Las piernas como olvidadas pilastras romanas,
manchadas de polvo y recuerdo del polvo,
los dedos tensados como cimbras, róseos:
Hay espectros en la avenida, cuando cruza,
se curva ante el hambre, que lo riega cual vergel,
lo doma como el león doma a la jungla:
Firma el suelo con los pies desnudos,
se despide de sí mismo a cada paso,
y cada huella es un fanal de su voluntad:
Guía a los caminantes diurnos, cada huella,
ilumina los palacios de las rutinas,
lleva a los hombres sanos a casa,
mientras él sigue caminando, dejándose a cada paso,
volviendo hacia delante, desapareciendo
en la niebla de su impropiedad:
El cuero le duele y lo olvida, y a veces se le queda dormido,
cual tigre cazado y hecho adorno
en la sombra de los hombres, la antesala del mundo:
Allí duerme a veces sin ojos, se cuela en los sueños
de la ciudad, obesa de tanto soñar:
Torrente sin brida, consuelo sin fábula, hada caída:
He aquí él y su existencia, su mascota,
hecha del barro de Babilonia:
¿No me daría un plato de comida,
o un techo, lector,
para este niño, que se me muere en las palabras?