Ahogo la cabeza
de sur y clima sin brújula,
la rebajo al
recuerdo, donde la soledad brinda por sí misma,
y te hablo, de
lejos, de tan lejos que no existo:
“Mi sierva, mi
poseedora, tú hecha de frutas y abalorios,
hechos de ti,
de tu hueso o grasa, de tu pestaña izquierda,
observa, ven un
momento, contempla cómo se erige el día
y va burlándose
de todos los sueños con la rutina:
Así estabas
cuando te encontré tan alejada de ti
que tu sombra
preguntaba cómo se llamaba:
Así, cuando se
te cayó una moneda al pozo invisible,
levanté tu
deseo del suelo y lo acomodé en tu mano.”
Pero hablo a la
madera, y asoma una araña y pregunta la hora:
Le digo que
sólo recuerdo, y que la hora es la primera que fue,
ahora y desde
siempre, y sabe a tisana de ruda el paso del tiempo:
Ahora que estoy
solo, y me voy muriendo a medias,
es apenas el
recuerdo que se teje en las telarañas:
Nada en esta
casa me devolverá a ella:
y se parten en
el piso. Alguien sabrá recogerlas y repararlas:
Vamos, tú, yo,
a ninguna parte, que ir hacia el norte o este
siempre le
pierde el tiempo al amor y te envejece las hebillas,
y de tu pelo
caen flores secas y hojas muertas si pasa el tiempo:
Pero todavía
las recogeré y te llamaré en silencio:
Vamos a los
sueños, que es donde tu piel está viva siempre.”
Y no hay
después, nunca, y hay olor a eucaliptos y manzanilla,
y los dedos se
me retoban como animales rabiosos, y no soy yo:
E intento
terminar de decir la mentira que la nostalgia me dicta,
pero sin mí no
puedo más que ser el recuerdo, y existes,
y existo,
porque en el recuerdo tú, antigua, bella y amada,
me recordabas.