Mi padre me duele, justo debajo del hígado.
Su búsqueda de perro viejo y maldito me encierra sobre las blancas:
Un llamado de muerto, el fuego en los huesos secos:
He estado arrollándome en una pasta de pena y resaca,
con los dedos tensos y la cabeza erguida,
como preparada para el hacha del verdugo.
Su búsqueda no es la mía,
pero mi búsqueda quizá sea la suya:
Por eso asomo los ojos sobre la tinta, que acumula un horizonte,
y lo veo, y lo detesto, y se desliza ya pira de vértigo angustiado:
me veo dando zancadas en sus ojos,
evitando los esquemas de su sangre.