Mísera
lumbre, alumbraba a una multitud infame
que
con ojos viciados y lobos,
con
dedos de cóndor y árbol,
miraban
y señalaban a un niño jamás hombre,
partido
bajo la sombra.
Yo
no recuerdo qué tristeza masticaba,
la
del arrabal ígneo o la de la fuga rósea;
estancaba
el aire en mis puños de alambre
y
amaba, quizá siervo, sin ojos el faro
muertos
marineros de arena.
Separé
con dolor los labios,
para
preguntar sobre pan o muerte, acto
fútil:
Aún me hospedaba la sombra.