Ha hablado y
fue como si yo naciera:
Una a una sus
palabras me formaron:
No tenía ni
principio ni fin:
Y, creadora de
fuentes en la memoria,
me señaló el
sillón vacío en el que reposaba la muerte:
Junto a ella me
senté una noche sin ojos:
Y ella se sentó
del otro lado,
que era yo, el
otro lado de la muerte:
Luchó por
retener mi sueño
en su pecho y
no sobre la segadera:
Labios partidos
y dientes y aceite de ababol
se derramaron
sobre nuestras sombras:
pequeños versos
como pájaros desterrados
cayeron también
entre las bocas mordidas:
En la gloria
del beso fue finalmente la muerte
quien lloró
sobre todos los madrigales:
Esa noche
reposé sobre la arena de una piel:
hermosa en
cualquier suspiro jurado
por el viento
entre los agostos bruñidos.
Al día
siguiente yo estaba hecho de nada,
pero ella abrió
los ojos y leyó algo en mis grietas:
Los que han
visto leer a esta dama
saben que solo
es si está hecha de palabras.