Sentado sobre las estatuas inclina la cabeza:
Su vida de antes, la vida de carbón en la boca y carne seca,
de sueños en madera y secretos de ormolu:
Tarde tras tarde puso un poco más de grava
sobre la señera presencia de su infancia;
Recuerda el tiempo del amor joven,
la salada frescura del verano sosegando los cabellos:
Los gredales donde no desgreñaban ni paños:
quitaban las manchas que la melancolía
había emplastado en festivas voluntades.
Recuerda los nudos de las caricias al lado de los fuegos:
la espada que de árbol en árbol fue cortando
los toneles de vino y los panes circulares:
Un día cierta risa se posó al pie de su cama,
y resonó con tanta fuerza que, cual castillo de arena,
formó una perla en el nácar de su tristeza,
abriéndole la boca para comprender la otra música.
¡Cuántas noches nació una y otra vez
a la lumbre y sombra de esa naturaleza!
Pero también recuerda cómo:
finalmente se fugaron todos los sueños
hacia altas cumbres, coronándolas de llanto,
para que, purificados, bajaran de nuevo hasta él,
que reposa para siempre junto al río constante.
Mas todo esto es vapor que entristece la casa,
vapor que sale triste por las grietas de su cara.