Qué puede uno contra una estampida de nubes,
una bayoneta de grito, una sonrisa de caña y filo,
el ojo certero del mustio ministerio,
donde sor tras clérigo se suceden los cabellos del otoño.
Corre tras ellas, querido, dales caza. No llegarán hoy al Paraná.
Qué clase de discordante prisma
que busca una fractura
que desangre al hueso.
No la vida o la ópera, no la tragedia o la máscara,
sabrán olvidar todos que mi dolor,
como soprano sombra, como perro de agua,
degolló una vez los restos
que la poesía aun en su féretro guarda.
Fractúreseme la sangre, viértase por los laberintos del llanto,
que como sabueso imposible seguiré hasta las mismas raíces.
¿Sería más simple para ti conocer mi sonrisa?
Lo sería, pero, ¿Por qué? ¿Por qué no sonríes?
Pides demasiado. No tendrás sonrisa. Corre
hacia el muelle.
Allí los marineros doblan el horizonte.
Quebraré el fino labio del horizonte. Indiferencia infinita.
Corro tras la liebre desollada, abro la vagina de la tierra,
aspiro el semen de los rosetones centinelas,
mino con lágrimas las estepas latentes.
Ya es tarde. Cierro el pecho, la sonrisa en la telaraña
de la amargura ya una carta
y de mi mano una guillotina.