22.2.15

La autocompasión es algo patético para un poema

No soy el reflejo de tu hijo, madre,
soy su desaparición:
Ellos no lo entienden,
ellos que se reúnen en grandes salones
y abrazan a sus originarios y nietos orgullosos
porque han entrado a la universidad
o han subido por la escalera laboral:
Ellos que se reúnen con sus amigos
porque tienen dinero que poner sobre la mesa,
porque eso es como hablar, madre,
como hablar y decir algo divertido,
o es como amar,
es como amar y hacer feliz a alguien:
Madre, yo no soy el milagro de tu hijo,
soy su fracaso:
Ellos que me hablan, madre, ven tu idea deformada,
desfigurada por las navajas del tiempo y la locura,
infectada por un dios caído y obeso,
soy esa idea nacida y malinterpretada, madre:
Qué lástima que hayas tenido que sangrar por mí,
y llorar, y sufrir, y parir esperanzas para mantenerme real:
Pero en unos momentos estaré fuera de aquí,
lejos del espacio y del tiempo donde
todas las personas comparten el pan y el vino,
la alegría y el engaño de ser reales y ser hijos
porque tienen ropas en el cesto y ropas nuevas,
porque tienen vacaciones y risas y fuego,
y a mí me ignoran por no ser tu idea, madre:
No soy tu hijo, madre,
soy su contrario,
y sólo uno puede permanecer en esta tierra:
El que lee estas palabras o el que las escribe.

Madre. Madre. Madre.
Fusilada por la esperanza bajo sobrias constelaciones enloquecidas:
El río del tiempo nacido de tu vientre.