Eres el inicio de todo.
Cada puerta que he abierto con la
esperanza de verte al otro lado,
trillando el cereal, corroyendo el
agua de lluvia, que cuando
Venus su sombra copulaba con Marte su
sombra te ponía los ojos tristes.
Casi no perteneces a la tierra,
cristal vivo, y, sin embargo, a ella te aferras,
para ser feliz con el diccionario y
los velados césares,
y no arriesgarte a la incierta
mácula de atormentados dioses.
Sabes que en tierra ocultan sus
rostros naturales ángeles,
olvidados por las alas, por el
viento renegados,
y que también escapan, en los
gloriosos montes y hacia el esquivo albor,
las espadas y las orquídeas, pues
temen al destino de los hombres,
quienes en orgías majestuosas aman
lo efímero, y en señoriales banquetes
derrochan la sangre embriagadora de
héroes y hechiceras;
el alba tronchada por el grito de
la noche.
Pero tú, tú abres todas las brechas
y las posibilidades,
con belleza de tempestad
imperfecta, con dulzura de mar despojado,
y haces que se acerque el ojo de la
hora última,
donde quedaré destrozado,
pulverizado sobre túmulos santos,
sin esperanza, solo esperándote a
ti, que todo lo consumes.
Eres el fin de todo.