Otra vez, las
superestrellas intelectuales, la grasa de la clase media: El debate sobre la
validez moral o inmoral de los linchamientos me parece irrelevante. No es
momento, como hacemos siempre, de morder el hueso cuando ya está desnudo. No es
momento nunca cuando ha ocurrido la tragedia. Esto puede deberse a que el ser
humano necesita la tragedia de los otros para sobrevivir, saber que su vida
significa algo en algún punto: Muchos se preguntan y se siguen preguntando si
matar a un hombre por la subjetiva visión de justicia o por meros despojos
circunstanciales es justo. La pregunta está mal direccionada. Cuando el
moralista, el que cree conocer su ética y ser su caballero guardián, niega que
pueda existir justicia en este hecho y clama por el accionar de las leyes
impuestas, las que máximas, eximen a los hombres de ensuciarse, sean las que
actúen. Ahora, cuando enviamos a alguien a la cárcel o a la horca (metáfora
dramatizada) ¿Sabemos a dónde lo estamos enviando? Me remito, con temor, a
palabras del criminólogo noruego Nils
Christie, cuyo valor será relativizado por el lector, pero que como disparador
de mi planteo es axiomático. Dijo Nils en alguna entrevista: “El castigo frente a un hecho delictivo es
uno de esos conflictos. Suena como algo bastante técnico y, sí, hay una
cuestión técnica: si una persona comete un crimen tendrá una determinada
cantidad de años de prisión. Pero esos años de prisión son, en realidad, años
de sufrimiento impuesto. No es algo fácil de ver pero lo que estamos haciendo
en la actualidad en derecho penal es infligir dolor.” Dado que,
aparentemente, el dolor es un medio para invitar a la reflexión, no solo de
criminales sino de cualquier ser humano, cuestiono si es esto moralmente más
correcto que un linchamiento. El linchamiento es un acto casi animal,
instintivo, mientras que apelar a la justicia y el castigo “correcto”, de lo
cual la mayoría desconoce sus consecuencias, es un acto premeditado, lógico,
justo. Pero cuando el sistema penal en la Argentina es peor que una condena a muerte,
cuando es un lugar donde se invita a los criminales a reflexionar mientras son
despojados de su propia dignidad como seres, cuando son rebajados al proceso de
ganado, cuando se los expone a las miserias de las enfermedades, las
violaciones, las golpizas, el hambre, ¿dónde queda la conciencia del buen
accionar? En la elusión de la problemática. No somos responsables del hado de
nuestro victimario: la justicia se encargará de ello. Sin aceptar, siquiera
excusar, los linchamientos, conjeturo que aquí, en esta elusión, se encuentra
una impiedad aún peor: La de dejar a un hombre al destino de una muerte sin
muerte, de un dolor constante, de un aprendizaje salvaje.
Acudo entonces a que las mentes tan ocupadas
de ver el árbol y no el bosque se pongan a mirar, antes, las raíces de ese
árbol. Las circunstancias en las que muere un hombre relativizan su contexto,
pero su contexto en sí mismo no puede ser eludido: Si hemos sido llevados a
matarnos mutuamente y esto, en el punto de realidad y no de elusión, nos aterra,
pensemos qué es lo que estamos dejando de lado. Porque sería fácil exponer los
planteamientos de siempre: Esa persona ha elegido el dolor. Bien, ha elegido
qué hacer con su dolor, esto es, en casos de criminología, la delincuencia,
pero, ¿quién lo ha empujado a eso? ¿Somos acaso ajenos a la realidad de los que
son empujados a la miseria? Esas personas ya han vivido bajo el yugo y la
lógica de la justicia penal, pero sin haberlo buscado: Sus vidas han sido una
prisión, y peor, desde el principio. ¿No somos responsables de haberlos enviado
a esa prisión llamada miseria, a esa primera condena? ¿No hemos sido nosotros,
los indiferentes, los que hemos creado al delincuente? ¿No hemos sido nosotros,
a medida que el dolor crecía en ellos, los que han buscado la excusa para
linchar? ¿O es acaso la raíz del problema inmune a reflexiones, ya que es
necesaria o servil a la maquinaria de la capa social que debe seguir
alimentando al monstruo?