Déjeme escribirlo, lector,
déjeme perforarle los dientes con un punto,
déjeme apartarle la sombra con una coma:
Mire ahora sus manos, son derroteros, esquelas,
migajas de sudor, ojos vivos ruedan en ellas,
su frente se arruga ante la afirmación:
Son las líneas entre estas palabras,
las grietas análogas que roen su cuero:
Veo los ojos, y la carne y las flores que amontonan,
veo una tarde de lluvia fina, gotas como pedazos de pan,
frío como caricia de buey, golpe de tormenta:
Alineo el metal de sus uñas, parto su memoria,
lo creo a medida del vapor, del ruido:
Los osarios guardan el pensamiento que no pudo ser:
Déjeme confundirlo,
son rayas de tigres las várices, se llena de petróleo la boca:
las venas laten con silencio, corre por ellas, las llena:
hay castillos de agujas en el páramo de su ombligo:
quién en el tiempo se calla y habla de usted, no,
no soy yo, es la imagen del fuego:
Empiece por aquí, rompa este poema, alce la vista,
destrúyase:
Al acabar no hay este poema y no hay lector:
Hágase la nada.