Ahuyentado de mi último viernes
caí a la isla, donde el salitre y la fisura, vainas de crema seca,
los dientes del mar comiendo el cuerpo blanco,
blanco de los secanos el resto del terreno:
Mi último viernes amé a alguien,
pero su voz no era el fanal que me guiara antaño,
sino la canción desterrada de una nereida muerta:
Por mar y sangre y en la tinta la tormenta:
Mí último viernes recogí un dios vagabundo del espejo
y lo llevé a dormir conmigo:
El lloró conmigo que del amor se hicieran efigies
apenas parecidas al dolor bajo el brezo y sobre el fuego:
Pero en la isla comprendí quizá menos, y aun una epifanía:
Tú, desde tu isla, has lanzado toda tu ausencia en una botella:
alguien la encontrará y saldrá a buscarte:
Pero tú, chupando la suarda amarga y bajo los alisios,
estarás solo sin ausencia,
y no recordarás siquiera por qué querías ser encontrado.