En las tierras del olvido todo se recuerda,
pero ajeno:
El sol invertebrado se duele de los dolores
que aquejan a los huesos de sombras alargadas
que se arrastran tras los pies de ancianos sin dios:
Una luna roja, negra o roja o ambos, o ciega como quien la mira,
mira a su vez la otra luna reposada en un estanque dormido:
Sabe que los poetas la han condenado a ser una metáfora,
y recuerda sus miserables esfuerzos, vano en lo vano:
Los niños, las sobras del remordimiento adulto,
juegan en el agua cuando el verano aprieta,
y una angustia repentina los ataca,
pues desdibujan la cara misma, la pálida y solitaria cara,
de ese cielo que quiso dejar las alturas por un poco de tierra:
El oro soterrado en el pecho de los relojes,
soberbios reyes del significado que ningún animal conoce,
sirve en lentos ruidos los segundos y los días,
devorados febrilmente por la rutina sórdida de los olvidados:
Tiempo y forma se presentan con cadenas y plumas,
imposibles en el vuelo tanto como en el yugo:
Las costas henchidas de basura se duelen de la otra resaca,
la que el mar se lleva para sí mismo, hacia dentro:
Quizá para recordarse, quizá para olvidarse:
Y en la flor que reina inviolada en el eje de toda pertenencia,
te dicto aquí mis días recordados por algo o alguien,
mi lamento sin mi cuerpo
en un día que no he vivido.