30.10.13

El refugio

A los que no me han visto sufrir, se los explico, es muy simple:
Me doblo sobre la sombra que deja el llanto y reposo una mano en el norte
y la otra en el sur. Los pies se van de este a oeste. Subo un ojo al cielo:
Bajo un parasol esplendente cuarteo la lluvia en varios pedazos,
y se los doy a las hormigas que trepan la columna del reloj:
Abierta la arena sobre montunos cristales me reflejo en cada grano dorado:
Soy infinito, o casi, cuando sufro. Corceles y alabardas me ultiman:
Es la sangre entonces que, enloquecida, me forma el pelo,
y sobre las luminarias del credo, sobre hornacinas sin sacrificio,
me entrega al nervio del verdugo, cuyas manos nutridas de tanta muerte
van cortando trozos de ébano para decorarme sin certeza:
cada suspiro baja por la garganta de la tierra como un terremoto:
cada lágrima rompe metales en los dientes de la noche:
cada lamento expulsa un fantasma de los castillos
(desde Chapultepec hasta Neuschwanstein):
Cuando sufro soy todo lo que se puede ver, la caída del viento muerto,
los zapatos de despedida, la cena de los amantes, el sol trasandino:

Cuando sufro hago todo esto, lector, pero hay algo más:

Cuando sufro soy suyo, lector, y me refugio con palabras en su memoria.