Una felicidad, dormida, abierta, una y basta:
Derrochada a quinquenios o decenios, es ella la que sufre:
Buscada como sed o hambre bajo soles abúlicos
por hombres que crearon efigies de su venerable fuente:
Ellos ardieron en arenas y valquirias,
en cinc, nubes fritas y pronos domingos a la muerte:
Ardieron tanto que el fuego se les hizo sombra,
y la tristeza fucilazo o incendio:
Por ello y más, cazaron a la felicidad, impíos:
Los arcos de la miseria se doblaban en las siegas desecas
y horquillas doradas laceraban los montes:
mas la felicidad huía, tras huellas de animales olvidados:
Lloró su destino de presa en la caverna griega.
Uno de los cazadores, tras días y semanas inútiles,
perfiló el arco horizontalmente, cansado, y mató a una gacela:
Observó el cuerpo del animal,
se detuvo al umbral de la muerte.
Mientras su familia se preparaba
para probar la carne,
fue la tristeza la que puso los platos y vertió el caldo
en las escudillas vacías de hambre y noche:
El cazador cedió paso al recuerdo y le dijo a su mujer
que jamás volvería a ir tras la felicidad,
pues había visto su cadáver en los ojos de la gacela.
En el sur del cielo nacía la muerte,
con la esperanza entre brazos.