18.2.17

Elegido del Señor

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa:
Los dedos míos y los dedos huecos del mundo
se entierran como una pala
en esta tumba que tengo por pecho:
De mí nace el odio y la tristeza
que baña con leche hirviendo
los cuerpos de todos esos hermosos seres
ignorantes de mi pecaminosa existencia:
¿Cómo pueden ellos, Señor, amarme,
si de mí depende el dolor que sufren?
Salvaje historia, Señor, mi culpa,
mi condena moribunda,
mi existencia irredenta:
Cada centímetro de oscuridad
navegado en las bocas de los mares
se mide por cada milímetro
de mis tormentas:
Cada veneno en las muelas de la historia
fue derramado desde mi copa sedienta:
Mi vida es la vida de la cruz,
la cruz como una rueda
girando sin norte en mis moléculas:
¿Y cómo, Señor, puedo vivir de otra manera
si la razón de que exista la belleza
es mi abrumante fealdad?
¿Si el sentido de los horizontes morales
se debe al deseo de mis ojos malditos?
¿Si la justicia mantiene una balanza
porque mi furia se pesa en una de sus bandejas?
¿Si los monumentos pueden batir
la vara de Esculapio
porque mis espadas han cercenado a incontables?
Señor, consuélame en mis tribulaciones,
cúbreme, Señor, abrázame en esta hora
de duda, ámame, Señor, no me abandones,
guíame, Señor, en el valle de las tinieblas,
compréndeme, Señor, toma mis manos cansadas,
para que pueda yo
seguir siendo la sombra que no duerme,
cirniéndome sobre esta tierra y sus huesos
y se mantenga así
 en los corazones de los inocentes
la sed de luz eterna.