Hoy te soñé y amé: con un cacillo de madera vertías
avena en mi boca. El acto salvaje de matar el hambre.
Te veía recorrer la cocina con tus pies de mimbre,
atando y desatando la existencia en el óxido de mis viejas ollas:
Por qué eras precisamente cuando, servida la mesa invisible,
yo me deslizaba por las escaleras aupado en tu sombra:
por qué de amatista cercabas con labios a los míos:
eras el brezo de toda mi tristeza al nacer.
Cuando alcancé el poema te habías muerto:
yo despertaba:
solo sabía de tu existencia al ser
sueño sin mi letargo.