13.2.15

Un hombre borrado por sus propias huellas

Nunca te seguiría, jamás bajo los escombros
de tus hojas y tus latitudes, jamás bajo los ídolos
de ormolú que decoran tus espejos y sus breves sinfonías:
Nada sobre esta tierra seca, de sangre seca de aire,
de tierra seca de estaciones y polvo y osarios y saliva,
nada nos revierte a nosotros y nuestros sueños,
que florecen en medio del susto porque la vida lleva un reloj:
Nunca te desintegraría, llamada de berserker, fiera luz,
a tu condición propia, insultante, desmedida de sí misma:
Tu sombra te hace justicia cuando se encoje:
Es la suarda de los días que en exilio se apropia de tu lengua
y esos cuentos de viejas glorias que contabas
hasta quedarte sin saliva:
¿Dónde está tu pasado ahora? ¿Viene a rescatarte?
¿Viene a darte de nuevo las manos, a suavizar tu piel arrugada,
a endurecer tus tendones y tus músculos, a tensar tus penas?
¿Viene a recordarte que eres su acumulación?
¿O su olvido?
Leche silvestre que se fuga de la niñez, aguamarina desolada,
contra las rompientes de tus huesos viene a chocar la sal de tu infancia:
Silbos que bajan desesperados porque sólo encuentran sordos
en un cielo vacío, en una tierra sin oídos, en una extensión
de llanuras infestadas del musgo alegórico:
Eres la fiesta y la despedida,
o algo en el medio de ello que nadie recuerda.
Nunca te hubiera seguido hasta este vórtice de tristeza,
y he escrito para quejarme, para sacudirme tu sangre de mi camisa,
pero ha sido en vano:
La poesía era tu huella, y sin embargo de ella escapas
porque un libro ha caído sobre tu memoria:

Ahora tú eres la huella, y la poesía lo que la borra.