7.4.14

Una editorial ingenua

Otra vez, las superestrellas intelectuales, la grasa de la clase media: El debate sobre la validez moral o inmoral de los linchamientos me parece irrelevante. No es momento, como hacemos siempre, de morder el hueso cuando ya está desnudo. No es momento nunca cuando ha ocurrido la tragedia. Esto puede deberse a que el ser humano necesita la tragedia de los otros para sobrevivir, saber que su vida significa algo en algún punto: Muchos se preguntan y se siguen preguntando si matar a un hombre por la subjetiva visión de justicia o por meros despojos circunstanciales es justo. La pregunta está mal direccionada. Cuando el moralista, el que cree conocer su ética y ser su caballero guardián, niega que pueda existir justicia en este hecho y clama por el accionar de las leyes impuestas, las que máximas, eximen a los hombres de ensuciarse, sean las que actúen. Ahora, cuando enviamos a alguien a la cárcel o a la horca (metáfora dramatizada) ¿Sabemos a dónde lo estamos enviando? Me remito, con temor, a palabras del criminólogo noruego Nils Christie, cuyo valor será relativizado por el lector, pero que como disparador de mi planteo es axiomático. Dijo Nils en alguna entrevista: “El castigo frente a un hecho delictivo es uno de esos conflictos. Suena como algo bastante técnico y, sí, hay una cuestión técnica: si una persona comete un crimen tendrá una determinada cantidad de años de prisión. Pero esos años de prisión son, en realidad, años de sufrimiento impuesto. No es algo fácil de ver pero lo que estamos haciendo en la actualidad en derecho penal es infligir dolor.” Dado que, aparentemente, el dolor es un medio para invitar a la reflexión, no solo de criminales sino de cualquier ser humano, cuestiono si es esto moralmente más correcto que un linchamiento. El linchamiento es un acto casi animal, instintivo, mientras que apelar a la justicia y el castigo “correcto”, de lo cual la mayoría desconoce sus consecuencias, es un acto premeditado, lógico, justo. Pero cuando el sistema penal en la Argentina es peor que una condena a muerte, cuando es un lugar donde se invita a los criminales a reflexionar mientras son despojados de su propia dignidad como seres, cuando son rebajados al proceso de ganado, cuando se los expone a las miserias de las enfermedades, las violaciones, las golpizas, el hambre, ¿dónde queda la conciencia del buen accionar? En la elusión de la problemática. No somos responsables del hado de nuestro victimario: la justicia se encargará de ello. Sin aceptar, siquiera excusar, los linchamientos, conjeturo que aquí, en esta elusión, se encuentra una impiedad aún peor: La de dejar a un hombre al destino de una muerte sin muerte, de un dolor constante, de un aprendizaje salvaje.

Acudo entonces a que las mentes tan ocupadas de ver el árbol y no el bosque se pongan a mirar, antes, las raíces de ese árbol. Las circunstancias en las que muere un hombre relativizan su contexto, pero su contexto en sí mismo no puede ser eludido: Si hemos sido llevados a matarnos mutuamente y esto, en el punto de realidad y no de elusión, nos aterra, pensemos qué es lo que estamos dejando de lado. Porque sería fácil exponer los planteamientos de siempre: Esa persona ha elegido el dolor. Bien, ha elegido qué hacer con su dolor, esto es, en casos de criminología, la delincuencia, pero, ¿quién lo ha empujado a eso? ¿Somos acaso ajenos a la realidad de los que son empujados a la miseria? Esas personas ya han vivido bajo el yugo y la lógica de la justicia penal, pero sin haberlo buscado: Sus vidas han sido una prisión, y peor, desde el principio. ¿No somos responsables de haberlos enviado a esa prisión llamada miseria, a esa primera condena? ¿No hemos sido nosotros, los indiferentes, los que hemos creado al delincuente? ¿No hemos sido nosotros, a medida que el dolor crecía en ellos, los que han buscado la excusa para linchar? ¿O es acaso la raíz del problema inmune a reflexiones, ya que es necesaria o servil a la maquinaria de la capa social que debe seguir alimentando al monstruo?