9.12.13

La misa

Esa mañana en la ilusión del oratorio
exudaban aceite y pliegos los ancianos,
que entre las manos cerraban los cirios,
y entre los ojos abrían los recuerdos:
El sacerdote observó hacia el fondo,
buscando a dios sobre las grasientas cabezas:
Apenas vio a un niño de huesos como carbón
y mirada de ceniza:
“Al Norte los infieles se ahogaron”, dijo,
“María amamantó a los huérfanos.”
Todos recordamos el velo y la leche:
“A ustedes el pan les sobra”, exclamó,
“En el sur se comieron entre hermanos.”
            Se agitaron los sedimentos de cada corazón,
buscando exaltados la casta en el ojo ajeno:
Mas todos sabía que el silencio era la vida misma,
y por lo tanto una creencia inútil:

 (Recuerdo a mi madre acariciando las arrugas
de un yeso irisado e inútil, 
preguntando por dios a cada segundo:
Conocer al enemigo)

 “La carne se le comía a sí misma,
recuerdo que se le borraban las heridas,
se le borraba todo porque se comía a sí misma”
Fueron esas las últimas palabras del cura,
antes de volver llorando al sagrario de mediodía:
El asfalto respiraba un dolor de zapatos
y diarios de domingo:
Y todos salían de la misa orgullosos,
lamiéndose las manos como los gatos,
lamiéndose los dedos y el olvido:
Yo jugaba con el frío de los bancos,
y el niño del fondo estaba ahí desde y para siempre:
Solo en la sangre derramada erguía su orgullo
un santo olvidado

del cual nunca supe el nombre.