A veces escribo por escribir, como ahora, sin necesidad de:
Y me bloqueo con una luz lechosa y rósea,
pues mezclada con la sangre que derramada por Quinto:
Los pilares, esos que con sus faldones nuestros sabios insultaron,
sandalias de aceta, vellos de perro, las uñas iluminadas:
¿Qué sueño hay en el banquete que el emperador lo niega?
Fracaso, grita el consorte.
Hay tigres en su filosofía, repone el senado.
Duerman, censor, pretor, oh varones togados:
Esta Roma es la que sueña un linyera en la casa del reposo:
Alcen escudos y laureles,
que baja por la ladera la dama de los mortales:
Grácil es su paso, infinito su cabello, circular su belleza,
mas lleva entre sus manos el cadáver de una rosa:
Se lleva a sí misma, dice un plebeyo.
Sabia dama nuestra, dice un plebeyo.
Está muerta entre sus propias manos, dice un plebeyo.
Acratismo puro es su misma existencia, dice un plebeyo.
Las vacaciones estivales han terminado,
todos descienden la mirada y se retiran a la rutina:
Las casas bajas y altas, tumbas de familias,
giran en torno al camino que ignoran sus dueños:
Pero la casa no dirá nada, porque su conocimiento es el de dios:
Oh, dama de los destinos,
frota tu vientre y danos esperanza como hijos:
Pero soy estéril, se apresura a balbucear:
Y la luz se abre, otra vez, como antigua telaraña,
y se me despegan los ojos de la fiebre de escribir porque sí:
Entonces llego a este punto en el que no sé qué decir,
porque no sé qué he dicho:
Dejo la pluma, escupo la tinta:
Sabrá, lector, que escribir me ha salvado:
Sí, he sobrevivido
a costa de mi propia vida.