Se levantó reluciente, nombrado por cada
letra del abecedario,
bendecido por cada pluma del sol diurno,
lleno de hambre:
Caminó sobre el pasto de la casa hasta la
heladera de oro:
Sacó naranjas rojas y miel transparente:
Comió angosto, sonriente, mientras por la
ventana
observaba el desfile de todos los animales
hermosos:
Se vistió con hilos de agua y se puso
zapatos siameses,
y salió afuera:
Saludó en la calle a la Srta. Fitzroy y a su
bebé de viento,
ella volvía de cambiar de marido en el
mercado,
y uno nuevo, joven, duro, estrepitoso como
una ola,
la acompañaba:
Cruzó los puentes revertidos de la
aristocracia,
siguió por el bello camino de peces que
llevaba al prado lunar:
Allí se sentó a la sombra de un titán de
caliza,
abrió un libro perentorio cuyas páginas eran
radiales y azules,
y esperó al amor sobre las doce del
mediodía:
Era amado, claro, bella mujer con un nido en
la boca,
niña hecha de colmenas y fuego, de ojos
subversivos,
de altos suspiros elevados al eje del beso:
Se tomaron de las manos y regresaron a casa
luego de comerse
a unos niños de caramelo que regalaban en la
plaza:
Llenaron la soledad de sexo, sexo rosa,
híbrido,
multitud de muertes en una belleza enemiga:
Suspiraron la cena y se despidieron bajo el
amanecer redimido:
El volvió sonriente a la cama, el mar de
reposo,
la altura de todas las cosas, el triunfo de
una vida:
Al día siguiente despertó,
y le ardían las manos:
Miró a su alrededor, la casa destruida, la
verdad en los escombros,
se lavó la cara con sangre, comió un pan
duro,
y con los ojos escribió este sueño.