16.11.15

Donde juega el mundo

El salón de juego del mundo, lo recuerdas:
Tu cara es como la tierra agrietada luego de las lluvias de verano,
rostro que aprieto sin violencia, para que no se quiebre:
Calles enteras, opulencia del vacío, sinfonías veladas,
acá y allá se pesan, como la novedad del miedo en sangre:
Nuestros días son santos, dijiste. Nuestros días
son como pequeñas partículas delirando en el yermo de la locura:
Y la luz, dijiste. La luz
es como la llamada final de un mundo que se ha quedado ciego:
La luz es su grito:
Lobos finitos, síntesis del vello antártico entre tus dedos de escayola:
Madre, padre, he aquí mi yo mismo, dijiste. Mi yo mismo
que es como la ausencia del miedo que los unió en el amor:
Yo, el inesperado, el inacabado, la espada en la niebla,
los dientes afilados de la tormenta, yo mismo mío:
Los bloques de los panteones que se caen a pedazos,
como cada recuerdo del humano probable (jamás el posible):
Un profeta asaz, lleno de ondinas en la cama de aliso, lleno de pecado,
gritando tu nacimiento sobre una estrella muerta hacia
tantos años que ni la luz puede recordarla:
Y te erguiste, indoloro, lleno de azufre y rabia,
y te proclamaste rey de todo lo que sobre ti se extendía:
Mas los días de gloria han pasado,
dejando sólo estatuas molidas donde palomas huesudas duermen:
Y en los escombros de tu reino juega el mundo entero:
El mundo que recicla los pedazos de tus sueños
para que otros los usen y sean tú jamás tuyo:

El hombre nuevo se erige sobre tus cenizas junto al cadáver del olvido.