Amiga, no esperes al amor en la frontera ni sobre la mesa:
yo lo esperé rodando en un azud, y del agua sólo me quedó el reflejo:
yo lo esperé, amiga, sentado bajo un álamo, vibrando en un atabal,
y fui polvo, polvo que se moría sobre bártulos olvidados en Oymyakón:
fui como el que esperaba,
bebiendo ambrosia, sabiendo que jamás rey,
jamás esclavo, el filo callado
del almogávar:
me desangré, amiga, sobre los
campos blancos, de semen o flores,
y del cartero etéreo solo recibí
una carta:
Al sur de mi miseria, decía, me
había esperado el amor todo ese tiempo,
solo que ahora yacía en una
cárcava, largo tiempo triste,
largo tiempo había enfermado y
esperado mientras yo lo esperaba.
Amiga, no esperes el amor
llorando frente al espejo.