa compasión. Recuerdo el asco. Recuerdo el día en que mi madre, sin saber quién era, se fue sonriendo. Recuerdo al esposo de mi abuela recibiéndonos en su casa como se recibe a los perros callejeros. Recuerdo la muerte de este hombre. Recuerdo haber sido feliz con su muerte. Recuerdo el desprecio de mi familia hacia mí, gracias a mi introspección y mi rareza. Recuerdo la muerte de mi abuela y cómo la ignoré, a pesar de ser la única persona que cuidó de mí y de mi hermano. Recuerdo golpear a mi padre, preso de la ira, y romperle la dentadura. Recuerdo ingerir una cantidad exagerada de pastillas para morirme y no hacerlo por un olvido de mi padre. Recuerdo a los psiquiatras queriendo saber por qué elegí la muerte. Recuerdo el dolor que le causé a mi hermano. Recuerdo haber perdido todos los empleos que conseguí. Recuerdo haber perdido a todas las mujeres que me amaron. Recuerdo el sufrimiento de mi mejor amiga. Recuerdo cómo me enajenaron en un círculo de poetas por escribir mejor que ellos. Recuerdo sentirme un extranjero en el arte. Recuerdo recordar todos los dolores como un solo río fluyendo hacia una desembocadura en la integridad de mi locura.
Y acá estoy, a las cuatro de la madrugada, un once de noviembre, con veintinueve años en mi espalda y ninguna intención de escribir algo trascendente. Acá estoy, en una casa que se cae a pedazos, en un pueblo que está encerrado en un loop temporal, en un país que me es desconocido. Y creo que me cuesta respirar, hasta que me doy cuenta de que es solo un pensamiento. Pero no puedo sacarlo. Y creo que no saldré de esta habitación otra vez. Y escribo esta mediocre carta como un grito en el nervio de la noche. Le reclamo todo al mundo y a la vez le entrego todo. Repito que voy a morir. ¿Pero acaso no va a morir todo el mundo? ¿A cuento de qué esta preocupación?
Una gotera solitaria en alguna parte. Música que no recuerdo haber escuchado jamás. La brisa de una primavera censurada. Mi cuerpo perdido en la oscuridad del cuarto infinito, sólo real al dolerse, sólo real en estas sombras que tiñen la página. El miedo es dios.
2.11.15
Corvus Corax
Todos mirando el cuervo que da círculos
sobre mi cabeza:
No es la muerte, es la idea de la muerte:
El cuervo es una idea, y si los otros lo ven, los otros son el cuervo,
el cuervo es ellos, ellos son la muerte, yo soy el círculo:
Hugín y Munín en uno solo (la memoria y el pensamiento de Odín):
Cuando el dios dudaba, le aconsejaban:
Ahora Odín está perdido en sucios rincones porturarios,
porque todos los cuervos son mi cuervo:
Las manos calientes, temblorosas:
La mente casi en blanco, ocupada por la sombra del miedo:
La espalda dolorida, como un árbol viejo quebrándose,
los ojos lagrimeando de fuego, de ceguera, de cansancio:
Y me doblo sobre la letra, otra vez,
abro un nuevo laberinto donde esperaré paciente
el final del juego:
En Creta se ha declarado la suspensión del tributo:
Teseo es un inútil sin propósito, que deambula
por los prostíbulos de Atenas, enmascarado y con sífilis,
bajo un nombre falso:
Ariadna se ha ahorcado con su propio hilo,
al encontrarlo inútil:
Pues ella era el hilo, ella era el regreso eterno:
Y al final del laberinto espero yo,
caja de terrores y huesos rotos y espadas melladas:
Yo, último testigo del horror:
El cuervo da círculos sobre mi cabeza:
Oh, ustedes, testigos y cómplices de mi padecimiento, observen impávidos:
Mas deberán contemplar sin salida estas palabras,
mi condena sobre ustedes:
Caídas las columnas del cielo,
elevo la cabeza ensangrentada:
Lector, sobre su cabeza un cuervo vuela en círculos:
Fui yo quien lo hizo mortal.
Fui yo quien le dio este laberinto:
Las palabras son el espejo del miedo.
Y el espejo es una idea.
Y la idea es una palabra.
Todos miramos el cuervo que vuela en círculos sobre la nada.
sobre mi cabeza:
No es la muerte, es la idea de la muerte:
El cuervo es una idea, y si los otros lo ven, los otros son el cuervo,
el cuervo es ellos, ellos son la muerte, yo soy el círculo:
Hugín y Munín en uno solo (la memoria y el pensamiento de Odín):
Cuando el dios dudaba, le aconsejaban:
Ahora Odín está perdido en sucios rincones porturarios,
porque todos los cuervos son mi cuervo:
Las manos calientes, temblorosas:
La mente casi en blanco, ocupada por la sombra del miedo:
La espalda dolorida, como un árbol viejo quebrándose,
los ojos lagrimeando de fuego, de ceguera, de cansancio:
Y me doblo sobre la letra, otra vez,
abro un nuevo laberinto donde esperaré paciente
el final del juego:
En Creta se ha declarado la suspensión del tributo:
Teseo es un inútil sin propósito, que deambula
por los prostíbulos de Atenas, enmascarado y con sífilis,
bajo un nombre falso:
Ariadna se ha ahorcado con su propio hilo,
al encontrarlo inútil:
Pues ella era el hilo, ella era el regreso eterno:
Y al final del laberinto espero yo,
caja de terrores y huesos rotos y espadas melladas:
Yo, último testigo del horror:
El cuervo da círculos sobre mi cabeza:
Oh, ustedes, testigos y cómplices de mi padecimiento, observen impávidos:
Mas deberán contemplar sin salida estas palabras,
mi condena sobre ustedes:
Caídas las columnas del cielo,
elevo la cabeza ensangrentada:
Lector, sobre su cabeza un cuervo vuela en círculos:
Fui yo quien lo hizo mortal.
Fui yo quien le dio este laberinto:
Las palabras son el espejo del miedo.
Y el espejo es una idea.
Y la idea es una palabra.
Todos miramos el cuervo que vuela en círculos sobre la nada.
Día 12
He dejado de pensar en el final. Me
refiero a lo que se asienta sobre nosotros como calamidad u objetivo, pues los
finales son múltiples y distintos para cada uno. He pensado incluso que el
final, en la existencia del hombre, ni siquiera existe, nunca existió: fue solo
una excusa que todos nos pusimos para obligarnos a vivir. Así que acá estoy,
muerto sin haber estado vivo. Ausente, sin muerte.
Es en la muerte donde se encuentra uno
con todo lo que alguna vez supo apreciar:
Jamás en la vida se está cerca de lo que arde:
en el pecho como una antorcha apuntando hacia abajo
duermen todos ellos, los que miraron tu sombra:
a la luz del día ardías en sangre, esputo de Tánatos:
No eras realmente tú al que observaban:
eras el otro, el que creía vivirlos:
y muerto los recibes porque de inmortal te han vestido.
Adelanto del libro inédito "Nuestros días se terminaron".
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