28.10.13

La taza del rey


Sobre el pecho arrugado la locura divide la sangre;
en su ojo izquierdo sulfura, como el azufre en vientres de lunas muertas,
la tristeza entera;
el derecho guarda la voz de la fibra real.
Han pasado los pastores húmedos con las lluvias sureñas
y acabaron ocultando los rostros entre la carne del rebaño:
no hay oro en los morrales ni gloria en las huellas:
tu yelmo yace hendido, fútil rey:
tus legendarias monturas han volado hacia la garganta del invierno,
donde raspa el anhelo de vino y de amanecer furioso.
Indivisibles las bocas dulces, que de tres en tres
arrojabas al fondo de tu opalina taza, serigrafiada con ríos y cabellos:
pozo demencial hacia donde rodaban las cabezas que tu amante más fiel, el verdugo,
supo desprender de tan preciosos cuerpos.
No me recordarás, ni mi canto:
vengo de más allá, de tus días rampantes y tus horas afiladas,
de la tierra que violaste con tu impulso de toro liberado:
soy de esa sangre que no es mía pero que mancha mis ojos:
observo tu descenso infernal con los dedos en nudo.
Pasados los años y las murallas, conservada la bravura como vegetal deshidratado,
te ves, gris, subiendo hacia tus labios tu última taza
en cuyo fondo reposan los fragmentos de tu memoria:

Tiembla la mano real y la taza cae. La rodilla ha besado el cielo.