Muchas veces me preguntan cuándo o por qué empecé a escribir. Me quedo balbuceando algún lugar común, algo que frene la curiosidad ahí mismo. Porque no tengo historia ni nombre. No hay un gran pasado sobre mis hombros, ni decorosos datos sobre nada. A veces llego a creer que solamente existo en el momento exacto en el que alguien me inquieta con una pregunta.
No hay, tampoco, algo que haga: respondo "Escribo, nomás." Y la respuesta queda vacía. Porque para escribir hay que ser alguien, tener un pasado y un apellido rimbombante. Si es el caso contrario, uno no escribe, uno pierde el tiempo. Todos sonríen y dicen que es lindo, pero no es trascendente. Daría lo mismo regalarles orquídeas o pensamientos.
Ahora (la lluvia cae en los osarios y la tierra cede en los cementerios) es el insomnio el que me pregunta algo. Apoyo el oído contra el silencio, y de a poco se acerca la pregunta: "¿Quién sos?". Yo escribo y trato de decir algo, pero a esa pregunta no la responde nadie.