Abro una mano y
veo en ella letras, cifras, grados,
todo, lo
cruzado y análogo, el tigre y la hiedra, fin:
Es esa palma la
carta abierta que escribí al mundo,
trozado en mí
mismo, abierto en estacas,
subido al lomo
de un fuego vacío:
Mano que,
olvidada en escombros de caricias,
fue madre de la
lágrima, la contuvo, la volvió a su útero,
para que yo
pariera otra vez hijas gotas, saladas,
hijas para que
mueran vírgenes en mi boca:
Escollo de lo
innombrable, clara sombra ebúrnea,
papiro ahogado
donde yace el mandamiento inútil,
mano eres,
triste carne viva que de otra piel nace:
fuera la vida
que asoma de mi pecho mujer o isla,
tierra o carne
donde ahogar mi mano,
fuego donde
carbonizarla, hacerla de olvido negro,
sediento juego
de uñas; mano, conoces otras pieles,
y hay una que
te sacaba los huesos para afuera por habitarla,
y en otra
destrucción te formó mía,
de mis
extremidades como sombras caídas,
muertos
alrededor de la luz de otro cuerpo:
Baja el vino,
lloro sin ojos, una foto de otro tiempo,
y la belleza
clama por sangre en el olvido:
Pero tú no
estás más viva por recordarte, y te llamo:
Así cierro la mano, despacio, entras
como una noche-
este poema desaparece.